[dropcap] E[/dropcap]n la Canción de Troya, Colleen McCullough, la misma del Pájaro Espino, nos presenta una posibilidad inesperada. Nos dice la autora que la famosa confrontación entre Agamenón y Aquiles por el amor de Briseida, no fue más que una treta de Ulises para obligar a Príamo a salir de las murallas que rodeaban Troya. Si se recuerda bien el soberano de Illión temía, producto del vaticinio de un oráculo, la derrota de su ciudad a manos del ‘ejército de hormigas’ que dirigía en pelida. Así pues, simulando el disgusto entre el Rey de Reyes y el jefe de los Mirmidones y el retiro del segundo del campo de batalla se aseguró el abandono de la estrategia troyana y se inició la caída de la ciudad.
Es bien conocida la fama de Ulises. Se trata de un héroe cuya característica primordial es su habilidad para el ardid. Su capacidad lógica le permite resolver situaciones diversas con éxito. Bien sea que hablemos de la construcción del Caballo de madera, su enfrentamiento con Ayax o su escape de la isla de los Cíclopes. Es el razonamiento y no la fuerza lo que le dan la victoria. Se trata de un nuevo tipo de héroe más asociado con el pensamiento y la acción razonada que con las habilidades propia de un gran combatiente.
Nos dice McCullough en ese libro genial que a lo largo de los diez años que duró el asentamiento griego en las llanuras troyanas, Ulises se dedicó a formar un grupo de espías que transitaban dentro de Troya recopilando información y generando contra- información. Este modelo de organización de la acción militar sería el primero del que pudiéramos tener noticias, si se nos permite acá fundir la ficción con la realidad. El caso me interesa porque sin dejar de reconocer las capacidades del héroe para el engaño, no puede dejar de decir que eso que está bien en la guerra, no lo está en la política.
Sobre todo si consideramos que lo político no tiene que ver solamente con el ejercicio del poder, sino que por el contrario, desde una perspectiva aristotélica, tiene que ver con la construcción de espacios dentro de los cuales los sujetos, con sus diferencias y sus diversidades puedan convivir. Se trata de que lo público se constituya en un ámbito para la negociación, para el encuentro y la conversación. Es decir, se trata de un espacio cruzado transversalmente por una ética asociada al cumplimiento de ciertos preceptos normativos, a través de los cuales se equilibran las diferencias sociales, se les proporciona equivalencia moral a los diversos jugadores y se garantiza la búsqueda de la paz.
En consecuencia podríamos decir que lo político entendido de esa manera no es un ámbito para el engaño, para la trampa o para la triquiñuela ladina. Lo político requiere que exista un reconocimiento por el otro, que nos toleremos, que juguemos limpiamente. Entonces, diremos, no se trata solamente de mantenerse en el poder, sino de garantizar que quienes llegan a ejercerlo lo hacen limpiamente, con reglas del juego que igualan a los competidores, sin ventajas indebidas. Se trata de garantizar la construcción de espacios de bienestar dentro de los cuales los sujetos puedan satisfacer sus necesidades y realizar los contenidos de sus aspiraciones. De allí que la política la entendamos desde la necesidad de crear aquello que nos es común.
Toda esta preocupación nace, en mi caso, en el contexto del fragor de lo político venezolano. Creo que este país da muestras de todo lo equivocado que puede estar un grupo que decidió mantenerse en el poder a toda costa, a pesar de la destrucción generalizada por la que transita el país. Una situación en la cual no somos tratados como iguales, sino que, por el contrario, se evalúa a los ciudadanos en función de la militancia partidista. Los venezolanos enfrentaremos el próximo 6 de diciembre un proceso electoral que se produce en una situación de absoluta inequidad con reglas del juego sobrevenidas, con un marco legal que proporciona ventaja a los candidatos gubernamentales y coloca a la oposición en desventaja.
Vivimos una situación en la cual el gobierno controla los medios de comunicación, en la cual hay limitaciones importantes para lo libertad de expresión, en la cual prevalece la violencia, la que proviene del gobierno y la que enfrentamos en la cotidianidad. Es difícil calificar con certeza la naturaleza del gobierno venezolano que es profundamente populista y al mismo tiempo profundamente autoritario. Para mí lo que queda claro es que la democracia, o lo que queda de ella, está en riesgo.