Electra se encuentra desolada, cree que su hermano ha muerto. Ella esperaba su llegada para entre ambos vengar la muerte de su padre, Agamenón, traicionado por su esposa Clitemnestra y su amante Egisto. Electra vestía harapos, se había negado a apoyar a los traidores y, en consecuencia, había sido esclavizada por su familia. Nos encontramos frente a una escena genial de una de las obras trágicas más hermosamente escritas en la antigüedad. Se trata de la Electra de Eurípides. Traigo la obra a colación porque en un punto crucial de su desarrollo describe uno de los elementos cruciales del pensamiento autoritario, aquel según el cual a los efectos de salvaguardar la vida, los hombres deben doblegarse ante quien ejerce el poder sobre ellos.

Orestes llega a Micenas disfrazado. Todos piensan que se trata de un mensajero que trae las cenizas del hermano muerto. Se inicia un diálogo en el cual Electra manifiesta su voluntad de resistir, su convicción de que no debe ceder ante quienes la han traicionado a ella y a su familia; haciendo esto cambiaría su situación, podría sentarse y disfrutar de los lujos suntuosos del palacio y de las riquezas y privilegios que le corresponderían. Ella le dice a su hermano disfrazado y a quien aun no ha reconocido, que no le pida ser cobarde, que no le pida ceder para conservar la vida. Éste responde diciéndole que le bastaba con acceder a los deseos de los más fuertes. Hasta acá la referencia a la obra, los lectores interesados deberán remitirse directamente a ella.

Por los momentos, me interesa revisar la respuesta de Orestes. El hermano lanza un consejo cínico, con la intención de evaluar el carácter de su hermana y su voluntad de ayudarlo en la tarea que debe emprender. Ceder ante los más fuertes se constituye en un mecanismo por medio del cual se salvaguardan determinados intereses a cambio de entregar la propia voluntad, de acomodarse, por comodidad o por miedo, a los preceptos de quien ejerce el poder, de perder la posibilidad de pensar por cuenta propia, de perder la identidad en favor de aquel a quien se le sirve o se le teme.

Así, el poder se justifica ante la incapacidad moral del otro para hacerle frente. El poder seduce o violenta, erotiza o quiebra. Allí donde no existen mecanismos de protección ante el ejercicio crudo del poder, existe la posibilidad cierta de que la gente sea suprimida literal o metafóricamente por el Aparato del Estado o por la violencia cotidiana. De allí la importancia de la división de poderes y del funcionamiento adecuado del Estado de Derecho. Uno podría sacar algunas conclusiones importantes: Una cosa es ejercer el poder para lo cual es necesario el establecimiento de ciertos límites de funcionamiento, y otra es gobernar, para lo cual es necesario reconocer la existencia del otro, respetar la disidencia, respetar sus derechos y garantizar la posibilidad del funcionamiento autonómico de la sociedad y el desarrollo adecuado de los sujetos en los términos de su propia individualidad.

En este orden, uno podría decir que en nuestro caso nos encontramos con un ejercicio de lo político en el cual se ejerce el poder pero no se gobierna, o, al menos, no se hace apropiadamente. No hablo solamente del deterioro acelerado de las condiciones de vida de la población, o de la destrucción de la infraestructura física e institucional de nuestro país. Más bien me refiero a esa práctica generalizada de descalificación en contra de quienes piensan diferente. Llama la atención la manera brutal cómo desde el gobierno se insulta y se veja, se juega a dividir a la sociedad y se auspicia el resentimiento y el odio colectivo. Es brutal observar la manera cómo se violentan las normas mínimas de la convivencia civilizada, cómo desde el poder se intenta quebrar la voluntad democrática de la sociedad, cómo se manipula la información o se controlan medios de comunicación con fines que parecen inconfesables.

Es necesario reconocer que nos encontramos en una situación de anormalidad normativa, que nos encontramos ante una ruptura de la moralidad, que enfrentamos un gobierno profundamente autoritario y que tenemos dos alternativas posibles: jugamos a acomodarnos, dejando a un lado la dignidad ciudadana y nuestra autonomía, o asumimos con valentía la necesidad de actuar desde las trincheras de la ciudadanía para exigir el respeto a nuestros derechos, la restitución de los espacios democráticos, la reconstitución de las instituciones republicanas, el respeto por la ciudadanía, la imparcialidad de los Tribunales y de la Justicia. Se trata de una decisión crucial que debemos empezar a resolver en los términos de la manifestación de nuestra voluntad democrática en el próximo proceso electoral.

Internacionalista. Director de la Escuela de Comunicación Social - UCV. Doctor en Ciencias Políticas. Profesor en la Universidad Central de Venezuela. Consultor.

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