En tiempos de escasez el viejo adagio que dice: “Eres lo que comes”, resulta poco menos que ofensivo. En la Venezuela de hoy, ese refrán que usan como un mantra entrenadores con cuerpos de piedra y modelos a punto de desaparecer, no aplica.

¿Se puede calificar de basura a un hombre por tener hambre? ¿Basura por abrir las bolsas negras que reposan en las aceras y agarrar con la mano un resto de pollo frío, cubierto de un líquido verde de imposible identificación? ¿Basura porque no te alcanza el dinero para comprar ni una canilla diaria?

Es cada vez  más frecuente ver a grupos de personas limpias y bien vestidas escarbando con impaciencia los restos de comida que aparecen en algunas esquinas de Sabana Grande, después de las 3 de la tarde, luego de terminada la hora del almuerzo. Son grupos pequeños, que se defienden entre sí, hombres jóvenes, sin hijos, con hogares, empleos fijos y con hambre.

Argenis, Ernesto, Jesús y Yenderson dan cuenta de lo que ha sido su incursión en las bolsas negras como fuente de comida en las últimas semanas. Todos trabajan y tienen residencia, pero no les alcanza para ir al mercado.

Es una realidad cada vez más frecuente, pero persiste el sentimiento de vergüenza cuando transeúntes y conductores los miran fijamente, por encima del hombro. Tienen expresiones que refuerzan la distancia: una mezcla de asco y miedo que los persigue, aún cuando cambia el semáforo.

Se sienten aludidos, bajan la mirada y pretenden estar concentrados en la escogencia de los restos que se descomponen en un amasijo de material orgánico y desechos. Hay que estar muy pendientes, una equivocación en el pedazo que se lleven a la boca les puede costar la vida. O por lo menos un malestar estomacal.

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Diariamente a las esquinas de Sabana Grande acuden grupos de personas a rescatar de la basura, cualquier alimento que “no huela mal”/ Foto: Horacio Siciliano
Diariamente a las esquinas de Sabana Grande acuden grupos de personas a rescatar de la basura, cualquier alimento que “no huela mal”/ Foto: Horacio Siciliano

Hay otros que asumen su situación con naturalidad. “A mí no me da pena. El estómago te pide comida. No somos extraterrestres ni mutantes. Somos gente que está pasando necesidad”, dice Argenis (45). De repente grita “¡Mototaxi!” y extiende el brazo flaco y mueve la mano, la abanica, para llamar la atención sobre la línea de transporte a la que le hace publicidad.

“Desde hace tres meses conseguí esta chambita, pero antes vivía arrimado en casa de mi hija. Un día me dije: No puedo estar en esta pasadera de hambre y me fui al mercado de Coche. Con los restos que conseguí  hice un asopado de atún. Comí berenjena sancochada. Resolví la alimentación con patilla y melón. Le quitaba lo malo y para el bolso. Con eso bandeaba la papa por varios días”, dice al tiempo que se da un golpe en la barriga.

Ahora, porque consiguió trabajo, abandonó los pipotes. Pero es solidario con quienes no tuvieron tanta “suerte” como él, que logra comprar masa de maíz pilado y yuca. Prefiere comer de la basura que robar.

comer de la basura, Horacio Siciliano
Argenis no quiso que le tomaran una foto de cuerpo entero, porque todavía tiene unas “culebras” pendientes y opta por mantener el perfil bajo/Foto: Horacio Siciliano
Argenis no quiso que le tomaran una foto de cuerpo entero, porque todavía tiene unas “culebras” pendientes y opta por mantener el perfil bajo/Foto: Horacio Siciliano

Ernesto (23) llegó hasta segundo semestre de enfermería. Le gustaba mucho estudiar, pero le resultaba costosa la matrícula. Vive con su mamá y su hermana, es fiscal de camionetas y hace diariamente entre Bs. 2 y 3 mil lo que le alcanza justo para un pan  y un jugo que lleva para la casa.

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Ernesto es sostén de hogar y lo que le da diariamente le permite solo alimentar a su mamá y hermana/ Foto: Horacio Siciliano

Desde hace un mes y medio espera a que los restaurantes de Sabana Grande saquen los restos que los comensales dejan en sus platos, para ingerirlo. “Me ha ido bien Por ejemplo, esta comida está buena. La acaban de sacar del local. Aquí hay pollo y carne”:

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Los sentidos se agudizan al comer de la basura. Un bocado malo y puede costar la vida. Foto: Horacio Siciliano

“Jamás pensé que iba a estar así”, dice Ernesto mientras mete las manos desnudas entre los desechos. Se mezclan huesos, con vegetales, con bolsas de plástico y con suerte, un pedazo de jojoto. Todavía la temperatura está tibia. Utilizan las bandejas de plástico a modo de plato. Eso sí, sin cubiertos. Los dedos funcionan como tenedores. La urgencia es demasiada.

-¿Cómo se siente el hambre?

-Primero te duele la cabeza. Luego, el estómago. Te arden las tripas. Es molestoso. Crees que te vas a desmayar. Cuando decides comer de la basura, primero se te quita la pena, después se te quita el miedo.

Un perro se acerca a olisquear, pero de un manotazo lo apartan. Ya esta bolsa tiene dueños. No se vale compartir.  Jesús (19) es tan delgado que parece que se lo fuera llevar el viento. Casi no habla, se lleva los bocados lentamente a los labios. Casi no levanta la mirada del suelo. “No tengo hijos. Mi hermana es maestra, mi hermano es militar. No me gusta pedirle a nadie y por eso hace dos meses estoy comiendo aquí. Algunas veces consigo pescado y me lo llevo a la casa para hervirlo. Ellos saben que estoy haciendo esto. Pero prefiero no robar”.

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Jesús no tiene hijos. Sobrevive a duras penas, pero no se queja/ Foto: Horacios Siciliano.

El más “veterano” es Yenderson (21) que tiene un año escarbando en la basura. Trabaja en seguridad, pero el sueldo de Bs. 17.500 mensuales no le alcanza. Tiene dos días libres a la semana y los invierte en buscar comida. El lugar más accesible es Altamira. Vive con una tía, pues confiesa lentamente, muy lentamente; que fue un niño abusado por su padrastro. Tiene un teléfono y está orgulloso de él. Realmente es de su tía, pero ella se lo da porque no quiere preocuparse por él. No le gusta llegar tarde a casa. La calle es una cosa seria.

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Ajenos a las miradas de los otros, calman el hambre como pueden. Yenderson tiene en su bolsa, algunos tesoros que encontró en los desechos/. Foto: Horacio Siciliano

Solo una vez se llevaron a Ernesto detenido, pero lo soltaron inmediatamente. La policía no los molesta demasiado. A fin de cuentas, no cometen delitos. “A la gente le digo que no nos critique, sino que vean la situación del país. No todos somos iguales -dice Ernesto. Yo solo hago esto porque tengo hambre”.

Una explicación tan compleja como humana. Una palabra que encierra un drama cada vez más creciente y cuyas consecuencias reales serán medidas en un futuro, quizás en estadísticas, que no describirán el vacío y el dolor de su proliferación.

Texto: @laura_weffer/ Fotos: @hsiciliano

Reportera. Periodista de Investigación. Emprendedora. Directora Editorial de Efecto Cocuyo.

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