Allá en 1998, nos agarró por sorpresa el joven zambo, golpista de Sabaneta, cuando ganaba con amplia holgura de 56,2% las elecciones presidenciales, frente a un Salas-Römer, quien, como un señor feudal, aparecía en las cuñas televisivas cabalgando un “pura sangre”, ataviado con elegante ropaje de terrateniente.
¿Por qué Chávez? Con una retórica a todas luces demagógica, representaba en el ideario colectivo, aquel hombre pobre, que nos arrancaría del desastre económico cultivado en los últimos tiempos de la hegemonía adeca y copeyana. Además, con un lenguaje sencillo, cercano y emocional, prometía a los pobres que los sacaría de su miseria a través de programas de alimentación, educación, vivienda , etc.
La oposición ha tenido varios escenarios de desempeño poco exitosos. Acá un repaso de lo más emblemáticos:
Primera torpeza
La oposición de entonces, todavía con arrastre político, se debatía entre menospreciar al novel presidente a quien tildaban de payaso, porque cantaba, tomaba café y bailaba joropo con su pueblo, y advertir sobre la amenaza de una “cubanización” de Venezuela, de la que todos nos reíamos —incluyendo a este servidor.
Despreciado por las élites políticas y económicas, paso a paso, convocó a una constituyente en 1999, pariendo una nueva constitución nacional, que actualizando la del 1961, probablemente es una de las cartas magnas más completas de América Latina.
En el camino, la oposición, nos burlábamos de la nueva constitución y del “rebautizo” de Venezuela, como República Bolivariana de…, porque nos parecía un nombre grandilocuente y “balurdo”, que sólo reflejaba las ínfulas de Chávez de transformarse en el nuevo “Libertador del mundo”
Tras el proceso constituyente, en las elecciones del 2000, contra su antiguo camarada, Arias Cárdenas, volvió a ganar con una inesperada mayoría de 59,76%.
Ante la pretensión de aprobar un chorro de leyes habilitantes, para avanzar con más agilidad en lo que llamó “la Revolución del siglo XXI” —cuyo significado nunca logramos descifrar—, como oposición nos “pusimos las pilas” y comenzamos acciones y protestas de calle, marchas, marchas, más marchas y cacerolazos, porque sentíamos que nos estaban secuestrando la democracia.
Después, caímos como unos tontos en una trampa “cogoyérica”, y durante el mismo año, 2002, cometimos la torpeza histórica de dar un golpe de Estado fallido y tratar de ahorcar económicamente al país con un paro de la industria petrolera de 2 meses, que le dieron la perfecta excusa a Chávez, para hacerse del control absoluto de PDVSA. Se alejó de sus adversarios, y se blindó con el temible Core de Cuba, llenando su gabinete de militares y civiles de absoluta confianza, así como se hizo de asesores cubanos, para cristalizar su sueño revolucionario.
El discurso y acciones de Chávez migraron radicalmente de una izquierda inclusiva y democrática, a un ya más claro caudillismo neo-marxista.
Segunda torpeza
Mientras el presidente corría a alta velocidad con medidas populistas a través de decenas de misiones sociales con nombres rimbombantes, nosotros, la oposición corríamos una “carrera de fondo” en la que nos hablábamos al ombligo —no al pueblo—, esgrimiendo argumentos como libertad y democracia, que poco interesan a la gente llana.
Desestimulábamos el voto entre nuestros seguidores, basándonos en la tesis de un CNE parcializado y un nuevo sistema electoral automatizado “pinchao”.
Así, con una maquinaria electoral, muy bien aceitada por parte del oficialismo, perdimos el referéndum revocatorio del 2004, y las elecciones regionales del mismo año. ¿Para qué íbamos a votar, si nuestros líderes opositores aseguraban que tanto el registro como el proceso electoral no servían para nada?
Tercera torpeza
En las parlamentarias de 2005, como acto de protesta, la oposición decidió no acudir a la contienda, y claro, el oficialismo conquista todos los curules de la asamblea. ¡Como si eso le importara a Chávez!
En las elecciones presidenciales de 2006, con las misiones “dando y dando”, nuevamente Chávez se hace con el poder con el 62,4% de los votos, frente a un Manuel Rosales, que “burrada tras burrada” en su discurso, se montaba en la tarima con un chorro de niñitos, que decía eran sus hijos, lo que resultó al poster, falso de toda falsedad, y una bella esposa catira —bastante más inteligente que él, como bien lo demostraría en su ulterior gestión como alcaldesa de Maracaibo.
