El ejercicio de la política es ciertamente un asunto de comprensión y de praxis. Indistintamente del contexto donde sus efectos aplican. La idea de política, encierra serias contradicciones muchas de las cuales son en sí mismas, consideraciones profundamente obtusas. Tanto, que ni el propio Platón, el mismo Aristóteles o el propio Nicolás Maquiavelo, habrían podido despejar o resolver. Particularmente, si el ejercicio de la política se asume como expresión fáctica dada su característica probabilística de entenderse representativa de una ecuación de grado indeterminado. O quizás, toda vez que se comprenda como un concepto demasiado estático tramado en medio del fragor propio de una realidad desmesuradamente dinámica.
Así que, vista de tal forma la política, sobre todo en situaciones provocadas por la desastrosa incidencia de una crisis de Estado con la profusa capacidad de arrastrar crisis de tipo de dominación y de acumulación capaces de desfigurar todo a su paso, habida cuenta de la realidad que protagoniza Venezuela, su ejercicio se convierte en un mecanismo de crasa y cruda perversión. Desgraciadamente, sumado a la tendencia de entronizarse impúdicamente, causada ésta por la inercia de problemas de toda índole inducidos, precisamente, por la presencia de múltiples conflictos y reveses de razón fundamentalmente sociopolíticos y socioeconómicos sin que su reparo pueda preverse. Ni siquiera, de manera perentoria o coyuntural.
Contrariamente a lo que cualquier posible solución o respuesta pueda encontrarse, las susodichas contradicciones suelen emerger por todos lados. Sin embargo, las opciones que se ponen de manifiesto, especialmente motivadas por confluencias político- electorales, no tienen la fuerza necesaria para impedir que se conviertan luego en promesas trazadas sobre arena humedecida. Es lo que en política se dice: “arar en el mar”.
Para nada valen programas tácticos, propuestas a corto o mediano plazo. Incluso, largos y tediosos compromisos . Muchas veces formulados con base en el fundamento mismo del asiento teórico-doctrinario. Sin embargo, en cualquier instancia de la aplicación de cualquiera de estas consideraciones, éstos terminan transformándose en meros paliativos que no satisfacen ni las más minúsculas expectativas.
La política, realidades y necesidades
Por encima de estas consideraciones, el ejercicio de la política, fundamentalmente cuando ésta se da en el seno de un contexto viciado por circunstancias trastornadas por desviaciones fácticas que fueron acumulándose, escasamente alcanza las antípodas de la oferta electoral de la cual se origina el programa de gobierno expuesto como posible (imposible) ejecutoria político-gubernamental.
No obstante, es importante no dejar de sorprenderse por las continuas manipulaciones que dimanan de todo ejercicio de la política. No importa en qué o cuál lado se posicionan quienes buscan hacer de la política un medio de vida. Más aún, a expensas del pesadumbre o consternación que sus consecuencias arrojen tras de sí. Pero tampoco hay que obviar que el ejercicio de la política puede ser capaz de superponer las necesidades sobre las realidades. Es decir, invertir la proporción cuya respuesta tendería a revertir cualquier situación por constreñida que pudiera ser.
En todo caso, independientemente de lo que de ello devenga, no es posible ausentarse del pensamiento según el cual, por semejanza propia, es la política, una realidad de marcada disparidad.
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