Venezuela ha celebrado 20 elecciones en los últimos 16 años. Parece claro que la frecuencia de las elecciones no guarda relación alguna con la calidad de la democracia. No era una elección parlamentaria cualquiera, fue una elección que adquirió un tono plebiscitario. La elección se percibió como un punto de inflexión histórico, donde se estaría iniciando el cierre de un muy largo ciclo político en Venezuela.
Fue también una elección muy singular. La más desbalanceada contienda de la historia reciente venezolana, en donde por desdicha se tiene una amplia experiencia en términos de elecciones desbalanceadas. Desde la perspectiva comunicacional el chavismo a partir del 2013 consolidó su hegemonía mediática haciéndose con un amplio entramado de medios de comunicación: radio, TV, prensa y portales web en un abanico hegemónico que tendía a repetir con monotonía discursiva el discurso oficial.
Desde la perspectiva institucional el árbitro electoral actuó con frecuencia como un jugador más a favor del oficialismo que de forma deliberada emitía un mensaje descorazonador a lo: “Estamos parcializados ¿y qué?”. Las reglas se cambiaron con frecuencia y a destiempo, y hubo gerrymandering o arreglos circuitales a conveniencia. Sólo un ejemplo: el Consejo Nacional Electoral implantó la muy justa paridad de género como regla seis semanas después de ocurridas las primarias opositoras, con el claro objetivo de complicar las negociaciones internas. Además de contar con tres importantes dirigentes nacionales presos: Leopoldo López, Antonio Ledezma y Manuel Rosales, también desde la Contraloría General de la Nación se inhabilitaron varios candidatos opositores en plena campaña.
Como si fuera poco con ello, desde el Tribunal Supremo de Justicia se procedió a una singular “expropiación” de dos partidos políticos: MIN y Copei. El TSJ nombró su junta directiva y las nuevas autoridades del partido MIN se hicieron con una tarjeta a imagen y semejanza de la tarjeta electoral de la Unidad que pretendía confundir al electorado. Esta agrupación contó con un abultadísimo presupuesto de campaña. “Somos la oposición” era su lema, destacaba en su imagen gráfica la denominación UNIDAD y se situaba justo al lado de la verdadera, en un tarjetón electoral complejo y rebuscado. Un estudio hecho antes de iniciar la campaña indicaba que sólo esa tarjeta podía desviar la intención de voto opositora en un 7%. El episodio obligó a la Unidad a concentrar prácticamente todos sus esfuerzos de campaña en enseñar a votar a sus electores.
Todas estas dificultades le otorgan un tono épico a la victoria del domingo. Porque aún así, cada abuso, cada afrenta, cada desbalance, era visto por el elector como un motivo de resiliencia personal y de terquedad democrática.
“Llegamos hasta aquí con el voto y saldremos de esto con el voto” fue una frase que escuché decir con mucha frecuencia en esta contienda. Pese al deterioro notable de todos los indicadores de calidad democrática de Venezuela en la ultima década, en términos de desbalance de poderes, libertad de expresión, secreto y manipulación del voto, entre otras, hay un indicador incólume en la democracia venezolana: el talante profundamente democrático de su ciudadanía. La democracia está fuertemente instalada en los memes culturales de los venezolanos. Y si, también los rasgos culturales se replican y se heredan. Esas dos generaciones de venezolanos que vivieron en democracia no transcurrieron en vano. En Venezuela hay democracia, pese al gobierno, por una razón muy poderosa: los venezolanos estamos empeñados en que la haya!
Llegar hasta este punto implicó recorrer un camino espinoso y pleno de dificultades al interior de la propia Unidad Democrática. Las diferencias internas son muchas y la oposición es muy variopinta en lo ideológico y lo personal. Fueron interminables las discusiones sobre el mejor camino por recorrer: el camino institucional y electoral era visto con desprecio por algunos que animaban los atajos no institucionales. Y la lucha cívica era vista por otros como cosas de timoratos, ante la posibilidad de acciones de calle más agresivas. Aún así, la convicción de que el enemigo externo era poderoso e inescrupuloso hizo posible la tan necesaria unidad: unidad de propósito en el activismo y unidad perfecta en lo electoral.
La oposición contará con las dos tercera parte del Parlamento, que le permitirá iniciar el camino de la reinstitucionalización del país. Más allá de esa mayoría institucional la diferencia en número total de votos fue muy alta, más 2 millones y casi veinte puntos. Eso hará que a partir de la derrota se genere una dinámica al interior del chavismo de búsqueda de culpables. Reconocerse como minoría será el primer paso para la convivencia y para la reconstitución del propio liderazgo interno. En cualquier caso, el 6d marcó ese punto de inflexión que definirá el fin de un ciclo político.
Ese final del ciclo debe iniciar las bases para un mejor país: más próspero en lo económico y más tolerante en lo político. Los nuevos parlamentarios están obligados a actuar a partir de esta premisa. El oficialismo deberá entenderse a sí mismo como minoría política y a actuar apegado a los controles y exigencias que le imponga el nuevo parlamento. Por su parte la nueva mayoría opositora debe entender su condición mayoritaria con sentido de grandeza y amplitud. Comprender que la justicia no tiene que ver con la venganza y evitar repetir esos abusos de las mayorías que tanto cometió el chavismo.
La más hermosa lección que nos dio ayer Venezuela es que es posible con la democracia vencer las tentaciones de las autocracias.