Tuve la ocasión de conocer a dos personas que, aunque cueste creerlo, si los evaluaba por sus valores, creencias y posturas ideológicas eran muy diferentes, pero si los analizaba a través de sus comportamientos no podía —increíblemente— distinguirlos con facilidad. En principio, parece incomprensible esta extraña coincidencia, pero es más común de lo que creemos. Les detallo esta paradoja a continuación.
Cuando me reunía a conversar con uno de ellos, me comentaba que el sistema económico de un país era más exitoso si dejábamos al mercado a operar con tranquilidad, mientras que el otro amigo me decía que obtendríamos mejores resultados económicos si el Estado tomaba un rol protagónico (porque el mercado es cruel e inhumano, decía).
Además, a ese amigo que le gustaba el funcionamiento del mercado, también afirmaba que los de su color de piel eran los más aptos para el desarrollo económico nacional y, aún más, era mejor que los nacionales estuvieran por encima de los extranjeros. En cambio, el otro amigo opinaba que el color de piel no te hacía distinto para recibir oportunidades y que a todos debía respetarse la igualdad ante la ley.
Por otra parte, el primero sugería que la política debía estar muy lejos de las decisiones económicas, mientras tanto el segundo decía que no podían separarse, pues, la economía política era el mejor de los mundos. Igualmente, el primero estaba convencido de que la libertad es el ingrediente esencial para desplegar las potencialidades de las personas, pero mi otro amigo sostenía que, de igual forma, el Estado tenía que estar cerca de las personas para precaver y controlar.
No obstante, a la hora de materializar sus propósitos, los dos preferían saltarse las reglas; desconocían o anulaban a los que pensaban distinto a ellos; se mostraban intolerantes a la crítica; tenían muchos rasgos de egocentrismo, arrogancia y egoísmo; les gustaba más imponer rudamente sus caprichos por encima de la posibilidad de evaluar las ideas del resto en su mérito; priorizaban sus pensamientos, sensaciones o emociones antes que estimar las opiniones basadas en la evidencia o en el sustento científico; y muchas veces me di cuenta de que ambos se movían por conveniencias en reemplazo de la convicción.
Todavía más, muchas veces me dijeron que nuestro país estaba en descomposición por la corrupción y el nepotismo, pero en las empresas que dirigían contrataban solo amigos y familiares sin considerar la preparación y los conocimientos académicos del resto de los candidatos al empleo. Incluso, buscaban aprovecharse de sus redes para no pagar impuestos o poner propiedades a nombre de otros para ocultarlas. Y, finalmente, ambos en sus hogares tenían una conducta autoritaria y abusadora o, en otras palabras, su decisión no pasaba por un debate familiar donde todos sus integrantes participaban, sino que, al contrario, sus decisiones eran sacrosanta.
Después de analizar a mis dos amigos, me percaté que —definitivamente— los extremos se tocan. Ciertamente, ambos tenían concepciones del mundo diametralmente opuestas, pero el modo de hacer realidad dichas concepciones eran un calco insuperable, pues, los dos se aprovechaban de sus privilegios para avanzar según sus gustos, tenían una repugnancia por el cumplimiento de las normas básicas de convivencia, la impulsividad marcaba sus días y sentían la necesidad de controlar todo a su alrededor.
¿Alguno se parece a alguien que conocen o conocieron? Al menos yo conozco a uno que nació en un pueblito de Barinas y otro en un barrio de Nueva York.
¡Ah, se me olvidaba! También tengo un conocido con los mismos comportamientos que nació en São Paulo y a otro que no se sabe dónde nació, pero por otros amigos me he enterado de que quizás haya sido en Cúcuta. En fin, no se parecen mucho de lejos, pero de cerca no cabe la menor duda.
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