“¡Qué suerte tiene el vecino por la herencia que le dejaron sus padres!”. Esta es la exclamación de muchos cuando se percatan de que el vecino goza de un patrimonio que no depende precisamente de su esfuerzo directo, o la generación del mismo no es su total responsabilidad. Otros susurran culpando al destino o buscando caprichos divinos: “¿Por qué dios no me castiga como al vecino?”. E insisten con justificaciones provenientes del ocultismo: “¡Con esta brujería que cargo encima, cómo me pueden pasar las cosas buenas del vecino!”.
Aceptar esas expresiones, sería negar el sacrificio que hicieron los padres del vecino para dejarle la referida herencia. Validar que la buena fortuna del vecino esté explicada por el destino y no por los largos debates nocturnos de sus padres cuando decidían qué hacer con determinado tiempo o dinero, sería faltar con flagrancia a la verdad. Definitivamente, convencerse de que “unos nacen con estrellas y otros nacen estrellados”, sería no reconocer que otros emprenden acciones inteligentes y que muchas veces se privan de recreos para moldear su futuro.
El hogar igual a la nación
Tal como pasa en la familia, ocurre en los países. Existen algunos países que en las épocas de mejores ingresos se dedican a gastar como si no hay mañana. En cambio, existen otros que, durante los ciclos de mejores ingresos, deciden ahorrar. Además, están unos países que realizan largas discusiones públicas sobre qué hacer con los recursos. Mientras que otros simplemente resuelven que lo más conveniente es silenciar todas las voces posibles. Como es de suponer, de esta forma se obtienen desenlaces distintos.
Hoy vemos cómo nuestros vecinos peruanos gozan de un Fondo de Estabilización Fiscal cercano a los 5.500 millones de dólares (casi lo mismo que Nicolás Maduro estaba pidiendo al FMI hace unas semanas atrás). Además, poseen unas reservas internacionales envidiables, ascienden a 68.000 millones de dólares (equivalen a las mejores de la región como porcentaje del PIB). En consecuencia, Perú se encuentra con buen oxígeno para enfrentar la COVID-19. Es decir, no tienen problemas de caja para importar insumos médicos, asistir a la población más vulnerable u otorgar créditos a las pymes con garantías estatales.
Más al sur, Chile
Por otra parte, los vecinos chilenos –a mi juicio, los mejores preparados para resistir el embate– poseen diferentes fondos que les permite defenderse con mayor margen.
Actualmente, ellos tienen un Fondo de Estabilización Económico y Social con un poco más de 12.000 millones de dólares, dispuestos a financiar deuda y déficit fiscal; un Fondo de Reserva de Pensiones con 10.500 millones de dólares aproximadamente, con el objeto de cumplir con los compromisos previsionales; unas reservas internacionales por el orden de 37.000 millones de dólares; finalmente, y más importante por estos tiempos, un Fondo de Cesantía con una cifra en torno a 12.000 millones de dólares (nadie en Latinoamérica tiene algo parecido).
Fue la existencia de ese último fondo lo que les posibilitó a los chilenos aprobar un proyecto de ley que permitirá, en términos generales, pagarle al trabajador el 70% de su salario, en caso de pactar una suspensión laboral, o el 25% de su salario, en caso de pactar una reducción de la jornada laboral. Quiere decir, se protege al empleo y a las pymes. Adicionalmente, les ha servido para abastecerse de insumos y equipos médicos, devolver anticipadamente el impuesto sobre la renta y, últimamente, se evalúan medidas de apoyo para los trabajadores independientes.
La verdad es que no es la buena suerte
Así como la historia del vecino y su herencia no estuvo en manos del destino, de igual forma la buena posición de nuestros vecinos no obedece a la carambola. Al contrario, sus músculos financieros crecieron, año tras año, gracias a la férrea disciplina fiscal, la persistencia en el ahorro y la firme creencia en la importancia del rol estabilizador macroeconómico que representa el buen orden de las finanzas públicas.
Ya no vale “llorar sobre la leche derramada” y el “si hubiésemos” tampoco colabora hoy. Sin embargo, si hay alguna lección que tenemos que aprender por estos días para no olvidarla nunca sería: los tiempos malos también llegan y de nosotros depende cómo enfrentamos ese temporal por lo que hicimos ayer. En definitiva, el legado que ostentamos hoy no se debe a la chiripa del destino.
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