Como todo régimen nuevo, y especialmente aquel que piensa mantenerse durante mucho tiempo en el poder, el chavismo se propuso crear una mitología que permitiera justificar tan prolongada permanencia. A tal efecto rebuscó en los desvanes de la historia y de allí extrajo el culto a Bolívar y la épica independentista. Era lo más fiable y lo que estaba más a mano.
El culto a Bolívar, utilizado por todos los regímenes de fuerza del país desde Guzmán Blanco en adelante, ha demostrado cierta eficacia en mantener cohesionados a gobiernos de distinta índole. Y en crear a su alrededor una base con aquella cosa que llaman “unión cívico-militar” como si tal coalición contranatura fuese posible.
La épica independentista abreva de una concepción romántica de la historia, según la cual multitudes de campesinos desharrapados hicieron la guerra motivados por nobles ideales como justicia y libertad, guiados por mantuanos altruistas e idealistas que se rebelaron contra el pérfido imperio colonial español.
La verdad literaria –que muchas veces es más potente que la verdad histórica– nos la ofrece Arturo Uslar Pietri en su novela “Las Lanzas Coloradas”, y es una visión más acorde con lo que en realidad pudo haber ocurrido. Todo queda resumido en la figura de Presentación Campos, el mayordomo de El Altar, la Hacienda de Fernando Fonta, que apenas se entera de que estalló la guerra viola a la hermana de Fonta, prende fuego a la hacienda y se larga con un grupo de ex esclavos.
Al llegar a la primera encrucijada sus amigos le preguntan hacia dónde se dirigen si se incorporan a las filas realistas o a las patriotas. Se deciden por las realistas: conocedores de los desmanes del Boves, el sanguinario asturiano, están seguros de que él les permitirá saquear, matar y violar: les ofrecerá la impunidad que desean para aplacar su sed de venganza sin consecuencias.
Las Lanzas coloradas es una novela notable entre muchas cosas porque ofrece una visión descarnada de la guerra, bastante alejada de la idealizada épica romántica al estilo de Eduardo Blanco y Venezuela Heroica. En la novela de Uslar no hay héroes sino seres atrapados en medio de una tragedia histórica y que responden a condiciones de clase, raza y formación. El único idealista es Fonta quien juega a la conspiración y al final se da cuenta, aterrorizado, de que la guerra es implacable. Pero ya es tarde y está a punto de morir.
Bolívar no aparece en esta historia lo cual es otro logro de Uslar que pudo ser considerado una provocación en su momento. Uslar nos muestra el resentimiento como motor de nuestra historia, un motor que cuando se activa solo genera odio, sangre y destrucción.
Por supuesto, el chavismo prefirió la visión romántica de la historia y optó por desempolvar el largo y tedioso catálogo de batallas. Pero aunado a ello también buscó actualizar el culto a Bolívar para asimilarlo al culto a la personalidad de Chávez. Desde el punto de vista marxista, la guerra de independencia fue una guerra antimperialista y el gestor de esta nueva cruzada sería el comandante que como militar fracasó al tomar el cuartel de la montaña pero que desde el famoso «Por ahora» demostraría que su nuevo campo de batalla serían los estudios de televisión.
Para ello había que equiparar al comandante nada más y nada menos que con Bolívar y otros supuestos héroes antimperialistas como Fidel y el Che Guevara. De esta suerte, Chávez se incorpora al panteón de la izquierda latinoamericana, el nuevo encargado de desenterrar el hacha de guerra antimperialista aunque solo con palabras, no vaya a creer el imperio que es verdad el incendiario discurso.
Actualizada la épica y puesto en marcha el culto a la personalidad del comandante, en el mejor estilo estalinista, sólo quedaba responder una pregunta: ¿Y las masas? Para los izquierdistas el pueblo es masa, como metáfora de la levadura revolucionaria, símil de la pacífica actividad panadera que le resta belicosidad y la combatividad necesaria a toda imagen de «pueblo alzao». ¿Cómo inventarle un historial revolucionario a este pueblo que se caló pacíficamente cuarenta años de la mal llamada cuarta república?
