Los jugadores de dominó tiraban la fichas con una energía tal, que parecía que las piezas bailaban al ritmo de Celia Cruz. El gañote de la Guarachera del Mundo se escapaba de los resturantes abiertos desde temprano en la calle 8 de Miami. El centro icónico de la disidencia cubana en Estados Unidos bullía en actividad. Carros corneteando; hombres y mujeres de todas las edades ondeando la bandera azul, blanca y roja; gritos de “libertad” y abrazos emocionados.

Un autobús turístico, de esos que no tiene techo y están pintados de color crema y vinotinto, se detenía frente a la Casa del Dominó. Japoneses, europeos y australianos se acercaban, cámara en mano, para ver cómo reaccionaban los cubanos ante la muerte de Fidel Castro anunciada por su hermano Raúl en una emisión nocturna de la televisión. Casi de madrugada.

“Hoy es un día normal aquí -dice uno de los jugadores- quizás un poco más de gente, pero aparte de eso nada más”. ¿Nada más? Después de 60 años de historia en el poder moría el principal líder de la revolución: El Caballo, El Comandante, Fidel.

Ninguno de los jugadores era menor de 50 años. Uniformados con sombreros (de paja, de algodón, de ala o fedora) y guayaberas, sentados alrededor de las mesas, jugando. Concentrados en la próxima pieza. Pero sin dejar de recordar. Hoy es un día para recordar.

Pablo y Lázaro Hernández/Muerte de Fidel/Miami
Pablo y Lázaro Hernández

Adolescencia fusilada sumariamente
“Yo celebro la muerte de Fidel en honor a hermanito que fue fusilado a los 19 años: Alberto Piedra Rojas. A él lo mataron por una de esas leyes extrañas, la ley 1098. La ley de peligrosidad. Yo estuve 11 años preso y mi hermano, aquí sentado al lado mío, estuvo 16. Y no lo celebramos solo por nuestros muertos, sino por los cientos de miles de muertos que tuvieron encima. Por las madres que perdieron a sus hijos en balsas, tragados por el mar”.

Pablo y Lázaro Hernández, con sus nombres bíblicos a cuestas, todavía tienen familia en la isla. Hablaron con ellos en la mañana del sábado y les dijeron que las calles estaban desoladas. Que existía terror y que la Juventud Comunista y los CDR (Comité de Defensa de la Revolución) estaban volcados en las calles para que nadie expresara sus sentimientos públicamente.

“A mí me inventaron una malversación de fondos y estuve 11 años preso en la peor cárcel imaginable. Las prisiones que salen por ahí son “holidays” (vacaciones) comparadas con las de Cuba. Te metían en los manglares y si te negabas, te castigaban peor”, decía Pablo. Mientras tanto Lázaro esperaba para contar su historia.

Detrás de unos lentes negros y con la voz ronca, cavernosa, decía: yo estuve 16 años preso porque estábamos en una fiesta de cumpleaños. Sí, por eso. Resulta que algunas semanas atrás había muerto Salvador Allende en Chile y los de los CDR creyeron que nosotros celebrábamos su muerte. Y nos llevaron a todos. Y me dieron 20 años, pero a los 16 me sacaron y me montaron en el Mariel”.

El barco que trajo a tantos cubanos a Miami también les trajo otra vida. “Espero que con la muerte de Fidel, decía Pablo, se de el cambio que tantos otros países, como Venezuela, están necesitando”.

Ana Hernández
Ana Hernández

El mar picado en dos
“Yo no le deseo la muerte a nadie, pero ahora estoy aquí, tomándome esta cerveza. Él partió del plano terrenal. Y esto ahora es que empieza”, decía Ana Hernández, detrás de unos lentes oscuros y con una chaqueta roja.

También fue una de las exiliadas del Mariel (1980). Con la voz entrecortada por la emoción contaba cómo la separaron de su hija. Sin poder despedirse de ella. A la fuerza. Y cómo años después, su hija fue una de las tantas y tantas personas que se arriesgó y cruzó las 90 millas que la separaban de su madre, en balsa.

“Yo no sabía nada, hubiese estado muy nerviosa. Llegó en balsa de tractor inflable. Solo lo supe cuando llegó aquí. Por cierto, dicen que van a esparcir las cenizas de Fidel en el ma; si es así, ahora sí es verdad que se secó el malecón”.

Lorenzo Delgado/MIami/Muerte de Fidel
Lorenzo Delgado

De la guerrilla al exilio
Lorenzo Delgado tiene 86 años. Estuve en “Las Lomas”, durante la lucha armada. Conoció a Fidel en la universidad. “Era inteligentísimo”, aseguraba sentado en una de las mesas del dominó. “Cuando me monté en el Mariel no pude ni despedirme de mis hijos. Fue muy triste. Estuve tres días sentado en una roca. Con los años me los logré traer a los tres. En cambio a mi mujer, más nunca, y eso que me juró amor eterno”, decía entre risas.

A pesar de tener 4 hermanas en Nueva York decidió quedarse en Miami. “Lo perdí todo, perdí hasta la mente. Le daba demasiado duro al güisky”. Trabajaba en el cabaret Tropicana. Lo recuerda con nostalgia. Dice que era un sitio bellísimo, una hacienda con un árbol de mamón tan grueso que ni el abrazo de cuatro hombres lograba rodearlo por completo.

“Es mentira que la mancha de mamón no se quite. En Cuba creemos que si cae en un mantel, se guarda así, sucio, hasta la temporada siguiente y cuando haya caído la úlima hoja del árbol que lo ensució, se saca y está completamente limpio”.

Los Pallares celebran en familia/Miami/Muerte de Fidel
Los Pallares celebran en familia

Tres generaciones
Los Pallares no estaban en la calle 8. Prefirieron irse en cambote y mostrar su bandera frente a la cafetería más famosa del exilio cubano: Versailles. Héctor, el padre, vivió en Venezuela y en Cuba. “Esto es algo sin precedentes. Con la desaparición física de él, se cumple una cura del mal en la tierra. Ya no existe y nunca debió de haber existido”.

La abuela de su esposa, menuda y con 87 años, está escoltada por su nieto. Dulce María Enamorado fue a lo que llama un campo de concentración. “Ojalá esta muerte cambie algo”. Alto y flaco, Héctor jr. es de la generación que nació y creció en Estados Unidos, que no conoce Cuba ni le interesa y que casi no habla español. Son 70 años de diferencia y sin embargo celebra. “Lo hago por la historia de mis abuelos. Me alegra que se muriera alguien tan malo”.

Reportera. Periodista de Investigación. Emprendedora. Directora Editorial de Efecto Cocuyo.

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