Foto: Horacio Siciliano

Caracas, miércoles 18 de mayo de 2016: varios ciudadanos pretenden llegar al Consejo Nacional Electoral para exigirle el respeto del derecho constitucional al referendo revocatorio presidencial. La protesta también es un derecho constitucional, ni falta hace que nos extendamos en ella. Sin embargo, los órganos del Poder Público, que deben estar al servicio de la ciudadanía y facilitar el ejercicio de sus derechos constitucionales se empeñan en torpedear y reprimir.

En serio, no veo la necesidad de actuar de ese modo, sobre todo si se trata de un gobierno que dice contar con la aceptación absoluta del pueblo chavecista, y no dudo que así sea. Este pulso innecesario por medir fuerzas, vale decir, con muchas desventajas del lado de los marchistas, nos está llevando al callejón sin salida de la violencia, de la venganza, y lo triste es que ese camino es muy diablo.

Ese día ocurre un incidente en la parte baja de la Avenida Libertador (paradójico ¿no?) allí se enfrentan unos marchistas con un grupo de policías que les impedían el paso, se arma una tángana y cae al piso un policía que recibe varios golpes de estos enfurecidos.

Para muchos esas imágenes fueron catárticas, evocaron una especie de “justicia” frente a los ya acostumbrados excesos policiales y no faltó quien recordara con más rabia que tristeza a Marvinia Jimenez, Kluiverth Roa o a Bassil Da Costa. En la carrera que pegaron los otros oficiales dejando solo al compañero golpeado se revela la rara valentía del policía armado y represor, ese que cuando se encuentra con el espejo de su rabia, huye despavorido.

Destaco con especial énfasis a la persona que protegió al policía, que puso la mano para evitar que la cayapa terminara en un acto más grave. En la acción de ese desconocido reposa la terquedad de mi esperanza.

Dice Amos Oz que la guerra es terrible aunque el mal supremo no es ésta sino la agresión. Acompaño esa reflexión porque vivimos temiendo llegar a una guerra pero olvidamos que todos los días la agresión toma más cuerpo, y ya es una política de gobierno y casi una acción ciudadana.

Ese tren terrible hay que pararlo y el freno no se llama amor, porque el amor es limitado y no es un valor ciudadano. No tenemos porque amar al presidente del país, ni a sus ministros, ni a los chavecistas; ellos tampoco tienen que amar a los que políticamente nos oponemos al modo de gobernar y a su garabato ideológico.

Difiero de Lennon cuando dice que “todo lo que necesitas es amor”. No. Lo que necesitamos es compromiso y acuerdos. Dos valores con muy mala reputación en estos tiempos de fanatismo, en los que se piensa que llegar a acuerdos es de cobardes y más bien es de valientes afirmar que con el enemigo no se negocia. Nótese, que hasta el lenguaje nos ha transformado en enemigos y no en ciudadanos del mismo país.

Necesario es tener sentido de la justicia, habilidad para imaginar al otro y respetarlo, capacidad para hacer concesiones y sacrificios. Repito, no se trata de amor, se trata de paz. La próxima vez, antes de aplaudir una agresión, sea capaz de levantar su mano para impedirla y pensemos que policías y marchistas son dos víctimas del mismo opresor.

Abogada egresada de la Universidad Central de Venezuela con experiencia en derecho constitucional y derecho administrativo. Asesora en la Oficina del ex Rector Vicente Díaz (Consejo Nacional Electoral)....

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