El domingo 1 de mayo en la mañana fueron localizados dos cadáveres en el callejón del Diablo, entre El Calvario y el 29 de Julio del sector Copacabana de Las Clavellinas de Guarenas. Además de los impactos de bala en su cuerpo, los asesinos dejaron un letrero en el que se leían las palabras: “No debo robar. Atta: consejo comunal”.
Una de las víctimas tenía entre sus pertenencias un carnet de motorizado perteneciente a la línea Marina, con el nombre de Jesús Álvarez, y una fotocopia de cédula de José Antonio Torres Hidalgo, de 61 años de edad, al lado de una estampa de Jesucristo con la corona de espinas. Otra identificación encontrada pertenecía a Deikel Ignacio González García, de 21 años de edad.
El caso está en las manos de los investigadores del Eje de Homicidios de Guarenas del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas.


Esta institución policial tiene en su haber otros dos casos similares, en los que tres cuerpos más fueron encontrados con advertencias como las que les dejaron a los hombres en el estado Miranda. Las cinco víctimas fueron asesinadas este año.
El primer caso registrado fue el 26 de marzo, cuando en debajo de la pasarela del Barrio Sucre de San Mateo, estado Aragua, los residentes encontraron una cabeza de un hombre que al lado tenía una hoja pisada con una piedra.
“Que a todos los sapos les va a pasar algo peor que esto. Att: El Ciru”, fue el escrito que dejaron con tinta roja al lado de la extremidad decapitada de Jesús Ramón Canache, de 45 años de edad.
El cuerpo de la víctima fue hallado dentro de su vivienda, ubicada en la calle principal del sector según informó El Pitazo. En ese momento se manejaba que el asesino sería el delincuente apodado “El Cirujano”, pues éste opera en la región desmembrando a sus víctimas.

Casi un mes después, el 18 de abril, otros dos cuerpos aparecieron con otro mensaje: “No devo rovar (Sic)”. Fueron identificados Pedro Ricardo Ricardo Blanco, de 20 años y José Virguez, de 22 años. Los dejaron con varios impactos en la Urbanización Montalbán de La Vega, sector el Tanque de Distrito Capital, dentro de una casilla de vigilancia.
Un funcionario de la Policía de Libertador que llegó al sitio del suceso informó a Efecto Cocuyo que las líneas que conformaban las letras estaban distorsionadas, presuntamente porque los delincuentes obligaron a una de las víctimas a escribir esa esquela.
Las etiquetas
“Estas prácticas parecen una copia de los modus operandi de los grupos exterminio brasileños de los años 90 o de los carteles mexicanos. Los primeros estaban formados por expolicías que mataban a delincuentes y les dejaban mensajes con los delitos que los fallecidos habían cometido. Los segundos, utilizaban los mensajes para amenazar a sus enemigos e indicar la razón: se robó la droga, delató al cartel o no quiso participar en la red de narcotráfico”, analizó el criminólogo y criminalista y exfuncionario del Cuerpo Técnico de Policía Judicial (antiguo Cicpc), Javier Gorriño.
Mencionó que esta es la primera vez que en Venezuela se registran casos similares. “En la novela Por estas calles había un personaje llamado ‘El hombre de etiqueta’. Era un policía que ajusticiaba a delincuentes y los obligaba a ponerse una etiqueta en uno de los dedos del pie. Pero en Venezuela no se había dado esta situación”, manifestó.
Para Gorriño los delincuentes buscan dar a conocer un mensaje con estos carteles sobre sus víctimas. Quieren indicar que a ellos “no se les roba” y amenazar a los enemigos. Policialmente, los letreros sirven de pista para identificar a los autores: “Estas piezas pueden ser analizadas en experticias grafotécnicas, pues está comprobado que los grafismos tienen marcas que individualizan al autor tal cual una huella dactilar”, afirmó.
El hombre de la etiqueta existió en efecto ; este personaje salió de la pluma de Ibsen Martínez usando como modelo al funcionario de la Policía Metropolitana, Tairo Aristiguieta, al que el país conoció en los años 80 como uno de los indiciados en el triple crimen de Mamera.
Tairo Aristiguieta presumiblemente secuestraba a los malhechores, los mataba y luego los abandonaba en algún paraje solitario, no sin antes colgar en el dedo pulgar de uno de los pies una etiqueta que constituía su firma personal y una advertencia para otros delincuentes. Tairo Aristiguieta quedó solo como sospechoso de complicidad en aquella ocasión de Mamera pues nunca se le pudo probar nada.