Cada vez que la teoría política alude al populismo, lo hace apegado a conceptos políticos que realzan realidades. Muy a pesar de los problemas que se hayan enconados o se hallan exasperados como consecuencia de las dificultades que han caracterizado sus dinámicas. Aunque en aras de la diversidad conceptual, se tiende a evaluar el populismo bajo una perspectiva algo lejana toda vez que encubre buena parte de sus secuelas.
Por consiguiente, se presta para escamotear las verdades que en su interioridad se disfrazan de amplitudes políticas. Tanto es así, que Lloyd Fallers, académico estadounidense, explicaba que el populismo es una ideología por la cual “la legitimidad reside en el pueblo”. O sea, no dice mucho debido a que dicho concepto padece de una indeterminación que envuelve sus condicionantes.
Ante tan etérea definición, no es de negar que dicha definición de populismo se encuentre inmersa en una ambigüedad conceptual que dificulta extraer de la misma algún elemento que devele razones para pensar que en su esencia pueden hallarse trazas de una elaboración teórico-orgánica que ciertamente advierte de la sistematicidad que podría revestir su estructura teórico-política. Pero no es así.
El populismo, escasamente, ha servido para acicalar mecanismos políticos que pretenden infundir las acciones necesarias y suficientes que requieren todo proceso y procedimiento de temperamento proselitista y hasta opresor. Por eso, su praxis se aprovecha del concepto de “pueblo” para así hurgar fácilmente sus entrañas y de ellas valerse a los fines de manipular su voluntad. Por tanto, mediante promesas que solo exaltan emociones, busca someter a ese mismo “pueblo” a imposiciones que mejor convengan a los intereses dominantes o coyunturales.
América Latina ha sido patético ejemplo utilizado como referente de importancia para ilustrar casos que engrosan la lista de situaciones vividas y abatidas por un populismo entendido más como doctrina de gobierno, que como ideología política. El caso Venezuela, es casi inagotable en ejemplos cuya fuente es el populismo. Pero no ahora. Sus efectos se remontan a 1945, cuando una junta de gobierno cívico-militar, presidida por Rómulo Betancourt, promete borrar del país los vestigios del gomecismo.
Pero ni siquiera el ingreso al siglo XXI, evitó la incursión del populismo en Venezuela. Por el contrario, arreció. Aunque permitiéndose adoptar una forma algo distinta en términos de su praxis lo cual no fue óbice para llegar a actuar con cruenta y hasta mayor saña.
El populismo se ha manifestado en todos los planos en los que la demagogia ha sido útil para retrasar el desarrollo económico encubriéndolo de razones que minimicen su importancia. La Venezuela política que pretendió reaccionar de cara a las secuelas de la dictadura perezjimenista, se deslindó de la oferta democrática pronunciada. Desde el primer momento, se vició con rutinas populistas. Además, embadurnadas de demagogia.
Los ejemplos que dan fe de los problemas que provocó el paralelismo político que sirvió para justificar decisiones que iban y venían en virtud de la ambigüedad asumida a conveniencia de los intereses dominantes, colmarían el resto de los capítulos que configuran la historia política contemporánea de Venezuela.agroforestería venezolana, serían propios para hacer ver los estragos de un populismo concebido alevosamente.
Luego, de revisar las últimas décadas de la segunda mitad del siglo XX, no es difícil advertir los desmanes que derivaron de la “siembra” del populismo demagógico a partir del cual se concibieron múltiples decisiones de gobierno.
La prensa de hace 18 años, (El Universal, p.3-8 16 de agosto de 2000) recoge lo que puede llamarse una invocación.
Los bosques de Ticoporo y Caparo, importantes reservas forestales nacionales, de las cuales la Universidad de Los Andes administra la última, ya mostraban el agotamiento producto de la explotación maderera por empresas privadas. No obstante, el gobierno de entonces, apelando al poder que le provee la Constitución, recién estrenada para entonces, establece el decreto N°495 mediante el cual creaba una comisión presidencial permanente para promover soluciones al conflicto ecológico, social y económico en las reservas forestales de Ticoporo y Caparo. Ese decreto ordenaba, “atender de forma prioritaria el uso de la tierra, el destino de las concesiones forestales, el tratamiento de los núcleos forestales que allí viven y la participación de las organizaciones existentes”
Sin embargo, tanta determinación dirigida a convertir a más de 25 familias sentadas en dichas tierras en protagonistas de un proyecto denominado “Manejo Comunitario del Bosque”, cuyas unidades de trabajo apuntaban a diagnosticar la situación ambiental (Unidad de Conflictos Ambientales) y a administrar la ocupación, contratar asesoría técnica y manejar las finanzas aportadas (Unidad Territorial de Base), no terminó en nada. O en casi nada. Los esfuerzos se diluyeron a medida que conveniencias políticas se dirigieron a disociar actividades pecuarias y agrícolas de la actividad forestal causando una fractura al sentido del decreto el cual sólo sirvió para aderezar razones ataviadas del más obsceno populismo.
Luego de casi dos décadas, las susodichas reservas forestales lucen arrasadas por la avaricia de oficiosos politiqueros disfrazados de técnicos forestales. Y viceversa. Los suelos que una vez fueron tierras que prometieron un desarrollo capaz de sustentar una agroforestería con el potencial necesario para convertirse en referencia internacional, dada la calidad de sus elementos naturales, deja ver hoy la ruindad avivada por criterios populistas de la mano de la revolución socialista que motivó la usurpación de recursos. Asimismo, la expoliación de maderas y del patrimonio natural. Tal grado de deterioro inducido mediante frívolas promesas, que exaltan la fanfarronería gubernamental, recapitula un populismo nefasto y que lo condensa y lo expone el cuento de nunca acabar.
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