Sus manos están tan mugrientas como el tapabocas con que intenta protegerse del coronavirus. Son las 10:30 am del 20 de marzo y Rosalía del Carmen Marcano Salazar no ha desayunado. Frente a un bodegón al que nunca podría entrar, en la intersección de la cuarta avenida con la segunda transversal de Los Palos Grandes, la indigente hurga en los depósitos de basura que están en la acera en busca de algo que comer.

“Yo sé que eso del coronavirus es grave, pero solo puedo comer de la basura. Por la cuarentena no hay gente en las calles y casi nadie me da limosna. No tengo otra salida”, indica la mujer.

Dice que tiene 54 años de edad, pero aparenta muchos más. Es delgada y morena. Su ropa está relativamente limpia y luce un collar que ella misma hizo. Lleva una gorra negra que dice “Hogar”, algo que no tiene desde hace cinco años, desde que vive en las calles. A pesar de todo, Rosalía del Carmen sonríe.

La mujer dijo haber revisado 10 depósitos de basura sin conseguir nada para comer.

No tiene presente que para evitar contraer COVID-19 debe lavarse las manos: “¡Ay, mijo! ¿Cómo voy a estar pensando en lavarme las manos a cada rato si yo, de vez en cuando y a duras penas, consigo agua de un chorro que está por una de estas calles. Yo lo único que puedo hacer es ponerme este tapaboca a ver qué consigo; y si no consigo, me acuesto sin comer”.

Cuenta que vivía con sus dos hijas, pero que ellas se quedaron con la casa que tenía en Valencia. “Me quitaron mi casa y me echaron pa’ la calle; una de mis hijas es abogada”. Y recuerda con precisión la dirección de la que habría sido su residencia: Central Tacarigua, calle La Esperanza. “Ahora paso el día por estas calles de Los Palos Grandes y duermo por allá por La Floresta”, agrega.

Rosalía del Carmen tiene una lesión en la rodilla que la hace cojear. Asegura que “casi nunca” se enferma: “En estos días me agarró Negra Hipólita y un médico me examinó y me dijo que estaba bien. Pero ellos (los funcionarios del programa gubernamental destinado a atender a las personas en situación de calle) son muy malos. En estos días me agarraron y me entraron a palo. Eso fue el viernes de la semana pasada. Yo no me quise montar, porque allá tratan a uno muy mal”.

Rosalía del Carmen tiene una lesión en la rodilla que la hace cojear.

La mujer dice que estuvo recluida en un establecimiento de la Misión Negra Hipólita, en San Cristóbal: “Me agarraron en Parque Carabobo. Yo estuve en San Cristóbal como un año, pero me vine otra vez para Caracas, porque allá lo tratan a uno muy mal. No le dan comida ni ropa buena a uno…”.

Este 20 de marzo, Rosalía del Carmen estaba a la expectativa por el cobro de su pensión: “Hoy tocaba pagar, pero con esta broma de la cuarentena, los bancos están cerrados y no han depositado. Yo tengo mi tarjeta (de débito). Hace rato fui a la panadería y no tenía real en esa tarjeta. Pero con los 300.000 bolívares que me dan al mes… Eso no me alcanza ni para tres días”.

Esta mañana, en el quinto día de la cuarentena en toda Venezuela dispuesta por el gobierno de Nicolás Maduro para evitar la propagación del coronavirus, Rosalía del Carmen no tuvo mucha suerte. Dijo que había revisado como diez depósitos de basura y no encontró nada que comer. Más tarde se reuniría con otros dos indigentes, uno de los cuales sí halló algo comida entre los desperdicios. A las 11:30 am, en medio de la avenida Francisco de Miranda, frente al Parque del Este, los tres compartieron un arroz revuelto con lentejas.