Estas fechas navideñas son las más raras que he vivido en mi vida.

Nuestra familia, como buena tribu venezolana, es muy rumbera. Cada 24 y 25 de diciembre, así como el 31 diciembre y 1 de enero, nos reunimos un gentío entre familiares y queridos amigos, tan amados como la sangre propia, y montamos “el sarao”. Incluye un comedero, tragos, música, regalo robado, y muchas veces karaoke. Somos más 50 celebrando las fechas señaladas.

Desde que comenzó la pandemia, sin duda nos hemos moderado por obvias razones. No obstante, con menos cantidad, y el mismo ánimo festivo, la tradición del compartir se mantiene intacta.

Hombres y mujeres, negros y blancos, pobres y ricos, jóvenes y viejos, chavistas y antichavistas, nos fundimos en un solo espíritu de goce. Cada uno se llega con lo que quiere, y tanto en la mesa, como debajo del arbolito, todo condumio, caña o regalo, es bienvenido y muy apreciado.

En algunas ocasiones, la vida nos da un golpe de realidad y alguien del “grupete” fallece. En ese momento, celebramos su vida, su historia, el amor y recuerdos que legó.

Mi viejo

Este año, el día 24, mi padre de quien muchas veces les he hablado en este espacio y es el miembro más anciano de la familia, se descompensó e hizo una insuficiencia respiratoria y cardiaca aguda.

Por supuesto, lo trajimos a la clínica para darle los cuidados paliativos necesarios, y hoy, 31 de diciembre, estamos hospitalizados con el viejo, esperando que se recupere o que se vaya.

Se sumó el hecho de que mi hijo mayor se contagió de COVID, por lo que esta noche, que les escribo, no habrá la rumba acostumbrada. Entre el obligatorio aislamiento por el COVID y el patriarca de la familia hospitalizado, no están dadas las circunstancias para un festín.

No obstante, en petit comité, hicimos una comidita, nos tomamos unos tragos “encaletaos”, y con el mejor de los ánimos, mi hermano, nuestras esposas, y algunos nietos PCR negativos, armamos en torno al viejo una fiesta silenciosa, calladita, en este ambiente tan peculiar con olor a tapabocas, povidine, gerdex, alcohol, alcohol y más alcohol, pero metílico, no etílico, que es el sabroso de verdad.

El espíritu del tiempo

Si bien no hicimos grandes reuniones, se dio un fenómeno virtual, posmodernista y pandémico, en virtud del cual tan sólo en una semana, mas de 500 mensajes, llamadas, voices, fotos y videos, de la misma familia y amigos mencionados, manifestaban sus deseos por una pronta recuperación, así como mostraban sus mini-rumbas y nos hacían participes electrónicos de las mismas.

Tuvimos que restringir visitas por el tema Covid y para evitar que nos botaran a patadas de la clínica.

Para contarles una anécdota, llena de sentires, uno de los hijos que la vida nos regaló, se dio a la tarea de ir a la casa donde nació el viejo, allá en un pueblo perdido a mas de 6 horas de donde vive Renatto, a quien me refiero, y se sentó en el mismo banco, en el que se sentó mi papa cuando niño. Allí quietico, mi padre pasaba horas y horas, 90 años atrás, viendo como los falangistas hacían de las suyas, y uno, a uno, se iban llevando presos a cada uno de los hombres de su familia, por el simple hecho de pensar diferente.  Desde esas piedras centenarias, con musgo, pátina de sangre y mil recuerdos cargados de dolor rancio, el muy querido nuestro, se sentó, rezó y le envió al viejo un video, deseándole feliz año y pronta recuperación.

Mientras tanto, en la intimidad de la habitación nosocomial, yo que soy apasionado, vehemente, impulsivo e impaciente, lleve al limite la paciencia a mi hermano más de una vez. Mi hermano, un eminente médico, mucho mas racional y calmado que yo, una y otra vez, se caló dudas, angustias y pendejadas que no valen la pena debatir.

