Tres grandes chozas en un terreno cercado por alambres de púas resguardaban este domingo 24 de febrero a casi 500 personas en un campamento temporal instalado frente al puente de Tienditas, por el lado colombiano. Ahí se alojaban quienes llegaron a Norte de Santander en los últimos días con la esperanza de acompañar la entrada de la ayuda humanitaria a Venezuela.
Con bolsos como almohada, recostados encima de toallas, ropa, cartones o “en el piso pela’o” descansaban hombres, mujeres y niños a la espera de la hora del almuerzo. Entre tanto, alrededor de 20 voluntarios del campamento repartirían pan y mandarinas mientras estaba lista la sopa que cocinaban en dos grandes ollas encima de fogón a leña.
La mayoría son venezolanos que se quedaron atrapados en Colombia luego de que el viernes 22, la vicepresidenta de la República de Venezuela, Delcy Rodríguez, anunció el cierre de la frontera y, casi 24 horas después, autoridades colombianas hicieron lo mismo. Muchos tienen poco o nada de dinero, por lo que necesitan especialmente de asistencia. Algunos ni han podido comunicarse con sus familias.
Para dar apoyo
Acostada sobre una lona azul en el piso de tierra Yubianis Ríos, de 18 años de edad, acariciaba a su bebé de un año y tres meses, Erick. La joven viajó desde San Felipe, en el estado Yaracuy, con su pareja y varios amigos que completan un grupo de 10 personas.
Hace 15 días ella y quienes la acompañan decidieron migrar a Colombia y realizaron la ruta de los caminantes hacia Pamplona, partiendo del puente internacional Simón Bolívar. Allá no han conseguido trabajo formal y el jueves decidieron regresar a Cúcuta “para apoyar la entrega de la ayuda”. Ese día consiguieron el campamento que había sido instalado cerca del puente Tienditas y ahí pasaron la noche.

Al día siguiente su pareja, William Hidalgo de 24 años, y el resto de sus amigos, acompañaron el primer camión con la ayuda humanitaria que partió hacia el puente Simón Bolívar. Cuando no dejaron pasar los vehículos, los jóvenes se quedaron enfrentándose a la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) en el paso fronterizo, donde fue herido de perdigón en la espalda.
Ella se quedó con el niño y la angustia de no poder comunicarse con ellos.
Aún no han decidido a donde ir, pero mientras tanto agradecen la ayuda porque en ese lugar les han dado hasta pañales para su hijo. Desde que están en Colombia les ha tocado pedir en la calle. “A veces compramos una caja de chupeta para vender y la gente nos colabora, nos da 500 pesos (colombianos) y no se llevan la chupeta”, dice William.

Sin saber cómo volver o con temor de hacerlo
Cerca de la choza más cercana al toldo de los voluntarios reposaba Maribel Betancourt, de 37 años. Se trasladó el miércoles desde Sabaneta, Barinas, con su hija y dos sobrinos menores de edad. “Nos enteramos del concierto y vinimos a apoyar, para que pasara la ayuda para los más necesitados”.
Advierte que no tiene dinero para el regreso, “habíamos reservado algo pero se me fue en comprar una pastilla porque yo sufro de artritis“, relató.
A varios metros estaban tres jóvenes, miembros del movimiento estudiantil en San Cristóbal (Táchira). El sábado estuvieron en el puente Francisco Paula de Santander donde se quemaron dos vehículos que cargaban las ayudas para Venezuela. “Estábamos en fila y cada vez que volteábamos veíamos a uno de nosotros caído por el golpe de una piedra, un perdigón o una bomba lacrimógena“, dijo uno de ellos.
Advierten que tienen miedo de regresar a su tierra porque en Táchira sufren de persecución. “Después de las protestas del 23 de enero, me llamó un funcionario del Conas (Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro de la Guardia Nacional Bolivariana) y me dijo que yo estaba solicitado y tenía régimen de presentación por herir a un guardia”, contó otro muchacho que se identificó como miembro de la resistencia.

En el campamento también ha terminado gente que quedó varada en Colombia en medio de otras circunstancias. En una de las chozas, con piso de cemento, sobre un cartón dormía el bebé de tres meses de Neidis Quero, de 29 años, oriunda de Punto Fijo, estado Falcón. Ella está ahí porque llegó el jueves a Cúcuta, por el puente Simón Bolívar, para comprar varios bultos de comida a precios más económicos.
También la acompañan su otro hijo de 5 años de edad y su esposo. Poco antes de que se dispusieran a pasar, cerraron la frontera y no tenían dónde quedarse. Funcionarios de la policía de Colombia la llevaron a ese lugar. “Gracias a Dios acá no nos ha faltado nada“, dice. Por ahora permanece a la espera de poder regresar a su casa.
Voluntarios y asistencia médica
Bajo un toldo blanco, en el campamento mantienen las donaciones del sector privado y la sociedad civil que han recogido distintas organizaciones no gubernamentales y fundaciones. Botellas de agua, papel higiénico, pañales, ropa y algunos alimentos.
Gerardo Vega, de Médicos Unidos de la sección del Norte de Santander, explicó que en lugar han curado a varios de los que fueron heridos en los puentes Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander en Ureña. Agregó que también están ofreciendo medicamentos a aquellos que se quedan en el lugar y tienen enfermedades crónicas como hipertensión y diabetes.
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Fotos: @IvanEReyes