En la mañana del miércoles 8 de febrero estaba resignado a cumplir una sentencia de 10 años de prisión, en la noche lo conducían en un autobús con cortinas negras, sin saber su destino, a un vuelo fuera de Nicaragua. A las 48 horas en Estados Unidos dice: «Mi cabeza es como un alka seltzer». Le bullen los pensamientos y los sentimientos como una pelotica de goma lanzada contra una pared que rebota entre dos extremos: en el destierro, pero en libertad.

Entre los 222 presos políticos desterrados el jueves 10 de febrero desde Managua hacia los Estados Unidos hay nombres que resuenan y que son visibles, como la comandante dos, Dora María Tellez, las activistas Suyen  Barahona y Tamara Dávila; los excandidatos presidenciales Cristiana ChamorroFélix Madariaga y Juan Sebastian Chamorro; pero también hay personas casi anónimas: madres, maestras, campesinos, conductores de vehículos, amas de casa, estudiantes.

Varias de ellas nunca habían salido de Nicaragua, ni pretendían hacerlo. Unos se conocieron en el avión que los llevó a la libertad; en los pasillos del hotel que los acogió en EEUU, mientras hacían los trámites para iniciar una nueva vida. Otros se llegaron a ver en el centro de reclusión, en el cual hasta inventaron una jerga y un “lenguaje” para pasarse mensajes y desarrollaron una hermandad.

La cabeza de Victor es como un alka seltzer, pero habla pausado y meditativo; nunca imaginó ir a los Estados Unidos. “De haberlo sabido no me quito la barba, así habría trabajado aquí como un Santa Claus”, comenta. En cambio, las palabras de Miranda  parecen las burbujas del  efervescente. Está con una compañera de prisión. Ambas son madres y sus hijos, menores de edad, permanecen en Nicaragua.

Los tres coinciden en el lobby del hotel The Westin Dulles, ubicado a diez minutos del aeropuerto, en las afueras de Washington DC.

Este hospedaje  fue convertido en el centro de operaciones  habilitado por el Departamento de Estado para dar respuesta inmediata a este grupo de personas,  facilitar el reencuentro con familiares o amigos; ser espacio para que decenas de voluntarios, junto a funcionarios, respondan inquietudes y atiendan las necesidades emergentes de quienes fueron desterrados. Durante las primeras 48 horas el lobby y los salones de este hotel parecían una terminal de autobús en temporada de alta movilidad; al tercer día el ritmo había bajado.

Al tiempo que los más visibles declaran, otros prefieren mantener la discreción. Sin embargo, hablan, cuentan, se desahogan y, sobre todo, piden mantener su anonimato, como Víctor y Miranda.

De las 222 personas desterradas, 72 son madres o padres de niños y adolescentes, según datos del Mecanismo para el reconocimiento de Personas Presas Políticas de Nicaragua.

Mientras avanzan los días de libertad, también se conocen las nuevas medidas draconianas del gobierno de Nicaragua  contra las personas desterradas. Entre esas, borrar sus datos del registro civil.

Entre los presos políticos desterrados  también están Roberto Larios y  el “Chino Enoc”. Larios fue vocero de la Corte Suprema de Justicia y Enoc, cuyo nombre es Marlon Sáenz, fue aliado del gobierno de Daniel Ortega.

Durante tres días los relatos se van repitiendo, pero con algunas variantes. Las horas previas a la salida el miércoles 8 de febrero, la llegada, la búsqueda de estabilidad, los sentimientos encontrados. “Van al destierro, pero van hacia la libertad”, tuiteó el escritor nicaragüense Sergio Ramírez apenas conocida la noticia el jueves 9 de febrero. Fue como un mensaje ancla para atajar la ambivalencia de sus paisanos.

“Un boleto gratis para Estados Unidos”

De acuerdo con el mecanismo para el reconocimiento de personas presas políticas en Nicaragua, 107 de las 222 personas desterradas estaban recluidas en cárceles ubicadas en Managua. Dos de ellas son  El Chipote y  La Modelo; otros estaban internos en distintos centros del resto del país y solo  ocho pagaban alguna condena en sus casas.

Los testimonios permiten reconstruir una suerte de operativo del destierro que se empezó a ejecutar aquel miércoles, horas antes de que los presos, en sus distintos centros de reclusión, fuesen informados de algún tipo de traslado. En el aeropuerto a todos les entregaron pasaportes. Efecto Cocuyo tuvo acceso a dos de estos documentos que tenían fecha de emisión del 2 de febrero y 4 de febrero de 2023 y cuya vigencia es de 10 años.

