Cuando estaba pequeño me gustaba que me regalaran modelos para armar. Aquellos tacos de la primera niñez, que luego se fueron convirtiendo en los famosos legos cada vez más complejos. Era interesante iniciar la aventura de aproximarse a los pequeños pedacitos e ir construyendo poco a poco una infraestructura que a los ojos de un niño parecía maravillosa. Así, uno hacia edificios, puentes, inventaba carreteras e iba pasado el tiempo en medio de la ilusión inocente.
La verdad es que se trataba de un ejercicio de paciencia, de ir mediante el ensayo y el error aprendiendo a encajar las piezas, levantar paredes, construir techos y puertas y ventanas de las diferentes edificaciones. Se trataba de la construcción de una ciudad en la cual me imaginaba vivía gente de buena manera, se daban los buenos días, cooperaban con la finalidad de que la convivencia se mostrase de la mejor forma posible.
Siempre se encontraba uno en esos ambientes infantiles con unos malhechores que eran atrapados por los buenos, por los encargados de mantener el orden y las buenas costumbres. No existía una lógica dicotómica los buenos eran buenos y los malos no. Los buenos siempre ganaban la partida. A uno no podía ocurrírsele la idea de que un Pran impusiese el orden o tuviese la capacidad para secuestrar gente o hacer fechorías sin que los que ejercían el gobierno no hicieses algo al respecto.
Se suponía en la lógica del juego que habían unos señores responsables que no podían echarle la culpa a los demás, que tenía un deber que cumplir y que, en efecto, lo cumplían, que no existía la posibilidad de decir que se trataba de una conspiración en su contra o que desde latitudes imperiales se imponían las circunstancias que siempre eran adversas. La verdad es que los niños tienden a ser exageradamente ingenuos algunas veces.
El ejercicio de construir algo era lento y tesonero. Implicaba planificar de manera cuidadosa donde se colocarían los puntos de apoyo, las columnas y los amarres. La improvisación tendía a producir un resultado desastroso. Cuando esto sucedía tenía la impresión de encontrarme con una ciudad derruida, descuidada, hecha a la marcha forzada, como si se estuviese construyendo con fines inmediatistas y no con la idea de recrear el futuro o la convivencia.
A mí en particular me gustaba pensar que los protagonistas imaginarios de esos juegos preferían vivir bien a hacerlo en condiciones de pobreza, en hacinamiento o escasez. Prefería pensarlos como sujetos lógicos que no se sometían a la mentira y al odio, que eran capaces de discriminar entre la corrección de sus acciones y la transgresión, que se trataban y exigían respeto en las acciones que llevaban a cabo en su mundo imaginario.
Recuerdo que jugaba horas y horas colocando las piezas cuidadosamente una sobre la otra. Destruir es más fácil que construir me decía mi padre cuando me impacientaba por un resultado poco exitoso. –Fíjate que de un manotazo puedes derrumbar todo lo que ya has adelantado, pero hacer las cosas bien requiere de convicción, paciencia y sentido de la proporción. Siempre es bueno intentar mantener cierto equilibrio cuando se decide tomar una ruta u otra, cuando se piensa en realizar una acción o en no hacerlo-, decía el viejo.
Me gustaba quedarme mirando el trabajo realizado y cuando me aburría pensaba en la posibilidad de que unos malvados tomaran la ciudad y empezaran con malevolencia a destruirla poco a poco, a construir en sitios inadecuados, a vejar a mansalva a sus pobladores, a someterlos al escarnio público, al resentimiento, al odio desmedido. Uno puede algunas veces imaginarse que suceden cosas perversas y casi sentir el estremecimiento que produce la maldad cuando se instala dentro de la lógica imaginaria que describo.
Por suerte siempre existía la posibilidad de la redención, los niños tienen la ventaja de que la imaginación da para todo. A veces cuando las cosas se ponían de la peor manera me inventaba la posibilidad de que la acción colectiva llevara a los buenos a ganar el juego, a llevarse la mejor parte, a dejar a un lado a los malvados. A veces para esto era suficiente con inventarse una elección con partición masiva y juego limpio. La verdad es que las cosas resultan muy sencillas cuando uno está en la disposición de soñar que otras cosas son posibles y actuar en consecuencia.