Durante junio, en muchas ciudades del mundo, se celebra el orgullo de la comunidad GLBTI, o el sector de población que se considera gay, lesbiana, bisexual, transexual, travesti, intersexual y un amplio abanico de conductas sexuales diferentes a la heterosexualidad normativa.
Es la celebración de un orgullo porque en poco más de medio siglo, a través de marchas, protestas y negociaciones, muchos logros se han obtenido después de siglos de persecución y ostracismo.
Es el resultado de una lucha que explotó, precisamente, en Junio, en un bar en Nueva York, el Stonewall, visitado por hombres vestidos de hombres o de mujeres. Esa noche, la policía protectora de algo tan arbitrario e injusto como “la defensa de la moral y las buenas costumbres”, decidió allanarlo y los gays y travesti, dijeron ya no más.
A partir de entonces la lucha por lograr los derechos que le corresponden como seres humanos a quienes asumen y disfrutan su sexualidad de distintas maneras, ha sido una constante en casi todas los países.
La celebración tiene sus razones: En relativamente poco tiempo, las personas de sexualidad alternativa, al igual que otros sectores sociales discriminados, estigmatizados, estereotipados, humillados históricamente, como las mujeres y los negros y los indígenas, tienen porqué sentirse muy orgullosos. En el último medio siglo han logrado más que en los veinte siglos que le antecedieron.
El primer triunfo fue lograr visibilidad, su reconocimiento por los demás, la aceptación de una condición de ser, negada, inclusive por muchos, a nivel individual y familiar. Hasta entonces, se había vivido atrapados en el miedo.
Otro logro que hizo de piedra angular fue el que la Organización Mundial de la Salud, excluyera a la homosexualidad de la lista de las enfermedades mentales. Institucionalmente se corrigió un error histórico aunque a nivel de personas, familias, comunidades e instituciones persista esa consideración.
El problema de la homofobia no es de quienes son vistos como problema sino de quienes viven atrapados en la rigidez de una moral arcaica y un pensamiento que no les permite avanzar. Morirán con la satisfacción de haber cumplido con sus principios aún haciendo sufrir a otros.
50 años después de la noche de Stonewall, el reconocimiento mundial de la diversidad sexual, en muchos países, se limita al simple y sagrado derecho de dejarles existir pero reconocerlos no quiere decir protegerlos legalmente. Lamentablemente, no es así.
A pesar de los logros y avances, pocas sociedades han logrado establecer igualdad de derechos a través de leyes, sin discriminar por intereses o expresiones sexuales de las personas. Pero en la mayoría de los países, la intolerancia y discriminación a quienes asumen sexualidad alternativa, continúa siendo un problema y la lucha persiste.
GLBTI al margen de la ley
Venezuela, en particular, cuyo gobierno se vanagloria de ser revolucionario, es de los más atrasados en su región con respecto a leyes que permitan la igualdad sexual en el país. En 20 años, la Asamblea Nacional, cuando tuvo mayoría “revolucionaria”, ni en manos de la oposición “progresista”, ha aprobado alguna ley que reconozca derechos de los grupos o individuos de sexualidad alternativa. Lo máximo que han hecho se limita a decretos, saludos a la bandera.
A los legisladores venezolanos de estos y otros tiempos, les ha faltado valentía, pensamiento contemporáneo, testículos, y a las legisladoras, ovarios; para enfrentarse a las iglesias y otros sectores retrógrados de la sociedad (¿o será que ellos mismos son?) con respecto a los derechos sexuales de las personas GLBTI.
Venezuela está en deuda no solo con esas personas GLBTI, sino con toda la sociedad, con América latina, con el mundo, para ponerse al tono de estos tiempos que deberían propiciar contextos de tolerancia, respeto e inclusión social.
La legislación que proteja a las personas GLBTI es una deuda que Venezuela tiene que pagar como se pagan las deudas del amor
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