Menos mal, que el amor priva sobre toda diferencia, y los desencuentros los resolvemos con un abrazo y un beso.

Alejandro Moreno y sus grandes aportes

Desde hace ya más de 20 años, un discurso político perverso, oficialista y opositor, con ánimos fragmentarios -divide y vencerás-, ha partido en dos nuestro gentilicio, tradicionalmente amalgamado, en rojos y azules, ricos y pobres, negros y blancos.

Repugnantes flashes llegan a mi cabeza de lo que hemos transitado retóricamente en términos de fractura social: “chavistas de mierda”, “resentidos”, “gentuza”, “enchufados”, “negros de porquería”, “pitiyanquis”, “oligarcas basura”, “escuálidos”, “blanquitos estirados”, “patiquines”, y muchos, muchos más.

Alejandro Moreno, quien murió en 2019, fue un sacerdote salesiano español, psicólogo y sociólogo reconocido a nivel mundial.

Muy joven todavía, Moreno se mudo a vivir a Petare y fundó el Centro de Investigaciones Populares, uno de los referentes latinoamericanos en investigación sociológica.

Su extensa obra, incluye trabajos sobre la familia, la mujer y hombre venezolano, el modo de vida de las poblaciones populares y pobres, la violencia y criminalidad. Sobre estos últimos temas, “parió” los libros “Y salimos a matar gente. Investigación sobre el delincuente venezolano violento de origen popular” y “Tiros en la cara: el delincuente violento de origen popular”, que son realmente operas primas, y trabajos de investigación, hoy frecuentemente citados por expertos internacionales en la materia.

Hace no mucho tiempo, conversando con él me comentaba que la separación y polarización que veía en nuestra población por temas políticos, eran una fisura más que una fractura, ya que el fenómeno de la familia extendida venezolana, que incluía núcleo, vecinos y amigos, era algo muy arraigado, propio y único de la venezolanidad.

Me comentaba, que el espíritu de autentica cooperación y amor, hacía que todos los venezolanos tuviéramos hermanos, sobrinos y tíos, que lejos de toda consanguinidad eran amigos con tal grado de afinidad, y tan entregados afectivamente al otro, que se convertían socialmente más significativos que a la propia familia de origen.

Por esa razón, veía las recientes diferencias políticas, raciales y de clases sociales, como un fenómeno temporal generado y alimentado por un discurso político inescrupuloso y calculado, que no podía de ninguna manera vencer la esencia afectiva, abierta y calurosa de la venezolanidad.

De todo corazón, comparto el pensamiento y creer del padre Moreno, de modo que no puedo entender cómo los venezolanos hemos permitido que la intolerancia política oficialista y opositora haya logrado afectar el amor, el espíritu cooperativo y la capacidad de entrega que tradicionalmente en Venezuela hemos sentido los unos por los otros.

Al respecto, lo más fácil es culpar al gobierno y a los políticos opositores, pero no podemos responsabilizar a los demás, por lo que nos compete a cada uno de nosotros, ya que estamos hablando de vínculos entre seres humanos, lo que resulta un derecho y deber personalísimo.

De vuelta a mi viejo

Al cierre de esta entrega no sé si mi viejo estará o no con nosotros. De lo que sí tengo certeza es que, bajo ningún concepto, voy a permitir que nada ni nadie, rompa los afectos de la familia y amigos que durante tanto tiempo hemos gestado.

Los invito a la reflexión, y a revisar nuestra tolerancia respecto a las diferencias en el pensamiento y creencia de los demás. No dejemos que un discurso político vacuo y manipulador, pueda quebrar nuestra esencia y gentilicio.

Hemos sido históricamente un sólo pueblo, y en este momento critico que vivimos, solamente unidos podemos recuperar al país, independientemente del gobierno y de los gobiernos, así como de los políticos de pacotilla que lamentablemente dirigen hoy nuestros destinos. Insisto, políticos oficialistas y opositores.

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