Un ataque de asma obligó al señor Gustavo Fonseca a salir de su casa, el viernes 28 de agosto, para ir a una clínica, aún con temor de que algún guardia lo detuviera en la calle, le pidiera la cédula o el pasaporte y lo deportara.
Colombiano, con 70 años de edad y 40 viviendo en Venezuela, junto a su esposa, el señor Fonseca echó raíces en San Antonio del Táchira, pero nunca legalizó su estadía. Desde el pasado 31 de agosto, cuando fue publicado el decreto del estado de excepción en los municipios fronterizos del Táchira, teme salir a la calle, porque ni él ni su mujer tienen pasaporte ni cédula venezolana.
Esa noche se arriesgó, junto a sus nietos, pues casi no podía respirar. Un vecino se ofreció a llevarlos en busca de ayuda médica y en el camino descartaron pasar por el hospital Samuel Dario Maldonado porque hasta la fecha está militarizado. No quisieron tener un encuentro tan de cerca con los uniformados. En la sede de la Cruz Roja, donde atendieron al señor Fonseca, le recetaron un medicamento que pudieron conseguir con facilidad en una de las farmacias del pueblo, que junto a otros comercios, abrió nuevamente sus puertas justo ese viernes, tras pasar varios días cerrados al público.
Cuando al señor Fonseca le dieron de alta, tomaron un taxi para volver a casa y su esposa, sus dos nietos y él estuvieron a punto de vivir aquello que temían cuando finalmente decidieron salir: una alcabala militar se aproximaba en la vía y no había manera de esquivarla. Detuvieron el vehículo y, ante el pedido de uno de los guardias, mostraron sus documentos de identidad. Los abuelos no tuvieron nada qué sacar.
-Señor, ¿usted no sabe lo que está pasando aquí?- le preguntó el militar.
-Claro que sé- respondió el señor Fonseca.
-¿Y por qué no se cuidan? ¿Qué hacen en la calle?- repreguntó el funcionario.
-Es que estábamos comprando unas medicinas porque estoy enfermo- dijo el abuelo, sereno.
Los nietos, asustados, no dijeron ni una palabra mientras transcurrieron aquellos segundos de incertidumbre que culminaron en una sorpresa. El guardia los dejó seguir: “Vaya, guárdese”, advirtió.
Lo que queda de “La Invasión”
A 30 minutos de camino de la casa del señor Fonseca está el sector “La Invasión”.Cuando todo este drama comenzó, los guardias marcaron casas y ranchos con las letras “D” y “R” para indicar cuáles serían demolidas -y sus habitantes deportados- y cuáles fueron revisadas, según los vecinos.
A dos semanas de que la frontera fuera cerrada y de que miles de colombianos ilegales en tierras venezolanas fueran deportados, en “La Invasión” sólo hay escombros y las fotos enviadas por un informante de Efecto Cocuyo lo confirman. Está un señor que quiere recuperar algunos ladrillos de su casa que ya fue demolida. Perros que reposan bajo el sol picante del mediodía, desechos, cocinas y camas rotas, y hasta una mesa de pool de un supuesto burdel que fue desmantelado por las autoridades, donde se presume existía trata de mujeres y se realizaban operaciones relacionadas al contrabando y refugio de paramilitares, dijo el gobernador del estado Táchira, José Vielma Mora, el pasado 21 de agosto.

Los vecinos están preocupados porque además de las letras, las casas que sobrevivieron ahora tienen nuevas marcas: puntos de color rojo y azul. “No sabemos qué significa eso pero nos dijeron que a quienes le pusieran el punto rojo tenían que ir a verificar el censo. No sabemos si es que nos van a dar una casa, una ayuda o si es que ahora las van a tumbar”, señaló un habitante de esa polvorienta zona, que además es miembro del consejo comunal.

A 50 metros de ese sector está el río Táchira, que separa al estado venezolano del departamento de Norte de Santander en Colombia. Es también una de las trochas predilectas de los contrabandistas. Por ahí escaparon muchos colombianos para no ser deportados y ahora, como es complicado contrabandear con productos regulados o con gasolina, los conocedores de la zona cobran 1.500 bolívares a cada persona que desee cruzar la corriente y llegar hasta Colombia. “Una tajada pa’ nosotros y otra pa’ los guardias”, aseguró un joven en la zona.
En la casa de los Fonseca saben que tuvieron suerte porque no les tocó vivir en un sector vulnerable como “La Invasión”, tan cerca de un río que separa a ambos países. También se saben afortunados porque a pesar de que los abuelos fueron “descubiertos” por los guardias, salieron ilesos. Desde aquel incidente con el asma, la pareja de colombianos de la tercera edad sigue en casa y ninguno ha vuelto a salir. La señora Carmen, esposa del señor Fonseca, dejó de ir a misa y tampoco ha podido ir a hacer mercado.
Toda esta historia fue narrada por su nieta, desde San Antonio: “Aquí siempre se hace mucha cola y ni por el estado de excepción han cesado. Mi abuela está muy viejita para eso, no puede pasarse horas en una cola. Además, no le venden los productos regulados porque no tiene cédula. Entonces, ella lo que hacía era ir a Rubio en transporte, que nos queda a 30 minutos de acá. Allá hacía las compras en un mercado donde las cosas son más caras pero es el único lugar donde siempre le venden. Ya no ha vuelto a ir porque para pasar hacia allá hay alcabalas. Entonces unos tíos nos ayudan con la comida cuando necesitamos algo. (https://www.napavalley.com/) Es preferible así, no queremos pasar un susto como ese otra vez porque a pesar de que las cosas no están tan delicadas como al principio, el ambiente aquí sigue muy tenso”.