El mismo día de la partida hubo sentencias: dos conductores del diario La Prensa recibieron condenas de 10 años de presidio por los delitos de  “conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional” y “propagación de noticias falsas a través de medios de comunicación”.  Al día siguiente volaban al destierro.

La noche de aquel miércoles Víctor había rezado el Santo Rosario, como habitualmente hacía antes de dormir. Luego, les habían apagado todas las luces, como todas las noches, y a la medianoche -tal vez- los despertaron. A él y a sus compañeros les dieron la misma orden que a otros: ¡Cámbiense de ropa !  Les entregaron  una muda de prendas civiles para que se quitaran la braga azul de reclusos. Cero documentos o pertenencias personales.

“Me dio miedo porque no sabía hacia dónde nos llevarían”, dice.

Raúl  Oporta León, integrante de la Unión Democrática Renovadora, también estaba en El Chipote. Recuerda que aquella noche empezó a oír motores de vehículos que entraron a la cárcel. Los identificó como motores pesados.

“Creía que a la celda donde estaba la comandante Dora María Tellez (la comandante dos)  iban a llevar a otras mujeres porque estaban metiendo tres colchonetas”.  Oporta León intentó ver a través de una hendija quiénes podrían ser las nuevas reclusas, “porque lo primero que uno piensa es que es tu esposa u otro familiar”, pero al no poder ver lo qué ocurría exactamente decidió dormir.

“Apenas estaba medio roncando cuando llegaron un montón de policías.  Nos dicen: Raúl Oporta y José Gallo. Nos avientan la bolsa con la ropa civil y ordenan: Cámbiense de ropa”.

A la comandante Tellez le llevaron su ropa civil a eso de las 7 y 30 de la noche, tal vez. Luego le ofrecieron una coca cola y un sándwich.

“Me puse a pensar que ya esto era un movimiento raro. Me puse a pensar: puede ser que venga la comunidad internacional. Fue pasando el tiempo, un oficial llegó a decir: los vamos a agrupar en varias celdas y esperen. ´No me pregunten a dónde van, porque no sé’. Ya a esas alturas, pasada la medianoche, para mí era claro, porque no había otra opción: nos van a montar en un avión, nos van a forzar al exilio, al destierro; pero están obligados a liberarnos”, me dice en una breve conversación en el lobby del hotel.

Mientras los agrupaban en celdas más grandes, donde entre ellos empezaron a intercambiar suposiciones, en el mismo internado  ya habían reunido a ocho mujeres y cinco  hombres que estaban en otro  reclusorio, en el Distrito 3. A la par, en las afueras de La Modelo llevaban a otros presos que estaban en comisarías, según los testimonios recabados por Efecto Cocuyo.

En un audio que circula por Whatsapp se escucha:

“Amigas queridas, no he dormido en toda la noche. Se me vinieron a llevar a mi Pedro, ayer a las nueve de la noche para decirme que  iba a una entrevista a El Chipote, pero que fuera bien vestido…” . El audio hace referencia a Pedro Joaquín Chamorro, quien estaba bajo arresto domiciliario.

Solo de El Chipote salieron nueve autobuses llenos de presas y presos políticos. La comandante Tellez iba en el número uno, Víctor en uno de los últimos;  Miranda, una maestra que fue recluida en el Distrito Tres,  no recuerda en qué bus iba, pero sí que las ventanas estaban cubiertas de sábanas y todo estaba oscuro. Les exigieron que no hablaran entre ellas.

Nadie sabía hacia dónde los enviaban. Algunos pensaban que los iban a trasladar a otra cárcel o a la frontera con Costa Rica.

Momentos antes, en el mismo bus o al bajar de él, a la mayoría les hicieron firmar un documento sin leerlo. En otros casos,   la hoja estaba en blanco. Luego algún funcionario les leería, palabras más palabras menos, lo que habían firmado a ciegas:

«Acepto ser trasladado voluntariamente a los Estados Unidos.  De espontánea voluntad abandono al país…»

Cuando Nidia Barbosa, de 66 años de edad, escuchó aquella sentencia se negaba a seguir el viaje. “Pero al bajar del autobús volteé y detrás de mí sólo había militares y gente de uniforme. Estaba en medio de la noche y al frente estaba el avión”. Ella purgaba una condena de 11 años por “ difusión de noticias falsas y menoscabo de la integridad nacional”.

