El excesivo silencio en la tierra de Bolívar hace pensar que nuestro destino es la eternización del conflicto y, además, tendemos a creer que la normalización del caos se afianza sin mayores dificultades. Claramente, el país que existe está inundado de insensatez e irracionalidades, pero aún no encontramos los antídotos contra aquello.

Se ve –quién pueda verlo- muy lejos la posibilidad de reactivar la actividad económica nacional y acabar con las brutales distorsiones macroeconómicas. Pues, me arriesgaría a decir que esta depresión no tiene comparación ni siquiera con una mezcla de recetas provenientes del Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y cualquier representante de la banca internacional.  No, no, ¡qué va! Esta catástrofe humanitaria solamente es posible por la fuerza de insuperables dosis  de ineptitud, malicia y necedades sobrenaturales.

Todavía más, en nuestro país está bajo sospecha la posibilidad de elegir y, de igual forma, el bienestar o la satisfacción de la vida personal probablemente logren índices muy bajos. Si en Francia o Chile, que han logrado altas cifras de prosperidad económica, tienen bajas tasas de pobreza y han avanzado sin pausa a la modernidad, ocurrieron estallidos sociales que han interpelado a la clase política y los han obligado a modificar varias políticas públicas: ¿Usted podría proyectar la magnitud del revuelo social en Venezuela, considerando todos nuestros males de corrupción, aniquilación de la moneda, colapso de los servicios públicos, desconfianza pública y bajísimo optimismo por el futuro? Creo que nadie podría prever ni la cuarta parte.

Aunque se perciba un mutismo nacional, quizás la angustia y la frustración están “prevenidas al bate”, y a la espera de que la tensión social, en conjunto con los innumerables reclamos  por justicia contenidos desde hace mucho tiempo, ahora sí se combinen para activar la erupción volcánica de un país que ha tolerado lo intolerable, y sobrelleva sus días con bastante dolor y calamidad. Ciertamente, la situación de extrema dificultad que padecen los venezolanos no está en sintonía con la aparente calma. Sin embargo, también es cierto que la olla a presión tiene rato cocinando ira, enojo, impotencia, furia, frustración, injusticia, desesperanza e indignación, y algunos van a tener que comerse ese plato cuando esté listo para servir.

Desgraciadamente, no hay  descanso para los más pobres, y esa promesa que le hizo la revolución de distribuir equitativamente la riqueza nacional, ahora les resulta la falsedad más grande que recuerden, o al menos el fraude más obsceno que hayan soportado. Considerando esto, yo no quiero imaginar cómo será el reventón o estallido social que sufrirá Nicolás Maduro cuando este sector de la población manifieste las injusticias que han sufrido y, en consecuencia, busque ajustar cuentas por haber sido utilizada su causa, su historia y sus ilusiones  para el endiosamiento de unos pocos.

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Un solo país

Economista con un Magister en Políticas Públicas. Colaborador de varios medios nacionales.