¿De qué se trata?
Comparto con ustedes lo que fue parte de una investigación realizada de la mano de personas e instituciones amigas de nuestro país, de nuestra causa, de nuestra gente y, sobre todo, de nuestros jóvenes. Katie Brown ha venido trabajando, desde hace varios años, la narrativa y literatura venezolana con el proyecto “Pensamiento y Libertad”, dando un paso hacia la comprensión de cómo piensan y viven el conflicto nuestros jóvenes.
Ha sido un camino fascinante en el que acompañamos y nos hacemos acompañar en el Centro de Investigaciones Populares, donde hemos estado siempre en la tarea de comprender el mundo-de-vida popular venezolano, en el que esta vez, lo hacemos con Changing the Story, con nuestra amiga y nuestros fascinantes jóvenes.
Viviendo en Venezuela
La expresión que titula el artículo es pronunciada por un joven de 22 años, vive en Chapellín –un barrio en el oeste de la ciudad de Caracas- y su nombre es Beiker. Él está dispuesto a la novedad y su vida se desarrolla en medio de la tensión de un país que le aplasta, pero, que al mismo tiempo, ofrece el tejido de relaciones afectivas que logra sostenerle y la apertura a la posibilidad de soñar. Para él vivir en Venezuela es duro, sin dejar de ser una aventura.
Vivir es potencia
Vivir para nuestros jóvenes, es un reto, es la fuerza que los impulsa a salir del abismo, el ímpetu que rompe los límites impuestos por un país aplastante; dibujan en su existir potencia y expectación, en palabras de Ortega y Gasset “significaría que volvemos a tomar contacto con la inseguridad esencial a todo vivir, con la inquietud, a un tiempo dolorosa y deliciosa, que va encerrada en cada minuto si sabemos vivirlo hasta su centro (…)”. Parece que nuestros jóvenes saben vivir cada minuto, han aprendido a robar alegría a la tristeza, rehacerse todos los días, “resetearse”, como lo dijera un maracucho.
Las imposibilidades
Que nuestros jóvenes se vivan positivos en medio de un país que aplasta, ahoga, limita, nos muestra el rostro de la resistencia, del coraje de un joven que se ha hecho en medio de la adversidad. Su niñez y juventud han sido vividas en medio del conflicto, de la polarización política. En medio del hambre, de la crisis humanitaria, de la violencia delincuencial pero, también, de la violencia del Estado.
Nuestros jóvenes crecieron haciendo cola para comprar comida, vieron desde su ventana cómo salían en grupo sus amigos de la infancia desplazados por el hambre, la sed y la violencia. Vieron a sus padres enflaquecer, porque si ellos comían sus hijos no lo harían. Sus hijos, nuestros hijos, estos jóvenes que se han tenido que tragar la imposibilidad y la limitación. En palabras de Mario, de apenas 17 años, suena así: “yo me siento limitado y con mucho estrés, limitado por el hecho de que no puedo salir, y no puedo comprar lo que quiera, no puedo salir por un helado, por lo menos dos veces al mes, no puedo salir del país, no puedo hacer nada, me siento limitado, tengo que hacer lo único que tengo a mi disposición y ni alcanza, con decir, no puedo, siquiera, pagar una universidad.”
Resistencia y resiliencia
Estos son nuestros hijos, nuestros jóvenes, resistentes y resilientes. Reconocen el límite, pero no se acobardan ante él.
María, una joven de 20 años, lo dice de la siguiente manera: “Es como ese sufrimiento, no sé si a todos les pasa, pero a mí me pasa, sobre todo porque esta situación ya lleva muchos años desarrollándose y empeorando. Pero desde cierto momento, incluso no ahorita, que ya es como la etapa en la que entras en la universidad, ¿vas a trabajar?, ¿cómo agarras tu propio camino? Desde pequeña ya ando con la necesidad de querer ayudar a mi mamá.”
Impulso
El país puede aplastar, pero la reacción no es de resignación ni postración, el amor y la solidaridad es mucho más fuerte que el sufrimiento. Aquí la identidad cultural juega un papel importante.
Podemos concluir que nuestros jóvenes se sueñan libres, aunque no tienen memoria directa de la democracia y les cuesta pensarla, “es que no sé qué es la democracia, dicen que está basada en la libertad, pero la libertad yo no la conozco, no la he vivido” dice, Felipe, con una cierta nostalgia e incredulidad.
Es así como Venezuela es “un ámbito aplastante, pero positivo”. Lugar de lucha, de miedo, de huida, pero también de oportunidad, de compañía, de afectividad entre amigos, de ganas de salir adelante y reconstruir el país. Un país positivo porque es el nuestro y porque estamos aquí, afirmación que se infiere de las múltiples voces registradas en los grupos focales de esta investigación y de nuestra convivencia.
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De la misma autora: La comunidad: raíz de nuestra identidad