Los habían trasladado a las instalaciones de la Fuerza Aérea, en el aeropuerto de Managua. Miranda al ver un letrero que decía Fuerza Aérea, pensó que las estaban trasladando a una cárcel militar.

“Se ganaron un viaje gratis a Estados Unidos”, escuchó Víctor quien se debatía entre volver a la cárcel a purgar la condena que le impusieron hasta 2033 o dejar a su familia mientras iba hacia la libertad.

Un avión Boeing modelo  763  de  la aerolínea Omni, que hace vuelos charters, estaba dispuesto en la pista. En esa aeronave partirían al amanecer del jueves 9 de febrero hacia Washington DC.

En la entrada de la aeronave  una funcionaria de la embajada de los Estados Unidos los recibía. Cada uno de los 222  presos y presas recibió un pasaporte emitido por las autoridades nicaragüenses. Algunos recuerdan que ella les dijo: “¡Bienvenidos a los Estados Unidos! ¡Van a estar bien!”.

El vuelo del destierro 

Cuando Julio César,   uno de los presos políticos que estaba en El Chipote,  abordó el avión vio al grupo de la familia Chamorro: Cristiana, Juan Sebastián, Pedro Joaquín y  Juan Lorenzo Hollman. Pero la aeronave aún estaba semivacía. Se fue llenando en la madrugada.

“Me subí al avión en shock. Me parecía una mentira todo lo que estaba viviendo. Lloré todo el vuelo. Fueron las cinco horas más difíciles y duras de mi vida. Con el corazón hecho pedazos y muchos sentimientos encontrados”,  relata Miranda con su ritmo efervescente.

Como ella, otras madres de niños y adolescentes acusaban durante el vuelo el alejamiento forzoso al que fueron sometidas.

Al aterrizar en el aeropuerto internacional de Dulles, que sirve a la ciudad de Washington DC, ya no solo eran desterrados, sino apátridas.

En el vuelo otros repasaban lo que tocaba hacer apenas pusieran un pie en los Estados Unidos. Mientras la noticia se desvelaba, familiares de presos emblemáticos ya eran informados por funcionarios del Departamento de Estado. Otros, sin embargo, no tenían seguridad de si su familiar venía en ese vuelo. Los medios oficialistas de Nicaragua publicaron la lista de los 222 presos excarcelados.

A  las 10: 43 a.m. el periodista nicaragüense radicado en Costa Rica, Wilfredo Miranda, tuiteó: “el vuelo del destierro de los 222 presos políticos aterrizará en Washington en 38 minutos”.

De acuerdo con el itinerario, el avión despegó a las 6:30 a.m. hora de Nicaragua, la duración fue de 3 horas 48 minutos. Aterrizó en Dulles a las 11:30 a.m., hora ET.

La llegada

Apenas se supo la noticia el jueves, cuando ya los desterrados volaban hacia el aeropuerto Internacional de Dulles-, ubicado  en las afueras de Washington DC-, familiares, amigos y activistas se movilizaron hacia las instalaciones de la terminal aérea.

Además de activistas y  los familiares de algunos de los prisioneros más conocidos, hubo también parientes de aquellos presos anónimos.  Wileima y una amiga eran dos de ellas. Son nicaragüenses y trabajan en el aeropuerto. Esa madrugada habían llegado a sus casas a las 2 a.m. luego de terminar sus labores. Apenas se enteraron del vuelo se devolvieron  al aeropuerto.

Wileima quería que el esposo de su prima, a quien ella no veía desde que era una niña, al menos fuese recibido por un rostro conocido. No tenía en ese momento mayor información; igual estaba Julio, quien fue a esperar si realmente en el vuelo venía un amigo que fue encarcelado en septiembre de 2022. Tampoco manejaba información la señora Alicia, quien leía en una lista que su cuñado viajaba en ese avión.

Todos se reunieron en la puerta de salida número uno. Allí  cantaban Nicaragua, Nicaragüita, una canción popular;  gritaron proclamas como “Nicaragua libre”, rezaban, daban gracias por lo que consideraban un milagro  y esperaban mientras decenas de cámaras y periodistas se iban sumando al contingente que aguardaba la salida de las personas desterradas.

Aunque el avión aterrizó aproximadamente a las 11:30 a.m., fue a las 2:00 p.m. cuando un funcionario del Departamento de Estado se acercó para informar que los pasajeros saldrían por otra puerta, de manera privada y  serían trasladados hasta el hotel Westin.

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