Odio en las redes
Prácticamente todos los días presenciamos un bombardeo de odio por las redes sociales sobre el tema Venezuela. Cualquier evento o intento de rearticular fuerzas, negociar salidas electorales en mejores condiciones o levantamiento de sanciones para avanzar -incluso, actos como la asamblea anual de Fedecámaras, con la presencia inédita de Delcy Rodríguez- se convierten en centros de atención de ataques despiadados, cuyo fin pareciera generar parálisis en lugar de alternativas mínimas, para atender el duro conflicto político interno que nos agobia desde hace varios años. La negación permanente o la inoculación del virus del odio, no ayuda en nada para salir de un estadio socioeconómico insoportable para las grandes mayorías del país. Los actores que lo generan parecen estar muy bien orquestados para mantener el actual estatus de la crisis.
La política como construcción de alternativas
En Venezuela se han venido dando pasos, que, aunque tímidos aún, no dejan de ser importantes para avanzar en la construcción de alternativas de solución. Y es que a la política hay que entenderla como el mejor mecanismo para sobrellevar la polis, el orden, la organización social, el camino jurídico para que la sociedad se oriente hacia un Estado que regule la vida en sociedad y garantice la convivencia democrática. Para ello es necesario ceder y entender que hay que construir consensos que reúnan las diferentes posturas que se tienen sobre la vida y el orden jurídico. La política, aunque cuestionada abiertamente en Venezuela y en muchos lugares del mundo en la actualidad, es el vehículo perfecto para sanar heridas y relanzar el pacto social. Pero el mayor desafío de la política actual en el país es desmontar el odio para avanzar en la articulación de fuerzas que promuevan un vector de cambio transformador. No es fácil. No lo ha sido, pero es vital. “La política es un acto de equilibrio entre la gente que quiere entrar y aquellos que no quieren salir” nos decía el clérigo francés, Jacques Benigne Bossuet, con la mayor pertinencia para la realidad del país, que hoy día tiene totalmente trastocado el formato de procesamiento de las diferencias en las disputas por el poder.
El dilema
Entonces, ¿cuál es el camino? seguir profundizando las diferencias con la siembra de odio todos los días, la parálisis social y organizativa de la sociedad, la acumulación de desesperanza y desmotivación o, por el contrario, organizarse para articular de nuevo a una sociedad descontenta, pero desarraigada de la direccionalidad política por sus abiertos cuestionamientos al liderazgo y su dispersión actual. No me cabe duda que es la segunda opción y esa es la que está atada a la política. Albert Camus nos decía que “la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas.” Esta reflexión nos indica que si realmente somos demócratas no podemos permitir que el autoritarismo y el totalitarismo sean las características más emblemáticas de un sistema político. No se puede pretender ser demócrata y destilar odio con supremacía moral por las redes sociales. O volvemos a escenarios electorales y democráticos con la presión articulada y focalizada o dejamos que el extremismo gane espacios que luego profundizarán la parálisis por décadas. Los que promueven el odio hasta ahora han sido minoría, pero como resuenan e impactan diariamente. Al sembrar el descrédito generalizado en lugar de alcanzar una solución digna generan parálisis social por descreimiento. Este esquema de actuación mantuvo por más de setenta años al gobierno soviético y ha mantenido al de La Habana por más de seis décadas. ¿Queremos lo mismo para Venezuela?
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