Venezuela no ha escapado de la decadencia. Aunque mucho se ha investigado sobre las implicaciones y causales de la decadencia, siempre aparece un denominador común que podría explicar su incidencia. Hay indicativos que hablan del agotamiento político, cultural o social, también se ha hecho referencia a excesos de presunciones que tienden al empobrecimiento de voluntades o energías que se dejan arrastrar por el cansancio del mundo que se percibe de manera cíclica y viciosa.
Una sociedad decadente es víctima del enorme peso del poder en provecho de su permanencia. Por eso la decadencia articula sus manifiestos donde el juego de la política se presenta. Siempre, articulado con la movilidad de la economía y el desahogo que experimenta la sociedad en sus maliciosos reacomodos con la dinámica política.
Venezuela es exacto reflejo de lo que la decadencia trae consigo. Especialmente, cuando sus gobernantes comenzaron a presumir de las capacidades y potencialidades que determinaron el crecimiento como nación. Sin embargo, sus vicios incitados por las crudas contingencias políticas a consecuencia de la crisis económica en la década de los 90´s, hizo que los gobernantes de entonces no controlaran la atrofia generada por la precariedad de la administración de gobierno puesta en marcha.
Fue entonces cuando la estructura política y jurídica, sobre la cual se deparaba el Estado venezolano, comenzó a fracturarse para abrirle paso, impúdicamente, a la inercia provocada por el impulso de una sociedad arrastrada por la antipolítica. O sea, por el rechazo de la actividad política impulsada por partidos políticos aislados de las realidades.
Así, iniciado el siglo XXI, comenzó a verse enflaquecida la democracia que como sistema político debía actuar como complemento de garantías para la libertad, los derechos, la rendición de cuentas, la separación de los poderes públicos y para el Estado de Derecho y de Justicia.
Venezuela comenzó a transitar por intersticios que dificultaron su avance tal como había sido prescrito por planes de la Nación, elaborados como supuestos lineamientos de desarrollo económico y social.
El núcleo del problema
La decadencia atascó la funcionalidad que Venezuela debió adoptar para vencer las trabas que se interponían en su ruta al desarrollo proyectado. Pero ocurrió todo lo contrario. El país sufrió el colapso inducido por un estancamiento económico que fue adquiriendo magnitud y aceleración. Venezuela fue amodorrada por una parálisis política que entumeció la dinámica social para llevarla a condiciones impensables de resignación, atraso y humillación.
Bastaron estas circunstancias, para que el país cayera en una fase de obnubilación que desató un estado de emergencia humanitaria, la cual envolvió al país con tentáculos propios de lo que define una “decadencia sustentable” o “sostenible”.
Se incitó un éxodo de venezolanos resteados a no desfallecer por la culpa deliberada de un régimen que ha mostrado una sordera y ceguera motivadas por mampuestas conveniencias propias de la inmoralidad y perversión que pautan sus decisiones. Y que hoy han llevado a Venezuela a la aniquilación de valores de libertad, igualdad, justicia y paz sobre los cuales se cimienta el ideario de precursores, libertadores y demás venezolanos que rindieron su vida en pos de un sistema político democrático y avanzado.
Por eso, esta disertación se ha fundamentado en la vía capaz de acuciar una reflexión necesaria que bien podría provocar un viraje hacia derroteros que comulguen con la promoción de la prosperidad y bienestar del venezolano. De ahí que ha sido tocado una de las causas más profundas de la crisis que actualmente abruma a Venezuela. Así que para comprender la gravedad de la situación que padece el país, se ha tenido que hablar de la decadencia y otros males.
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