La cuarentena o confinamiento, muy posiblemente, ha reducido los índices de violencia en las calles pero no en todos los sitios ha sido así. Por otro lado, el encierro puede haber generado violencia en los espacios donde la gente ha estado protegiéndose del coronavirus, sus casas.
Venezuela, uno de los países con más alto índice de violencia callejera en el mundo, ni en cuarentena ha podido reducir las noticias que reportan hechos violentos. Allí, los delincuentes han hecho caso omiso al llamado de quédate en casa. Ante la ausencia de gente en la calle, han salido a enfrentarse entre ellos.
Por otro lado, la policía venezolana ha hecho de las suyas persiguiendo a los delincuentes. Así, la violencia en las calles de Caracas, en tiempos de cuarentena, no se ha detenido. Otros estudiosos de la violencia malandra y policial han documentado esta situación.
El encierro de gran parte de la población como consecuencia del COVID-19, tampoco ha detenido otro tipo de violencia en las calles. En muchas de ellas, en muchas ciudades del mundo, se ha manifestado la rabia de la gente por la violencia policial con tinte racista.
Violencia en casa
A la violencia en las calles, que hace rato arropó a la violencia de ficción en el cine, televisión o la virtual en las redes, se suma una que por lo general no vemos, que se documenta solo cuando produce heridas o muertes pero que se manifiesta cotidianamente causando lesiones sociales, psicológicas. Es la violencia dentro de cuatro paredes, la de las familias, las parejas.
El encierro pone los pelos de punta y mientras más tiempo pasa, más puntiagudos se pueden poner. Aquellas familias que viven en tensión aún en tiempos más relajados, la calma de la cuarentena puede haber producido brotes de violencia. Esto no quiere decir que sus miembros empezarán a tirarse cuchillos o tiros. La violencia en la familia no siempre es tan extrema. Cualquier expresión de poder puede implicar violencia.
Una de las violencias más frecuentes y socialmente aceptadas en el contexto de la familia es hacia los niños y niñas. Por lo general, no llega a causar muertes pero si lesiones físicas y las peores, psicológicas, emocionales. El insulto, la descalificación, la amenaza suelen ser prácticas frecuentes de los adultos y de otros niños hacia los de menos edad en la familia.
Los coscorrones, pellizcos, cachetadas, nalgadas, correazos, chancletazos se dan a los niños y niñas como que si nada. Se ve como normal. Los golpes, el causar dolor, como un derecho del padre o la madre. Una forma de educar.
En tiempos de cuarentena, en la que los niños y niñas pueden exasperarse con facilidad, también pueden exasperarse los adultos y mientras los menores expresan su molestia “molestando”, los adultos le dan su “tatequieto”; por lo general, de una forma violenta. Quizás los niños, niñas y adolescentes son quienes la han pasado peor en esta cuarentena.
Violencia hacia las mujeres
Los otros miembros de la familia de alta vulnerabilidad ante la violencia casera son las mujeres. Pueden ejercerla la madre, el padre, los hermanos, hasta los hijos e hijas pero la más frecuente y sanguinaria proviene de sus parejas.
Desde que se decretó la cuarentena o confinamiento, las instituciones defensoras de las mujeres, en todo el mundo, advirtieron sobre el riesgo de que la violencia machista se exacerbara. Encerradas con el enemigo, decía una de las consignas para advertir el peligro que corrían mujeres que, antes de la cuarentena, habían sido víctimas de violencia machista y por la protección de coronavirus, quedaban encerradas con el enemigo.
En España, uno de los países donde la violencia machista tiene más visibilidad –no porque sea donde más se produzca sino porque allí se denuncia y la sociedad, no necesariamente la justicia, es más sensible a estos delitos– y donde el confinamiento ha sido más estricto, se habilitaron teléfonos de emergencia, por provincia, exclusivamente para denunciar casos de violencia machista. A pesar de no detenerla, la situación ha podido ser peor si el recurso del auxilio no existiera.
Lamentablemente, así no ha sido en otras partes del mundo. En la mayoría de los países, la preocupación por la pandemia y la cantidad de casos de COVID-19 ha opacado los de la violencia machista. Muy probablemente, el encierro los ha propiciado. Lo que se temía.
La necesidad de respuesta social
Ahora, cuando la pandemia está en aumento en países pobres donde a las tensiones propias del encierro se suma la critica situación económica de muchas de las familias, crece la preocupación por el aumento de la violencia domestica.
Por ello, es necesario activar a las familias, comunidades y organismos especializados para que cumplan con el deber moral y legal de denunciar, prontamente, la violencia doméstica que se de hacia niños, niñas, adolescentes y mujeres.
A pesar de la incredulidad que pudiera existir hacia la eficiencia de las denuncias en algunos países, hay que denunciar. Hay que hacerlo ante la policía y a otros organismos competentes. Quedarse en silencio, no hacer nada, es peor que la ineficiencia institucional.
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