Cualquier análisis de nuestra situación política debería tomar en consideración que los procesos históricos no obedecen a la casualidad. Es cierto que la fortuna juega, como decía Maquiavelo, pero, no lo es menos que siempre es posible identificar condiciones objetivas que definen las ‘causas profundas’ que dan origen a determinados procesos o fenómenos. Pensar que las cosas simplemente pasan, sin considerar las razones, es una ingenuidad o, peor aún, una estupidez.

Así cualquier consideración que hagamos sobre nuestro momento político requiere el ejercicio cuidadoso de revisar desde donde hemos venido transitando antes de llegar a este punto. No se puede dudar, como diría Antonio Machado, “que si aquellos polvos trajeron estos lodos, no se puede condenar el presente y absolver el pasado”. Todos estamos claros es que el presente que vivimos es terrible, que se ha dañado la convivencia, que se han roto las dinámicas de la ciudadanía, que se ha establecido el resentimiento, la sospecha y el autoritarismo como mecanismos estructuradores del poder y destructores de la sociedad democrática.

Estamos conscientes de que nuestra tarea histórica como generación está asociada con la construcción de una sociedad democrática en la cual se garantice una redistribución adecuada de los costos y beneficios referidos a la convivencia colectiva. Yo creo que es necesario reconocer que no estamos acá por casualidad, es necesario rescatar la memoria colectiva y recordar de dónde venimos y como hemos llegado a este punto fatal de nuestro devenir. Es necesario evaluar las causas que han hecho que nuestro tejido colectivo haya sido perforado por el mal que se ha establecido entre nosotros.

Una sociedad en la cual la gente vive con miedo es una mala sociedad, una sociedad donde prevalece la pobreza, donde no hay medicinas para los enfermos, donde una lata de atún cuesta Bs 700, donde los hospitales no funcionan, donde no se respeta a los ancianos, donde las bandas criminales hacen de las suyas cuando y donde quieren, termina convirtiéndose en una sociedad indecente. De lo que se trata, entonces, es del rescate de la decencia como bien colectivo, del respeto por el otro, de la tolerancia como principios rectores de nuestra asociación política.

Nuestra crisis es económica, claro, la inflación nos traga, el desabastecimiento nos desgasta, el desempleo produce carestía. Pero peor aún vivimos una crisis de moralidad que no se resuelve estableciendo por decreto precios justos, o haciendo elecciones o cantándole loas a la ‘Revolución’. La tarea pendiente es la de reestablecer los canales del diálogo público, entendernos como iguales, establecer mecanismos que nos proporcionen oportunidades para la realización de nuestros sueños. A fin de cuentas una sociedad que no sueña ha perdido la ilusión y, en consecuencia, la posibilidad de inventarse hacia el futuro. A los venezolanos, como mínimo, nos cuesta mucho soñar.

Durante las últimas décadas hemos vivido bajo la sombra de la crisis. Estamos desde hace mucho inmersos en una profunda crisis de nuestro sistema político. No es casual que hayamos vivido durante todo este tiempo bajo el signo de la polarización, del desencuentro, de la sospecha. Situaciones de crisis por necesidad generan situaciones de injusticia. La injusticia a su vez crea condiciones propicias para la confrontación, para el recelo, para el establecimiento del odio.

Es imprescindible que transitemos hacia la reconfiguración de nuestro sistema institucional y de los mecanismos de incentivo que le están asociados. Sin ello, no es posible garantizar que lleguemos a algún sitio. Sociedades que mantienen durante mucho tiempo situaciones de confrontación terminan perdiendo su identidad, deshumanizándose. Es necesario reconocer que somos una sociedad pobre, que se ha destruido nuestra capacidad productiva, que el ataque artero que se ha hecho en contra de la sociedad democrática ha terminado afectando los mecanismos de control y ha mermado los límites morales que son requeridos en nuestras interacciones con los demás, que no somos una sociedad trabajadora o estudiosa.

Es necesario reconocer nuestras taras sociales para, desde allí, emprender una gran cruzada nacional por el rescate de los valores de la ciudadanía, de la corresponsabilidad. Nos toca aprender a hacernos cargo de nosotros mismos, olvidarnos de la figura del Estado Paternalista y empezar a trabajar para producir y para crecer. La nuestra es una crisis de adolescencia que no se resuelve con evocaciones por un pasado glorioso que no existe. No hay manera de restaurar el pasado y es inconveniente cualquier intento de hacerlo. Nos toca trabajar mucho para comprendernos, para perdonarnos y para empezar a trabajar juntos en un esfuerzo colectivo que nos lleve a un futuro mejor.

Internacionalista. Director de la Escuela de Comunicación Social - UCV. Doctor en Ciencias Políticas. Profesor en la Universidad Central de Venezuela. Consultor.

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