El aroma inconfundible de la hallaca y de los platos decembrinos criollos nos reciben en la entrada del hall de la Catedral de Westminster en Londres, con las notas de la sempiterna gaita Amparito de fondo, y el sonido de los acentos conocidos a nuestro alrededor.
El ambiente familiar, de caras desconocidas pero no indiferentes, estaba abarrotado de puestos con todo tipo de platos venezolanos, donde las hallacas, las empanadas y las arepas rellenas de carne, queso, caraotas y reina pepiada, eran las primeras atracciones culinarias.
Unos veinte puestos de comida, bebidas, bisuterias, artesanía, todos manejados por venezolanos, se encargaron de crear una burbuja festiva que duró unas siete horas y recibió a cientos de personas, la mayoría autoexiliados y en busca de una conexión, aunque breve, con la tierra natal.
Mariana, una muchacha de veintidos años, contó que lleva sólo tres años en Londres y que ésta era la primera vez que venía al bazar.
Ella vive en Brixton con su novio Antonio, quien finalmente pudo venirse el año pasado y reunirse con ella. Mariana dio el salto al autoexilio después de que su mejor amiga fuera asesinada para robarle el carro.
“Yo no me quería ir del país, aunque muchos de mis amigos ya se habían ido. Yo quiero mucho a mi pais y me aferro a las noticias esperando el momento en que las cosas cambiarán”, dice entre nostálgica y esperanzada.
Antonio, a su lado, la abraza y consuela. “Claro que regresaremos. Ninguna crisis dura toda la vida”, le asegura.
Entre la multitud, casi toda venezolana, se observan caras alegres y festivas, en su mayoría jóvenes como Mariana, llenos de optimismo y de energía. Otras caras, más serias y pensativas, pertenecen a los hombres y mujeres de mediana edad, para quienes un cambio de vida tan radical ha sido muy doloroso, frustrante y amargo.
Luisa, de 52 años, explica que lleva cinco años en Londres con sus dos hijos.
“Mis hijos se han adaptado, hasta cierto punto. Aunque siempre están en contacto con sus amigos en Valencia y me preguntan si alguna vez regresaremos a nuestra casa. Nosotros no vendimos, y logramos mudarnos aquí, porque por casualidad mi hijo mayor nació en Birmingham y tenía la nacionalidad británica, y de allí nos guindamos”.
Luisa es química, con doctorado en bioquímica, y trabaja actualmente como asistente de laboratorio con el NHS. “Yo sé que vamos a regresar. Yo lo siento dentro de mi. Venezuela va a salir de este atolladero”, confía.
Jorge Domínguez, uno de los organizadores del evento, contó cómo el bazar navideño ha evolucionado desde su creación en el 2000, cuando se celebró por primera vez en el Bolívar Hall, de la Embajada Venezolana.
“Para 2006 las diferencias políticas empezaron a acentuarse y como nosotros no éramos seguidores del Gobierno nos impidieron celebrar el bazar en la embajada. Desde entonces, nos mudamos para este hall y este año hemos crecido tanto que tuve que rechazar a muchas personas que querían un espacio para ofrecer sus productos. El hall nos está quedando pequeño y quizás el próximo año celebraremos el bazar en otro lugar”, explica con entusiasmo.
Guaco es parte del “soundtrack”. La pieza Me gustan las caraqueñas, anima a los comensales, quienes deleitan sus platos navideños de hallaca, pan de jamón y ensalada de gallina, acompañado de una Polar, un vaso de ponche crema casero o de chicha andina. Otros disfrutan del postre, entre los que se encuentran la torta tres leches, quesillo, torta de piña, alfajores, y guarapo de papelón, así como otras delicias gastronómicas típicas.
Mientras unos comen, otros aprovechan la oportunidad para hacer sus compras navideñas y escogen entre bisuterías hechas a mano, casitas y nacimientos artesanales, posters de paisajes venezolanos, ropa y artículos de decoración.
La experiencia del bazar navideño es alegre, pero no de regocijo. Los venezolanos agradecen la oportunidad de poder compartir y vivir algo que le es familiar, pero también les recuerda lo que sienten que han perdido, o que les ha sido arrebatado.
“Yo no estoy aquí por gusto. Salí asustado y aunque me tengo que adaptar para sobrevivir, siento que estoy un poco amargado. No soy un cobarde, pero no quería enterrar a mis hijos, como han hecho otros padres”, confiesa con pesar Javier Salazar, de 57 años.
“El bazar es bonito y muy organizado. Yo no quería venir por la nostalgia, pero mi familia me empujó y aquí estoy”, dice el caraqueño que lleva tres años de autoexilio, mientras degusta un trago de ponche crema.
A pesar del frío invernal, que para este día decembrino es de menos un grado, los cientos de venezolanos que vienen de distintos puntos de la ciudad, no parecen querer refugiarse de las gélidas temperaturas, sino cobijarse en el calor familiar de su bandera y de su tierra madre.
En el Bazar habia una mesa del Programa de Ayuda Humanitaria para Venezuela donde se estaban recibiendo medicamentos y todo lo vendido será utilizado para pagar envios de medicamentos a Venezuela. No todo es bonche. eso debieron reflejarlo en el artículo
Gracias Roxana. Tiene más noticias sobre esta mesa?