En un país normal, los comentarios de la señora D’Agostino, intentando definir una concepción sobre la estética femenina basada en la militancia política, no hubieran pasado ser lo que son. Una nota frívola, digna de ser reseñada en un algún programa de farándula o en la portada de la Revista Hola. La verdad se trata de una estupidez, de un comentario políticamente incorrecto. Como tal debería haber pasado desapercibido.

Sin embargo, en nuestra muy enferma lógica política, eso que no debió ser más que un asunto mal planteado, un error de criterio, una de esas cosas que a uno se le escapan sin querer; se ha convertido en un tema de discusión pública.

Más allá de las valoraciones, por demás innecesarias, -la verdad es que la hermosura de la mujer venezolana tiene más que ver con la genética que con la ideología; digamos que se trata de un comentario infeliz o al menos inconveniente. Digo que inconveniente porque hay que recordar que lo que tenemos al frente es un mecanismo comunicacional goebbeliano que anda a la caza de errores y gazapos para definir una visión mundo fundamentada en criterios de verdad construidos ideológicamente.

Más que de trasmitir información, de lo que se trata es de imponer, desde la propaganda, una visión homogenizada acerca del mundo. Es así como un simple comentario es convertido artificialmente en una postura política a partir de la cual se intenta definir cuál es la postura del otro.

Es evidente que se trata de una manipulación a través de la cual se busca descalificar. Se trata de un intento por homogeneizar la diversidad que puede haber en la oposición venezolana para definirla como una totalidad. Pero, además, como una totalidad que excluye al otro, que ‘lo mira feo’, que lo desconoce. Claro que resulta fácil en nuestra coyuntura política imponer la idea de que nos movemos entre visiones de mundo contrapuestas.

A fin de cuentas vivimos en un país dividido entre gente que se da la espalda, que no establece diálogos, que se tiene desconfianza.

Lo que me preocupa es que estamos frente a una trampa que nos puede colocar en una ruta hacia una mayor violencia. Acá nos pasan muchas cosas que son cuestionables desde la lógica democrática. Por una parte es inconcebible que no se garantice, desde el aparato del Estado, por ejemplo, el Derecho a Manifestar; es así que estamos divididos entre aquellos que tienen derecho a marchar en el centro de Caracas y aquellos que no. Por otra, lo es que se imponga, a través de los CLAP un mecanismo de control social a través de la entrega limitada de alimentos. Es la imposición de la libreta de racionamiento por otros medios.

Se trata de la construcción del autoritarismo y, desde esa misma lógica, de la destrucción del contrario, de la descalificación de quienes piensan diferente, de la división del país en una lógica dicotómica de buenos y malos, amigos y enemigos, patriotas y traidores.

Se trata de una construcción social en la cual un grupo político, ese que está en el poder, se permite calificar al otro para minimizarlo en tanto que actor político.

La manera como se juega la lógica del poder entre nosotros tiene que ver con la existencia de un discurso preponderante, que es el discurso de Chávez, el cual se trasmite de manera masiva en los medios de comunicación social y en la imposición de una mirada particular acerca del país y sus problemas; una mirada desde la se nos presenta un país idílico cuyos problemas se le endilgan al otro, a aquel que se presenta como un enemigo. Se trata de una idea de la Verdad que se repite hasta el cansancio, que se impone a través de los mecanismos comunicacionales, que permite profundizar la construcción ideológica.

Todo esto es posible ante la ausencia de un discurso contrapuesto. La verdad es que los esfuerzos por construir un mensaje que sea capaz de poner las cosas en perspectiva, que convoque, que movilice han sido hasta ahora infructuosos. No es suficiente con mostrar ante los medios la manera violenta como unos sujetos que, uno podría suponer, son partidarios del gobierno, algunos dicen que funcionarios, le caen a palos a Julio Borges; la verdad es que más allá de la indignación que esto causa, no pasa absolutamente nada.

Por el contrario, el comentario de la Señora D’Agostino es convertido en parte de un muestrario de ficción, que se mantiene en la discusión pública y a partir del cual se intenta calificar a la totalidad de quienes se oponen al gobierno. Esa es parte de la tremenda perversión que caracteriza nuestro momento político. Uno no puede negar que han estudiado bien a Goebbels.

Internacionalista. Director de la Escuela de Comunicación Social - UCV. Doctor en Ciencias Políticas. Profesor en la Universidad Central de Venezuela. Consultor.

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