Primera victoria
El movimiento estudiantil organizado, con una estrategia y operativa casi nórdica, logró con un muy bien curado plan electoral, invitar a votar a la oposición masivamente, con su consigna de “manos blancas”, y se logró un triunfo electoral glorioso, en el referéndum para la enmienda constitucional, con la que el presidente pretendía modificar su propia constitución para hacerse de más y más poder. Entonces ¿acudir masivamente a votar funcionaba o no?
Más y más elecciones
En 2008 y 2010, regresamos al discurso anti-voto y perdimos las elecciones regionales y parlamentarias, respectivamente.
En 2012, un Chávez enfermo de muerte, gana las elecciones, con un margen no tan alto, ante un sólido Capriles, elegido en las primarias, por una oposición más unida.
Tras la muerte del eterno comandante, el poco carismático Maduro de entonces, se hizo en el 2013 de un triunfo electoral, teniendo nuevamente a Capriles como contrincante, con un dudoso 50,6% de los votos.
Los opositores no reconocimos el triunfo electoral de Maduro y conminados por una fuerza política encendida, salimos a la calle a protestar masivamente. En un acto todavía inexplicable para este servidor, el propio Capriles, pidió que nos recogiéramos en nuestras casas y no saliéramos a defender los votos.
Segunda victoria
Con la célebre declaración de ¡ganamos niñitas!, el brillante genio de Lilian Tintori, con marido preso y todo, nos hizo saber que arrasamos en las elecciones parlamentarias de 2015, porque acudimos como un aluvión a votar, frente a una frustrada audiencia oficialista, que apostó al abstencionismo como protesta a la pésima gestión y el poco poder aglutinante, de un Maduro muy torpe políticamente.
Cuarta, quinta y sexta torpeza
Con la oposición ya agotada de tanto golpe, desmotivada y fragmentada, además de la ya gastada afirmación de “elecciones trucadas”, el oficialismo logró la mayoría de los estados en las regionales de 2017, y un Maduro, crecido políticamente, hizo trizas a Henry Falcón en las presidenciales de 2018, en medio de un deterioro económico y social, nunca visto en Venezuela, durante una de las crisis económicas y de hiperinflación más graves y duraderas del mundo.
Ya “desinstitucionalizado” el país, facciones radicales de la oposición, hicieron potente lobby en Washington, y lograron implantar las salvajes sanciones financieras y comerciales que hoy nos ahogan a los venezolanos y “atornillan” al gobierno en el poder, pudiendo demostrar al pueblo, que el tan cacareado enemigo imperial, sí existe, y en efecto, actúa contra la patria.
Asimismo, el departamento de Estado, en un nuevo intento golpista —esta vez postmodernista— promovió y financió la autoproclamación de Guaidó como presidente interino de Venezuela. Aquí la cosa se puso más rara que un “perro verde”. Teníamos 2 presidentes, 2 congresos, 2 gabinetes y 2 cuerpos diplomáticos, el oficialista y el opositor.
Guaidó, con apoyo de más de 50 países, entró en una espiral de ofertas engañosas continuas: “Maduro saldrá antes de agosto”, “Junto con Leopoldo López y apoyo militar, hemos tomado la base aérea de la Carlota”. Se sumó a ello, una corrupción y dilapidación de recursos del régimen virtual opositor, que nada tiene que envidar a la propia corrupción histórica oficialista. Además, invitaron al intervencionismo militar de los gringos, como si la sangre derramada en esa invasión iba a ser sólo la de Guaidó y no la del pueblo.
Tras el desastre de la “experiencia Guaidó”, la oposición volvió a invitar al abstencionismo en las parlamentarias del 2020, repitiendo torpemente la historia del 2005, y por supuesto, el chavismo conquistó toda la asamblea nacional nuevamente.
¿Votaré?
Para las elecciones regionales del próximo domingo, en un acto de sindéresis, la oposición logró aglutinarse bajo el paraguas de una plataforma unitaria y llamó a votar masivamente. Aunque no soy optimista respecto a los resultados, se ha demostrado una y otra vez, que, si acudimos a las urnas en masa, ganamos, y si nos abstenemos, perdemos.
Claro que voy a votar, es la única salida, ¡ahora o después! Los invito a votar, para que demostremos tanto opositores como oficialistas, que somos demócratas y que el único camino a una nueva democracia es la institución del voto y la conciliación política.
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Del mismo autor: Las dos Venezuela entre Caracas-Maiquetía