En esta misma plataforma de Efecto Cocuyo se publicó un artículo sobre el llamado síndrome del impostor y me gustaría compartir algunas reflexiones surgidas con esa lectura.
Los conceptos en psicología
Los científicos sociales, como buenos teóricos, vivimos en búsqueda de nuevos conceptos y celebramos cada vez que aparece uno, porque enriquece nuestro discurso, nos da más de que hablar. Eso sí, siempre y cuando haya novedad y fortaleza en la derivación del concepto. No parece ser este el caso del llamado Síndrome de impostor.
Las creadoras del concepto del síndrome de impostor lo refieren como la percepción o idea que algunas personas tienen de sí mismas o de sus logros creyendo que no se lo merecen. Se sienten impostoras. Algo debe faltar en ese concepto porque si es simplemente así, se están refiriendo a conceptos clásicos en psicología -y no por ello inservibles – como el de inseguridad personal, baja autoestima que llevan a la auto descalificación y pueden producir auto saboteo. Siendo así, no hay novedad en el frente.
Lo que supone el síndrome del impostor
Si hurgamos en el llamado síndrome del impostor encontramos que, según el diccionario de la RAE, impostor es alguien farsante, falso, tramposo, mentiroso, estafador. Me permito agregar, usurpador, cuando se asumen funciones, posiciones, roles que no le pertenecen. Pareciera que el síndrome del impostor, como su nombre lo indica, es un fingimiento, un engaño a si mismo y a los demás.
Cualquiera de nosotros puede ser impostor en algún grado o circunstancia, pero sufriría el síndrome del impostor cuando la idea de impostor es compulsiva, reiterativa. Te crees lo que dices como si fuese verdad y ello te desajusta, te desequilibra hasta producir dificultades en la acción. Así, se parece mucho a otro viejo concepto en psicología -y no por ello inservible- el de mitomanía, alguien que cree que sus falsedades son “verdad”.
El síndrome del impostor está relacionado con la autoimagen, el concepto de sí misma. Hablando en términos psicoanalíticos, es tener conciencia de cómo se es y lo que está haciendo en forma inadecuada. Lo que pudiera ser inconsciente son las causas de ese sentirse impostor.
El síndrome del impostor recuerda otro clásico en psicología -no por ello inservible- el síndrome del baúl, que se sufre cuando alguien es descalificado constantemente por su familia y/o entorno y conserva para sí esos odiosos mensajes, creyendo que no es bueno para nada.
Los riesgos del síndrome del impostor
Una persona impostora es peligrosa socialmente porque engaña, estafa, dice mentiras, por un lado, a sí misma, y, por el otro, a los demás. Si alguien sufre el síndrome de impostor y no se da cuenta de ello, actúa en consecuencia, haciéndose mal, pero lo que es peor, haciéndole mal a mucha gente.
Quien se reconoce -reconocer es un acto que va más allá del conocer- como farsante o estafador y lo ejerce no solo tendría que ser diagnosticado con el síndrome de impostor, sino con otro viejo concepto psicológico -y no por ello inservible- el de sociópata. Alguien con rasgos de sociopatía, actúa fríamente ante al otro, no tiene capacidad de empatizar, solo le importa sus beneficios personales. Narcisista, también lo clasifican psicólogos o y psiquiatras.
Una persona sociopsicópata, en términos morales, no reconoce el mal. Tampoco tiene capacidad de culpa. Paradójicamente, la sociopatía se ve mucho en la gente dedicada a la política, quienes saben fingir y actuar con frialdad. Importándole el otro solo para sus fines egoístas y obtener lo que más ansían, poder.
También preocupa del referido síndrome del impostor que se da en el campo profesional. En estos tiempos, se ha hecho frecuente usurpar roles o profesiones. Muchas veces se hace a conciencia con solo cambiar un nombre, usando otro concepto o categoría para ejercer funciones para lo cual no se tiene formación profesional.
La usurpación profesional puede estar entre los más serios problemas de este siglo. Con el síndrome del impostor nos enfrentamos a un problema clásico: hacer ver algo como no es. El engaño se ha hecho cotidiano. Vale la pena increpar a sí mismo
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