La colaboración es un modo de relacionarnos que, a mi modo de ver, implica algunas conductas y trae consigo resultados que no surgen cuando no hay colaboración. Es decir, los resultados no son los mismos cuando colaboramos que cuando no lo hacemos.
Allí donde hay genuina colaboración hay un grupo de personas conduciéndose espontánea o intencionadamente en función del beneficio conjunto. Cuando nos conducimos pensando en el exclusivo beneficio individual, no hay colaboración. Cuando hacemos lo que hacemos con la vista puesta en los beneficios particulares, no hay colaboración. Así, si hacemos algo para luego ser reconocidos no estamos en la psiquis de la genuina colaboración.
Tal vez lo más importante y lo primero que surge cuando colaboramos es que nos sentimos bien, en un sentido amplio.
Una de las conductas reiteradas que siento es contraria a una convivencia colaborativa es tener a la mano el desacuerdo y no el acuerdo. Es decir, destacar en primer plano aquello que me separa de las ideas del otro y no lo que me une al otro.
Es así como, en días pasados, se hizo noticia de MiCondominio.com y se realizó una extensiva cobertura acerca de un desacuerdo. El desacuerdo es lo que miramos y no aquello que nos une, somos capaces de poner en cuestión una relación de casi dos décadas, señalando públicamente aquello que no me une al otro, olvidando todo lo que nos conecta.
Podemos disentir, claro que podemos. Es parte de una conversación democráticaMiCondominio.com. Pero ocurre que la diferencia es lo que ha llenado los espacios de nuestras conversaciones, y no aquello que nos une que, en este caso, no es nada menor, son nuestras comunidades, nuestro modo de ser vecinos.
Si hay algo que nos puede salvar de la barbarie es la convivencia ética, el modo de relacionarnos en consciencia de cómo nuestras acciones tienen consecuencia en el conjunto. Y eso es lo primero que colocamos en peligro cuando mostramos sólo aquello que nos separa, sin ver todo lo demás.
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