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Estudiantes de la Cruz Roja emplean el uso de tapabocas mientras están en las calles de Caracas. Foto Iván Reyes

Uno de los ámbitos de la vida social que más se ha afectado con la pandemia del coronavirus es el escolar. A cualquier nivel y en todos los países. Allí si es verdad que pocas cosas seguirán siendo como eran antes.

Después de un año escolar en condiciones inéditas, y logrado a duras penas, vinieron  unas vacaciones que, para millones, fue poder estar pegados a una pantalla a su antojo y no por obligación. Para la inmensa mayoría, las vacaciones escolares fueron confusas. Sumar casa y más casa. Ocio al ocio.

Ahora se habla de volver a clases. ¿En dónde? ¿Cómo? En tiempos de pandemia, ¡qué riesgo! ¡Vaya problema!

El año escolar 2020

Antes del 2020, iniciar las clases era motivo de alegría: comenzaba una emocionante etapa en la vida de los cursantes. La familia se desembarazaría de los más pequeños de la casa por una buena parte del día. A pesar de los retos y dificultades económicas de muchas, comprar los uniformes, los útiles, forrar cuadernos, libros, era una suerte de diversión compartida. La emoción de la noche anterior tenía tono de fiesta, a pesar de las dificultades de levantarse temprano a partir del día siguiente.

El llamado a clases por parte de algunos gobiernos en este 2020 tiene un tono de duda.  Las autoridades educativas, docentes, padres y madres no saben qué hacer y la alegría que este evento significaba para la familia, se ha convertido en un susto, una complicación. Asistir a clases es un riesgo para la salud de los y las escolares, de su familia. Recibir clases en casa, un inconveniente hasta el fastidio.

¿Dónde recibir clases?

Sin duda alguna, las instalaciones educativas de cualquier nivel son los lugares ideales para recibir la formación académica. No solo porque allí está el personal especializado en ejercer la función docente, sino porque el aula, el patio de recreo, los pasillos, cafetines, las canchas de deporte, cualquier lugar donde estén los compañeros es espacio de entrenamiento para habilidades de la vida. Allí se socializa, se aprende a lidiar con el otro, a enfrentar las burlas, a flirtear. Se aprende a competir, a atacar, a defenderse.

Sin embargo, estos tiempos de coronavirus no son los espacios confiables que eran. No lo serán mientras no exista una vacuna eficaz y un tratamiento adecuado para el Covid-19. Es casi imposible evitar la cercanía física de niños, niñas, adolescentes, jóvenes en salones de clase, en los pasillos, patios de recreo, sanitarios de la escuela, liceo o universidad. Un alto factor de riesgo.

Cierto que las personas de menos edad son menos vulnerables a desarrollar Covid-19 que los mayores, pero cada persona infectada, independientemente de la edad, es un agente transmisor en potencia y lleva el virus por donde vaya pasando. Por supuesto, hasta sus casas donde hay gente de más edad y, entonces, la espiral de contagios y de riesgos mayores, aumenta.

La tele-escuela

Ya desde el año pasado las clases a distancia, la tele-escuela, no fue una opción sino un hecho impuesto por las circunstancias. Salvar el curso implicaba cambios radicales en la forma de impartir/recibir las clases, de aprender. Fue un reto para docentes, familia y aprendices. Aún es temprano para saber cuánto se logró.

En 2020, con el predominio de la tele-escuela, los uniformes, libros, cuadernos,  y otros útiles podrían ser inútiles. No tener que adquirirlos es una economía para la familia. ¿Pero cómo lo harán las familias con menos recursos para disponer de una computadora, una tableta, un celular para cada estudiante en casa? ¿Cómo garantizar el acceso a Internet a todos los sectores?

Si antes había desequilibrio en la calidad de la educación, según el acceso a determinado tipo de establecimientos, calidad de los docentes y recursos de enseñanza, ahora ese cisma ha aumentado. Con la pandemia y sus implicaciones en la educación, las diferencias de conocimientos entre los ricos y los pobres, sean familias o países, es y será mayor. Es una conclusión de los especialistas.

A las limitaciones del acceso a la tecnología se suma la escasa capacitación de docentes y adultos en la familia con la nuevas formas de enseñanzas. No todo el mundo lo sabe hacer. Eso es un problema hasta en los países ricos, en los pobres es mayor.

Las opciones

Los gobiernos cumplen con el deber de llamar a clases presenciales quedando las familias en potestad de decidir si envían a los más pequeños o no. Serio dilema.

La asistencia al liceo o universidades es también una dificultad. Los adolescentes y jóvenes están desesperados por salir de casa, de alejarse de la familia aunque sea por un rato. El llamado a clases presenciales responde a sus deseos. Y allí está el peligro: hoy los jóvenes, por arriesgados, por sus sentimientos de invulnerabilidad, son el vehículo donde más viaja el coronavirus.

Parte del interés de los gobiernos por las clases presenciales está en liberar a los adultos de compromisos en casa para que puedan asistir a sus trabajos y así ayuden a reactivar la economía de sus países. Se la juegan.

El llamado a clases presenciales es una bomba de tiempo. Sus consecuencias,  cualquiera sea su magnitud, se verán no en dos semanas, sino en meses. Entonces, ya será tarde para dar vuelta atrás a la decisión. Pero, siempre, algo se podrá hacer.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: La negación como “salvación“

Leoncio Barrios, psicólogo y analista social. Escribidor de crónicas, memorias, mini ensayos, historias de sufrimiento e infantiles. Cinéfilo y bailarín aficionado. Reside en Caracas.