Romal Jesús Liendo Guerrero murió a sus 20 años de edad. En su cuerpo quedaron las marcas de un disparo, una extorsión y una sepsis. Su madre denunció una serie de irregularidades en el hospital Domingo Luciani que considera negligencia médica.
Según el testimonio de Lesbia Guerrero, el joven recibió un disparo en el pecho en el barrio La Agricultura de Petare, municipio Sucre. El 3 de agosto, la abuela del muchacho lo mandó a comprar algo en la bodega. Mientras caminaba por el callejón San Guillermo un carro pasó y desde adentro dispararon.
Un vecino y su hermano lo llevaron sobre una moto hasta el hospital Pérez de León, en la avenida Francisco de Miranda. La falta de insumos evitó que lo pudieran atender en el centro médico. Como segunda opción, acudieron al Centro de Diagnóstico Integral cercano. Los doctores alegaron lo mismo.
“Lo llevamos hasta el Domingo Luciani. Mi hijo entró caminando y hasta hablaba”, recordó Lesbia, antes de relatar cómo cree que los médicos y enfermeras contribuyeron en la muerte de su hijo.

La lucha
Asegura que ese mismo día, el joven fue subido a piso. No lo operaron. Solo lo intervinieron al sexto día de estar recluido en el piso cuatro del hospital. En ese momento, una endoscopia determinó que el esófago había sido perforado por la bala. Requería una prótesis y varias transfusiones de sangre.
“Me pidieron tres bolsas, pero no había sangre en el hospital. Dijeron que las tenía que comprar, pero yo no tengo dinero. Una licenciada me vio desesperada y dijo que si le llevaba dos kilos de detergente para ropa y uno de café, me conseguía las bolsas”, relató Lesbia.
Ella consiguió lo que le pedían. En los 56 días que el muchacho pasó recluido en el Domingo Luciani, solo le suministraron una bolsa de sangre. Recibió hidratación por suero, porque su madre conseguía el líquido y se lo colocaba. Los antibióticos aplicados estaban vencidos desde hace un año.
Resultado: muerte por una sepsis de punto de partida respiratorio con complicación de herida por arma de fuego.
“Le cayó gusano. Le sacaban una gusanera horrible de la garganta. Los últimos días mi hijo me pedía que lo dejara ir, que había unos animalitos que le picaban”, indicó Lesbia.
Romal Jesús no tenía hijos. Desde preescolar le diagnosticaron discapacidad psicomotora. Vivía con sus padres y su abuela. Solo trabajaba con Lesbia, porque temía que algo le ocurriera lejos de ella. Vendían cigarros y café en la estación del Metro de Petare.
“Mi hijo me dejó un gran vacío. Yo tengo que hacer que todos sepan lo que pasa en los hospitales de este país”, aseveró en la morgue de Bello Monte este 30 de septiembre.
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