La lucha contra la dictadura perezjimenista no se puede usar por varias razones: en primer lugar porque fue dirigida por los adecos, supuestos enemigos, aunque los chavistas se copien sus métodos y sus trampas electorales; en segundo lugar porque fue contra una dictadura militar y a los militares ni con el pétalo de una rosa (sería absurdo que un gobierno de base militar como el chavista ensalzara una gesta antimilitarista).
Lo más parecido a un estallido revolucionario era el 27 de febrero. En primer lugar fue contra un gobierno adeco, el segundo de Carlos Andrés Pérez, en segundo lugar fue contra medidas económicas algunas de ellas recomendadas por el Fondo Monetario Internacional (o sea, la mano larga y peluda del imperialismo) como el aumento de la gasolina (que hoy aplica el gobierno sin pudor). En tercer lugar hubo una brutal represión por parte del gobierno que sacó el ejército a las calles y junto a los cuerpos de seguridad del Estado provocaron una masacre que dejó un número aún desconocido de muertos y desaparecidos.
En resumen, que el 27 de febrero podría pasar como un conato de gesta revolucionaria brutalmente sofocado y no como lo que fue: una protesta espontánea por el alza del pasaje que degeneró en saqueos y actos delictivos. No hubo ninguna planificación por parte de ningún partido y mucho menos de la izquierda, aunque el hoy caído en desgracia ex comandante guerillero Douglas Bravo trate de hacer ver que fue el resultado de la acción conspirativa de unos misteriosos motorizados identificados con chaqueta amarilla. En verdad, el Caracazo agarró a todos de sorpresa.
Años después, en 1995, el destacado escritor José Ignacio Cabrujas en su crónica La viveza criolla, reflexiona sobre el hecho y llega a la conclusión de que fue el día más venezolano de nuestra tragicomedia nacional y que representó un quiebre ético, pues la gente de a pie asumió que si los funcionarios del gobierno robaban en total impunidad, ellos también podrían hacerlo a su manera.
El más notable intento de hacer pasar esta página trágica de nuestra historia como el inicio de la gesta revolucionaria, que desembocaría en el régimen chavista, fue la película sobre el 27F dirigida por Román Chalbaud por encargo del gobierno de Chávez, sin duda su peor película y acaso la más vergonzosa rodada en territorio nacional por lo que tiene de mefistofélico doblegamiento ante el poder político. Al final de la misma, un comandante, frente a su tropa formada, emite un discurso donde asegura que nunca más el ejército disparará sus armas contra el pueblo indefenso.
Lo que vemos hoy en día desmonta con creces todo este intento de falsear la historia y torcerla con fines políticos. El ejército reprime toda protesta popular, las imágenes de grotescas colas para adquirir productos básicos inundan las redes sociales así como las de funcionarios militares quienes a la vez participan del bachaqueo, esa especie de saqueo programado desde el gobierno. Y la gente empieza a reaccionar de manera violenta pues violentas son las condiciones a las que están sometidas por un gobierno que le achaca su ineptitud a una supuesta guerra económica en la que ya nadie cree.
Chávez decía que somos herederos del 27F. Lo único que se ha heredado es la impunidad asombrosa de quienes participan de este multimillonario saqueo al erario público, que cada día nos marea con cifras colosales evaporadas en transacciones efectuadas sin ningún control.
Cuánta razón tenía Cabrujas sobre el colapso ético que significó el 27 de febrero. Después de esa fecha aciaga pareciera que todo vale, y los que imponen su ley son los hombres armados y los que más gritan. Y mientras tanto, el ministro de cultura anuncia la creación de un Estado Mayor de la Cultura. La militarización de los artistas, es la única respuesta de un gobierno que por su naturaleza castrense sólo sabe responder con controles y represión. No ha surgido un arte revolucionario porque no hay una revolución en marcha. Y los artistas que en el pasado se decían revolucionarios hoy lucen como tristes leones de circo, se han convertido en una sombra de sí mismos.