La idea del planeta “bajo fuego” se usa como una metáfora de la crisis climática. Tanto así, que a principios de este mes vimos como el océano estaba literalmente en llamas. El 2 de julio, en el Golfo de México, una fuga de gas en una tubería submarina provocó que un anillo de fuego se agitara en la superficie del océano. ¡Parecía el Ojo de Sauron!
Según Petróleos Mexicanos (Pemex), el espectacular “ojo de fuego” en el Golfo de México fue causado por una combinación de tormenta eléctrica, fuertes lluvias y gas que había llegado a la superficie, debido a una fuga en la tubería submarina del campo petrolero de Ku-Maloob-Zaap. Los oleoductos, dada su operación continua y gran longitud, además de estar en un ambiente complejo bajo el mar, pueden sufrir escapes de gas que causan incendios por el impacto de un rayo en las cercanías. Un solo rayo puede transportar más de 100 millones de voltios de electricidad, lo suficiente para comenzar un incendio de esta magnitud.
El infierno circular se formó a las 5:15 a.m. Las imágenes de video del incendio mostraron barcos rociando agua sobre las llamas, extinguiéndose el incendio por completo a las 10:45 a.m., luego de cerrar la válvula e inyectar nitrógeno en el oleoducto, según un comunicado de la empresa petrolera. Pemex agregó: “no hubo derrame de petróleo y las acciones inmediatas tomadas para controlar el incendio superficial evitaron daños ambientales”. Es curioso, ¿cómo hay un incendio y al mismo tiempo no hay derrame?
A pesar de la afirmación de Pemex de que la fuga de gas no causó daños, algunos grupos ambientalistas se muestran escépticos, considerando la falta de transparencia en el sector energético. Pero, en última instancia, no debe verse como un accidente extraño, sino como algo inevitable: depender de las tuberías submarinas de combustibles fósiles significa intrínsecamente asumir riesgos, poniendo en peligro la vida marina y todo lo que depende de ella. Desde que comenzaron las perforaciones petrolíferas en alta mar, su efecto negativo en los ecosistemas oceánicos ha preocupado a los científicos.
La explotación industrial de los recursos de petróleo y gas en los océanos comenzó en 1897, cuando los primeros pozos de petróleo en el muelle de Summerland, California, produjeron petróleo. En el siglo XXI, las perforaciones se han adentrado más en el océano, amenazando diferentes tipos de vida silvestre de aguas profundas. Lo que está en riesgo es obvio: un artículo de 2019 publicado en Frontiers, describe cómo la perforación petrolífera en alta mar descarga fragmentos de roca que se obtienen del proceso de perforación, además de compuestos tóxicos que luego se liberan en el océano, “sofocando” los sedimentos naturales, afectando los hábitats marinos y, a su vez, la biodiversidad del océano.
Un informe del 2007 realizado por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, cita que tanto la exploración y producción de petróleo y gas como el desarrollo de tuberías y cables costeros, son amenazas principales para la supervivencia de los arrecifes de coral, incluso en el Golfo de México. Hasta abril de 2019, había 1.862 plataformas de perforación petrolera en alta mar en el Golfo de México. Muchos ambientalistas criticaron los planes de la administración Trump de expandir la extracción de petróleo en alta mar, argumentando sobre las amenazas a la vida silvestre costera y oceánica, así como el papel de los combustibles fósiles en el empeoramiento de la crisis climática, encontrándose ahora suspendidas estas perforaciones por el presidente Biden.
En un informe de 2009 del Consejo de Defensa de los Recursos Naturales (NRDC) se afirmó: “Los mamíferos marinos, las aves, los peces, los mariscos y otras especies son extremadamente vulnerables a la contaminación por petróleo y los efectos tóxicos a largo plazo, pueden afectar el éxito reproductivo durante generaciones”. Otro informe del NRDC afirmó que el derrame de petróleo de British Petroleum (BP) en la plataforma Deepwater Horizon de 2010, mató a más de mil tortugas y un millón de aves marinas, además de contaminar el 12% de las larvas de atún que eligen la capa más superficial del mar para desarrollarse. El evento lanzó la asombrosa cantidad de 134 millones de galones de petróleo al océano.
¿Podría volver a ocurrir el “ojo de fuego”? Sí. Este ni siquiera es el primer accidente de Pemex: en diciembre, explotó un oleoducto que conectaba a las plataformas marinas con una refinería, lo que provocó que el fuego se posara en la superficie del océano. Las fugas de petróleo y gas se han producido en numerosas ocasiones en los últimos 50 años, a menudo relacionadas con los cargueros que se incendian y liberan petróleo en el océano.
El impacto de la industria de los combustibles fósiles en los ecosistemas submarinos se ha estudiado bastante bien, pero los científicos también están dando la alarma sobre otro método emergente de extracción de recursos, que podría dañar los ecosistemas oceánicos: la minería de metales preciosos en aguas profundas. En junio de este año, un grupo de 300 científicos pidió una pausa en la extracción de minerales en aguas profundas, hasta que se puedan realizar más investigaciones sobre el efecto en la vida silvestre del océano. Factores como la contaminación y las redes de arrastre de las operaciones mineras en aguas profundas, podrían resultar en la pérdida de la biodiversidad y el funcionamiento del ecosistema.
El océano estuvo en llamas, mientras tratamos de comprender las posibles consecuencias de la actividad humana en aguas profundas, que son igualmente perjudiciales para la vida submarina. Investigaciones recientes sugieren designar áreas marinas protegidas, a fin de preservar la vida silvestre del océano de las crecientes amenazas, debido a la perforación en alta mar y la minería en aguas profundas. Solo falta que los gobiernos tomen las medidas a tiempo.
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