Credit: Cuestión Pública

Hay lugares de Colombia que en este mismo instante son una ebullición de vendedores ambulantes, puestos de frutas, hilera de motos estacionadas a los lados, taxis en medio de la vía, romería de caminantes en las aceras o en medio de la calle.

El ambiente se inunda con bullicio, reverberación, tensión, escándalo musical, frutas en venta, olor a café, aguas aromáticas de hierbas; el domiciliario que va y viene.

Un momento: ¿Colombia no estaba en cuarentena desde el pasado 24 de marzo? Sí, pero ocurre que de a poco el paisaje dejó de ser el de las plazas emblemáticas sin gente, instantáneas de película apocalíptica.

Al ritmo de las medidas del Gobierno, que decidió activar diversos sectores económicos, el pánico del virus pareció asentarse.

Con cerca de 70 días bajo emergencia y confinados, el bullicio regresó a pequeñas dosis a las calles y con él Colombia transita hacia lo que parecen ser los últimos días de esas postales solitarias y silenciosas.

Es que por muy difíciles que sean las cifras de contagio, por más que aumenten de a mil casos por día, como está sucediendo a finales de mayo, nada parece atajar al 47 por ciento de la población que sobrevive a punta de trabajo informal.

La falta de empleo y de ingresos para comer obligó a mucha gente a sacar pañuelos rojos en señal de ayuda. Al principio eran pocas las prendas rojas que colgaban en las casas. Pero con el paso de los días, la solidaridad no alcanzó y se convirtió en una marea roja que se regó por varios barrios de la capital.

Es por eso, por la urgencia vital de llevarse algo cada día a la mesa, que en Bogotá ya salen a las calles más de dos millones de habitantes, según datos de la alcaldía.

Es por esa urgencia que el Gobierno no tuvo más opción que empezar a reactivar diversos sectores económicos desde mediados de mayo. No había manera de contener la tensión provocada por la parálisis a la que se han enfrentado micro y pequeños empresarios que clamaron por ayuda para pagar sueldos, para salvar la mayor parte del 90 por ciento del empleo que aportan al país.

Nunca hay que subestimar el poder de la angustia y la zozobra económica, el aguante de 70 días bajo emergencia.

El Gobierno ha anunciado que a partir del 1 de junio y hasta el 30 se buscará que todo retorne a la supuesta normalidad, con un registro de poco más de 28 mil 200 contagiados con el virus, según el Instituto Nacional de Salud.

Se continuará en cuarentena, sí, pero se llamará “aislamiento inteligente”, un plan mediante el cual se activarán actividades económicas como el comercio, el servicio doméstico y los servicios profesionales.

No hay cómo anticipar qué tanto cambió la vida. Por ahora es preciso decir que sin tapabocas no es posible salir a la calle. Su uso es obligatorio por disposición oficial. Aunque en las calles se puede ver gente que no lo usa.

A las entradas y salidas de espacios públicos, como los centros comerciales, se han instalado protocolos de medición de temperatura corporal con aparatos tipo pistola que apuntan a la frente y arrojan el dato para cada una de las personas que ingresan; a partir de 36º quedan registrados los datos personales en planillas. En los accesos siempre se cuenta con alcohol. Está prohibido ingresar sin una dosis en las manos.

La libre circulación se convirtió en un tema de filas con distancias de dos metros, sobre todo para acceder a lugares donde se adquieren alimentos, bancos y servicios de oficina.

Al juntar estas imágenes con la escena inicial, tenemos la portada ampliada de la cuarentena de un país en el que, al menos en el plano formal, el virus tiene la apariencia de estar controlado y vigilado. Y, por eso mismo, el Gobierno se atreve a dar pasos en las calles que reflejan más firmeza. Pero se cree que lo peor está por llegar, según expresan organizaciones como la Federación Médica Colombiana.

El calendario de las universidades y sus clases por zoom vive sus últimos días. Los centros educativos plantean un regreso moderado a las sedes, con un alto porcentaje virtual.

La movilización en el sistema de transporte masivo reducirá el ritmo: sólo al 35% de su capacidad. Las fronteras siguen cerradas y por ahora no hay señales del retorno de los vuelos internos.

Se permitirá que la población salga algunos días, algunas horas, a realizar actividades al aire libre, pero los bares y las discotecas permanecerán cerradas. Los eventos masivos, públicos o privados, seguirán prohibidos.

En pocas palabras: habrá más vida productiva, pero la vida social seguirá confinada.

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Este reportaje forma parte del Programa Lupa, liderado por la plataforma digital colaborativa Salud con Lupa, con el apoyo del Centro Internacional para Periodistas (ICFJ).