Ansiosos. Cayó la noche del lunes 24 de noviembre de 2014. Los reos tenían el control de Uribana y querían droga. Asaltaron la farmacia del penal. Tomaron un barril y ahí ligaron alcohol absoluto, acetaminofén, antibióticos, anticonvulsivos y antiepilépticos de diferentes marcas. Prepararon un cóctel.

Se metían de cabeza en el pipote y tomaban sorbos. “Estaban desesperados, como locos, por la droga”, comenta un reo que goza de beneficio de destacamento de trabajo, después de que pasara cinco años encerrado por robo agravado.
Luego de consumir el preparado algunos presos caían tendidos en el suelo. Otros empezaban a gritar y bailar, pero de repente, se quedaban mirando lejos y se desmayaban. 145 reclusos se drogaron entre la noche del lunes 24 y la madrugada del martes 25 de noviembre.
A las 9:00 de la mañana del martes, los presos que estaban lúcidos empezaron a sacar a los moribundos. Abrían el portón principal de la prisión y sacaban a los reclusos desmayados. Afuera los montaban en ambulancias y los trasladaban a diferentes centros asistenciales.
Cuando los bajaban de las ambulancias parecían muertos. Los metían para el área de emergencia y los médicos los intubaban. Estaban en coma, botaban espuma por la boca y tenían la piel azulada, como cuando la sangre pierde el oxígeno. Fueron muriendo poco a poco.
El martes fallecieron tres, para el miércoles la cuenta era de 20 muertos, entre jueves y viernes aumentó a 28 y para el 3 de diciembre ya eran 38 fallecidos. Los cadáveres estaban uno encima de otro en la morgue del hospital central Antonio María Pineda, en Barquisimeto.
Agarraron un marcador y les colocaron números en el pecho a los cadáveres. Eran 1,2,3,4… Ninguno estaba identificado. Los registros que tenían en la prisión con fotografías, nombres completos y cédula los quemaron los mismos presos durante la huelga.
Los familiares, apenas se enteraron de las muertes, se fueron a la morgue. Hacían largas colas y cuando los Policías Nacionales, encargados de la seguridad, movían la mano los familiares entraban a sala de anatomía patológica.
Veían los cadáveres para descartar si su familiar era alguno. No sabían nada de sus presos. Los que permanecían en el penal no tenían comunicación y a los que trasladaban tampoco les permitían llamar para que se reportaran. Era un caos.
En las próximas horas estaré informando en detalle situación de intoxicados por ingesta indebida de fármacos en cárcel de Lara
— maria iris varela (@irisvarela) November 26, 2014
En el camino…
“Ay mi hijo, no puede ser”, soltó María Valenzuela al salir de la morgue, fue la primera en reconocer un cadáver. Se agarró la cabeza con las dos manos y se desvaneció. Su hijo era uno de los muertos. Seguían entrando los parientes, algunos salían con náuseas por el intenso olor a carne piche y sangre, pero sonreían porque no veían a su familiar entre los cadáveres.
Para el 7 de diciembre los familiares terminaron de identificar los 38 muertos. Más de 10 intoxicados murieron entre San Juan de Los Morros (Guárico) y Maracay (Aragua), porque fueron trasladados a las prisiones de esas ciudades.
Al principio, los familiares no creían que los reos se hubiesen tomado el cóctel voluntariamente. “Ellos no son tontos para consumir algo así”, reclamaban a las afueras de la morgue.
Pero el médico patólogo Ismael Chirinos firmó las actas de defunción y ahí dice muy claro que las causas de muerte fueron edema cerebral por intoxicación severa y en otros casos edema pulmonar por intoxicación severa.
El Ministerio de Asuntos Penitenciarios se encargó de los traslados de los cadáveres y pagaron la sepultura. La ministra, Iris Varela, aseguró que llevarían adelante una política para ayudar a los fármacodependientes.
Desde el @mspenitenciario empezaremos a implementar planes de rehabilitación para todos aquellos jóvenes que tengan problemas de adicción!
— maria iris varela (@irisvarela) November 28, 2014