La cosificación de la mujer no es cosa del pasado. Históricamente, la cultura machista las ha considerado una mercancía que, en la antigüedad, intercambiaban por camellos o eran aceptadas como esposas con el pago de una buena dote, o negociadas, desde muy jóvenes para garantizar la virginidad de la futura esposa a un hombre con dinero.
Hoy, con los avances del feminismo, millones de mujeres han dignificado su papel social, pero hay un grupo de ellas que arrastra viejos conceptos de sí misma, que se asumen y quieren ser mujeres trofeo, objetos sexuales, explotadas, no como las prostitutas tradicionales, sino de una forma más «aceptable», digamos.
Los nuevos trofeos
En gran parte del mundo, ha aparecido un tipo de mujer que vende su cuerpo impulsada no por la pobreza, ni por la falta de dominio de otras artes o disciplinas -razones que se han considerado generadoras de la prostitución- sino por el dinero suntuario, la protección y el poder que les da estar cerca de empresarios, jerarcas políticos, militares, malandros o narcotraficantes, por decir lo que más se ve. Entre sus aspiraciones está ser esposa o amante de hombres poderosos. La novedad actual es que lo hacen a través de eufemismos y presumiendo de papeles sociales que antes eran vergonzosos por lo que exigían discreción, tanto de ellas como de los hombres que las usan. El asunto viene a colación no por razones morales sino porque ellas mismas contribuyen a la degradación de la mujer, situación que disfrutan los hombres machistas
Clásicamente, inclusive en nuestros días, ser prostituta y ser putero (usuario de prostitutas) era motivo de vergüenza por hacer algo que «no se debe», una conducta «pecaminosa», «inmoral» y, por tanto, se hacía y se hace, en la medida de lo posible, desde el ocultamiento, tratando de que nadie se entere, con discreción. En el nuevo tipo de prostitución ellas y ellos están a la vista en las redes.
Las llamadas «modelos» no ocultan lo que hacen, por el contrario, se ufanan de ello y los hombres que se aprovechan de ellas, tampoco se avergüenzan, por el contrario, presumen de sus trofeos. Es un juego tan perverso como la prostitución clásica pero con mayor anuencia social.
Hay contextos en los que hay mujeres que se afanan por ser objeto de deseo solo por sus dotes físicos y manipulan para obtener beneficios económicos por ello y unos hombres a quienes les gusta presumir de la mujer o mujeres que les acompañan y obtener reconocimiento social por ello.
El pensamiento de ellas como objeto
Hay un sector de mujeres, cada vez mayor en todo el mundo, que ha luchado y ha logrado zafarse del concepto de ser vistas como mercancía.
La mayoría de las mujeres heterosexuales se niegan a ser objeto de negocios de sus familias al casarse o buscar pareja por razones solo económicas. Se han hecho mujeres independientes, capaces de enfrentar las demandas sociales, inclusive, por sí solas. En las mujeres lesbianas, por supuesto, eso está fuera de consideración
Hay mujeres heterosexuales que se consideran a sí mismas valiosas solo por sus dotes físicos que las hacen atractivas sexualmente. Ellas hacen todos los esfuerzos posibles para ser codiciadas por cualquier hombre. Ser un objeto sexual no las ofende, por el contrario, las alaba.
Hay mujeres que ansían recibir invitaciones -realmente son ofertas de compra- para ser usadas como objeto de orgullo, de presunción del hombre que la pasea y la posee. Son mujeres educadas para servir y vivir a través del hombre. De un hombre con dinero, poderoso, por supuesto. Es la perpetuación del machismo.
El pensamiento de ellos sobre ellas
No hay prostitutas sin hombres puteros, no hay mujeres abusadas, sin hombres abusadores.
El modelo heterosexual machista indica que los hombres necesitan de las mujeres no solo para enamorarse, procrear, atender a la familia, a él en primer lugar, por supuesto. También para presumir, para ser respetado.
Los hombres machistas coronan sus aspiraciones teniendo a su lado mujeres atractivas físicamente (y si es más de una, mejor). Su autoestima les exige mostrarse como vencedores en su competencia con otros hombres. Quieren ser vistos al lado de mujeres que estén «buenas» (no necesariamente que sean buenas) como logro social y sexual. El mensaje que quieren enviar es: mira lo que me gasto, yo la poseo y ella está satisfecha. Mostrar poder no solo económico sino sexual, dos baluartes del machismo.
Los hombres machistas creen que al ufanar por tener consigo a mujeres hermosas, que están «buenotas», logran admiración, envidia y respeto entre su círculo social por su hombría, por su supuesta energía sexual.
Un juego perverso
En las imágenes que cada vez se hacen más frecuentes en la redes, vemos a hombres «exitosos» rodeados de mujeres explotadas físicamente, que se muestran como triunfadores y triunfadoras. En esencia, lo que la imagen revela es la cantidad de dinero que ellos disponen – muchas veces mal habido-, que les permite pagar favores femeninos bien costosos y ellas, degradadas a objetos sexuales, parecen encantadas de que así sea. Un juego perverso que un sector de la sociedad aplaude.
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