El coronavirus nos tiene locos, agobiados, al punto de desesperación. Se oye eso y más. Las medidas preventivas van para adelante y para atrás. Ya van como 8 meses y el “bicho”, por ahí, amenazante, atacando sin parar. Los números de contagios y muertes siguen creciendo en el mundo. Pudiera pensarse que la prevención no es efectiva. Los gobiernos toman decisiones que parecen incomprensibles. Es necesario detenerse, pensar qué significa lo que está pasando.
Varios mundos, una sola respuesta de prevención
La pandemia tiene una expresión propia en cada lugar. Varían las cifras, la dinámica de la epidemia, la capacidad de respuesta sanitaria de los gobiernos. El proceso de recuperación es distinto, como la vuelta a la “normalidad”.
Una cosa pasa en Europa y otra en cada uno de los países de ese continente. Igual, en América como un todo, en Latinoamérica, en particular. En Asia, África es otra cosa. Oceanía no suena. Pero comprendamos que cada país es un mundo. Distinto, complejo. Que en cada ciudad la pandemia varía. La respuesta tiene que ser particularizada. Error fue dar en todo sitio la misma respuesta.
Además, cada país tiene un gobierno que actúa según sus criterios y prioridades. En las decisiones inciden varios factores: sanitarios, sociales, económicos, políticos, entre otros. Uno quiere pensar que predominan los sanitarios, la salud colectiva, pero no en todos los países, ni ciudades es así.
Se trata de poner orden ante la crisis sanitaria y económica mundial. Casi un caos. Por eso, se siente que vamos para adelante y para atrás.
Lo que es común en todo el mundo es que esta situación sanitaria producida por el coronavirus ha sido inédita. Ni los organismos internacionales, ni algún gobierno estaba preparado para responder eficientemente a una pandemia de estas características. El principio de “según como vaya siendo, vamos decidiendo” rige las acciones.
Menos mal que existe un organismo internacional dedicado a monitorear la salud en el mundo (la Organización Mundial de la Salud, OMS) y coordina acciones. Lo que sigue es que los gobiernos y mandatarios locales respeten las recomendaciones que hace esa institución.
Las medidas preventivas
Nos dijeron: hay que lavarse las manos. No hay problema (si se dispone de agua y jabón, por supuesto. Lo que no es frecuente en las zonas donde predomina la pobreza), usar mascarilla en forma correcta y guardar la distancia de seguridad del otro. Recomendaciones factibles de seguir.
Pero, en momentos críticos de la pandemia, por el comportamiento de la transmisión, la orden fue: quédate en casa, no se te ocurra salir. Corrimos a encerrarnos. Hasta que el hambre, las obligaciones o el desespero hicieron salir a algunos. Otros, cual topos, solo asomábamos la cabeza de vez en cuando. Ya llevamos más de medio año preguntando hasta cuándo. La presión social, psicológica, económica y política pasan factura a la gente, a los gobiernos.
La gente necesita esparcimiento, la sensación de normalidad. La vuelta a clases. Los políticos exigen que los electores se sientan seguros, que la economía se vea reactivada.
El confinamiento estricto, lo deseable por su alta seguridad ante la transmisión del coronavirus, pasó a ser insostenible por razones distintas a las sanitarias. De allí, la necesidad de flexibilizar la cuarentena, pasar a confinamientos parciales, a toques de queda, a restringir horarios, como si el virus tuviera reloj. No hay de otra, piensan los decisores. Esto, a conciencia de que la situación epidemiológica no está controlada.
El comportamiento social
Un factor determinante en la dinámica de las epidemias es el comportamiento de la gente. Después de mucho tiempo de encierro, algunos grupos, particularmente de jóvenes, ante la flexibilización se precipitaron. No hay más distancia de seguridad, ni uso de mascarilla. Como en otras situaciones, no querían instrucciones, menos restricciones. Empezaron a mostrar no solo su rebeldía, sino su hartazgo ante la situación.
El resultado de estos comportamiento, algunos auspiciados por los propios gobiernos para salvar la economía y su imagen, ha producido lo se llama la segunda ola de la epidemia que atraviesa Europa o el no haber podido salir de la primera y producir estragos en la salud pública, como ha ocurrido en Estados Unidos y Brasil.
El riesgo, que estaba focalizado en los sitios públicos, se ha extendido hasta la casa de cada quien. Gente que corre riesgo afuera, puede infectarse y llevar el virus a casa. Eso nos hace tener la sensación de que el virus está a la desbandada y ser más aprehensivos, temerosos del otro.
Una lección aprendida
En esta y en otras campañas de prevención, se ha determinado que una clave en el control de las epidemias está en la conducta de cada quien, en la llamada disciplina social. Si cada uno de nosotros no hace lo que se recomienda para prevenir el contagio del coronavirus, estamos perdidos.
Ante la imposibilidad de volver al confinamiento estricto de hace meses, la responsabilidad está en cada uno de nosotros. Eso hace más peligrosa la situación. Por ello, lo deseable es quedarse en casa todo el tiempo que se se pueda y pedirle a quienes viven con nosotros cuidarse cuando salen.
Tengamos en cuenta las tres M: mascarilla en espacios comunes, metros de distancia de otras personas, manos lavadas con agua y jabón. Una persona que falle en estas recomendaciones nos hace fallar a todos.
Los gobiernos no han cesado en su responsabilidad pero a la hora de la chiquitica, la responsabilidad es de cada quien.
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