La Escuela Hospitalaria del J.M. de los Ríos, “La Escuelita” como fue cariñosamente bautizada, tiene más de 50 años en funcionamiento, durante los cuales se ha convertido en un refugio para niños y niñas cuyos días transcurren entre pastillas e inyecciones. El miedo y la incertidumbre que ocupan su día a día son sustituidos, al menos por un rato, por risas y esperanza.

En la vida de un niño, la escuela es un pilar central. Es donde hacen amistades, se divierten, aprenden y se sienten independientes por primera vez. Perder esto suele tener un impacto muy fuerte en sus emociones, pero al menos los que son tratados en el JM de los Ríos, encuentran en “La Escuelita” una señal de normalidad.

Adelina Hernández, la Coordinadora de Psicología de la Escuela Hospitalaria, señala que “este espacio se convierte en su hogar”. Cada mañana, Hernández atiende a un promedio de 20 niños, a los que además de transmitirles su amor por la vida, les enseña valores, límites y firmeza “pero todo con amor”, asegura.

Cada uno de los docentes de La Escuelita se encarga de verificar que el niño mantenga la continuidad escolar que llevaba antes de la enfermedad. Los enseñan a leer y a escribir, ven clases de matemáticas, lengua y literatura, pintan y colorean para asegurarse que cuando logren superarla, su vida pueda volver a normalidad. Hay proyectos académicos establecidos por grados, que las maestras y  representantes realizan con el niño.

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Pero en La Escuelita no se limitan lo académico. Después de recibir un diagnóstico de gravedad la vida de un niño da un giro total y ellos se encargan de hacer la transición más llevadera. “Tienen que adaptarse a la enfermedad”, señala Hernández. “Le enseñamos todo lo referente al proceso que están pasando. Qué es su padecimiento, dónde se ubica y qué hace. Los ayudamos con las emociones que sienten y les enseñamos a autocuidarse, a ayudarse ellos mismos”

Además de los psicólogos y docentes, cuentan con un grupo de voluntarios que los ayudan con el progreso de los alumnos. Hay un Programa de Atención Hospitalaria, organizado por miembros de El Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, que todos los jueves da clases de música a los niños. Recorren los pasillos del hospital, transformando la música en alegría. El Programa, iniciado en el 2012, le enseña a los niños a tocar cuatro, bandola, violín, percusión y las campanas.

Estudiantes de arte también se dan cita en el recinto para entretener a los pequeños con sus obras, que van desde cuadros hasta stop motion. Así mismo, hay un equipo de voluntariado de fisioterapeutas que ayudan con su desarrollo psicomotor.

En su labor, los docentes hospitalarios no escapan de dificultades. Hernández relata que este año les ha costado más conseguir los útiles escolares “nos hacen falta hojas, colores, plastilina, pinturas…”. Para dibujar e incluso para realizar papeleo administrativo, están utilizando papel de reciclaje.

La Escuelita no acepta donaciones económicas, pero sí de útiles escolares. Los años anteriores siempre habían recibido suficientes para cubrir la demanda, pero este año la historia fue diferente. No se atreven a asegurar una causa exacta, pero los altos precios surgen como la respuesta más lógica.

Sin embargo, los miembros de la escuela no dejan que esto los desanime. Resuelven como pueden, “estirando” los materiales. “Mi hija trabaja organizando eventos, y ella nos da hojas usadas por un lado para que las usemos. A veces a los niños no les gusta, porque dicen que la hoja está sucia, pero en ocasiones no tenemos otra alternativa”

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Las instalaciones de La Escuelita tienen un parque, una sala de lectura y un área de juegos, pero lamentablemente no todos están en condiciones de acceder a ella.

“Si un niño no baja, la escuela sube”

Sus brazos se extienden hasta las áreas de Oncología y Nefrología para asegurarse que ningún niño se quede por fuera, sin importar lo grave que sea su estado.

Ninoska Gómez es la docente que se encarga de que los pacientes oncológicos se mantengan al día con sus competencias académicas. Fue asignada por la Asociación Venezolana de Padres de Niños con Cáncer hace 3 años, y, a punta de sonrisas se ha ganado el cariño de todos los que han sido sus alumnos.

Mientras sostenía esta conversación, dos pacientes que habían terminado su tratamiento por el día, se acercaron a darle un abrazo de despedida. Ninguno superaba los 10 años.

En el departamento que se encarga de los pacientes oncológicos no solo se encargan de los pacientes hospitalizados, también ven clases aquellos que pasan a hacerse exámenes de laboratorio, quimioterapias o consultas de control.

Cada vez que llega un paciente, una de las docentes educativas de la unidad se comunica con la escuela donde están inscritos para que le envíen el plan de evaluación. Posteriormente, se encargan de que los niños realicen este cronograma con el fin de que, cuando salgan del hospital libres de la enfermedad, puedan retomar sus actividades escolares regulares.

Cuando se le pregunta cuántos niños atiende Gómez, no puede evitar suspirar al recordar que no todas las historias tienen finales felices. “A veces es muy duro”.

Relata un caso especial, donde logró ganarse a un niño que no quería nada relacionado con el hospital. “Cuando llegó me le acercaba y lloraba. Al final desarrollamos tan buena relación que en sus últimos tratamientos solo preguntaba por su maestra”.

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Los niños cuya situación es más grave, están bajo atención especial. Si tienen que estar hospitalizados, una psicopedagoga y una psicooncologa se encargan de visitarlos a su cama para ayudarlos y guiarlos.

Los padres coinciden en que este servicio ayuda a los niños a desarrollarse, no solo a nivel académico sino también emocional y social. “Cuando está en la casa está inquieta, pero aquí se concentra jugando o con su maestra.” asegura María Canelon, madre de una paciente de 11 años que hace más de 1 año es regular en los pasillos del hospital. “También enseñan a los padres. Me enseñaron sobre su alimentación, su higiene, qué hacer en caso de que se sienta mal…”

Lo mismo siente Erika Marín, a pesar de que su hijo aún no está en edad escolar. El bebé, que recién cumplió los 3 meses, asiste mensualmente al J.M. A pesar de que Erika espera que su hijo supere por completo el padecimiento, le da tranquilidad saber que La Escuelita está ahí para ella y para cualquiera que pueda necesitarla.

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