Aquiles, el Pelida, enfrentó un dilema crucial. Debía decidir entre vivir una vida larga, buena y tranquila al lado de sus descendientes, reinando en paz en la isla de Ftia o la vivir la vida del héroe, llenarse de gloria y morir en plena juventud. La historia es conocida Aquiles, al frente de los Mirmidones, zarpó a Troya para, al cabo de diez años de asedios y combates, enfrentarse a Héctor al pie de las murallas troyanas y posteriormente morir al recibir en su talón una flecha disparada por Paris.
Al final de la historia, todos y cada uno de nosotros es recordado por las cosas que hace. Algunos tienen una vocación por lo público y orientan sus actuaciones dentro de ese ámbito de funcionamiento, mientras que otros prefieren lo privado y allí realizan su vida. Unos y otros son necesarios para la construcción del bienestar colectivo. Unos porque sus decisiones ayudan a estructuran el modelo de la sociedad y otros porque su actividad contribuye con una construcción de lo común que se hace desde la individualidad que somos.
La diferencia sustantiva entre las actuaciones públicas y las privadas es que mientras las segundas tiene un radio de acción limitado que se circunscribe a las dinámicas del individuo y que tiene que ver con su propio bienestar y con el de las personas más cercanas, las primeras, es decir las públicas, ejercen una influencia directa sobre el bienestar colectivo. De allí la necesidad de que el alcance de las mismas se encuentren limitadas por un determinado diseño institucional, cualquiera que este sea.
Uno de los logros fundamentales de la modernidad, tiene que ver, precisamente, con el desarrollo de la capacidad del gobierno y el establecimiento de límites para el ejercicio del poder. Todo régimen institucional intenta garantizar los excesos de locura a los que somos susceptibles los seres humanos. De hecho, Sistemas Políticos en los cuales la trama institucional es débil tienden a ser víctimas del Personalismo Político. Tienden a incurrir en la perversión que es representada por el culto a la personalidad, transitan hacia formas primitivas de asociación en las cuales prevalece la violencia, la corrupción y el abuso.
Somos evaluados por las cosas que hacemos. Nadie podía dudar que Aquiles fuera el guerrero griego más importante. Su cólera por la pérdida de Briseida, su enfrentamiento con Agamenón y su retiro del combate, casi representó la derrota del ejército aqueo por las fuerzas troyanas. Su regreso al combate y su victoria frente al heredero de Príamo dio inicio a la derrota de la ciudad asediada. La definición del legado del otro o del propio no es un mero acto declarativo, por el contrario esta definido en razón de las decisiones que tomamos y de sus consecuencias.
No solo evaluamos las acciones de los sujetos, también, y con mayor razón, lo hacemos con el ejercicio del gobierno. Los logros gubernamentales no son concebibles como meros actos de declarativos o propagandísticos. No basta con decretar la felicidad perpetua para que ésta se haga presente. Así que cuando nos encontramos con un país disminuido, dependiente de la renta petrolera, con altísima inflación, inseguridad, pobreza, desabastecimiento y nos dicen que las cosas van bien, que nos hemos convertido en una potencia; uno entiende que está gobernado por unos mamadores de gallo incorregibles.
La realidad tiene una forma terrible de manifestarse, así por ejemplo allí donde uno ve gente en situación de pobreza dirá que hay gente pobre y donde los anaqueles se encuentren vacíos y no se encuentren atunes o desodorantes, granos, leche en polvo o azúcar, pues habrá desabastecimiento independientemente de lo que diga la prensa oficial y sus adláteres. De manera que no se trata de jugar con las ilusiones de la gente, no basta con prometer es necesario mostrar hechos concretos y que estos se correspondan con ciertas expectativas. Es necesario ser serios.
No basta, por ejemplo, con inaugurar una estación de Metro sin señalización y en nocturnidad, digo uno hubiera esperado un acto público y una línea entera luego de haber esperado 7 años para ver el asunto. De igual manera uno esperaría que no justificaran la incapacidad para reducir la inflación o la involución de nuestras capacidades productivas con el manido argumento de la guerra económica. Esperaría, de igual manera, que no se escaparan los fiscales del Ministerio Público o que le dieran un presupuesto justo a las universidades. Ciertamente no se puede tapar el sol con un dedo.
Es inconcebible que se pretenda igualar al líder fallecido de una revolución de papel y agresiva con el gigante Aquiles. Hay gigantes que lo son y otros que no. Hay unos que simplemente tienen pies de barro y nos dejan legados dudosos.