Fueron por trámites, por razones médicas, por vacaciones de una semana y se quedaron varados indefinidamente. Esa es la vida de los 310 venezolanos que ahora están varados en Colombia, esperando algún tipo de ayuda para poder volver al país.
En el caso de Martha Pedrique, lo que la llevó a Bogotá fue renovar su visa americana. La necesitaba porque su esposo, paciente gástrico, iba a ser operado en Estados Unidos. Le aprobaron la visa el 12 de marzo y le entregaron su pasaporte, con el visado, el 17. Desde ese día está intentando volver. La única opción que le dieron fue tomar los vuelos de Conviasa, pero como los destinos habilitados son Managua y La Habana, le tocaba hacer Bogotá – Panamá – La Habana – Caracas.
Todo el trayecto le costaba más de 1.000 dólares, que no tenía. Además, corría el riesgo de contagiarse en algún aeropuerto y llevar el virus a su esposo, ya convalesciente y con 63 años. Dice que está eternamente agradecida con el sobrino que la acogió.
Tiene tres grandes preocupaciones: el cuidado de su esposo -quien ahora está con sus hijos-, el dinero acabándose -viajó con un presupuesto limitado- y sus medicinas. Sufre de tiroiditis crónica (Enfermedad de Hashimoto) y se llevó las dosis contadas. No sabe cuándo volverá a casa ni cuándo podrán operar a su esposo.

Algo parecido está viviendo Juan García. Fue de vacaciones a Bogotá por diez días y lleva ya tres semanas. Al no poder trabajar a distancia, no está produciendo nada. Debe pagar una renta diaria para quedarse en una habitación arrendada con una amiga. Pudo los primeros días, pero ahora su alimentación y alquiler dependen de la ayuda de ella. Es diabético, insulinodependiente, no puede cumplir su dieta y teme por el día en el que se le acabe el tratamiento.
Fue al aeropuerto para intentar viajar, habló con Migración Colombia y con el Ministerio de Salud. “Me dijeron: si no tienes insulina, cómprala, o que alguien te la envíe”. En Maracaibo vive con sus padres, de más de 70 años. A ellos les dice verdades a medias. Que todo va bien, aunque no tenga fecha de retorno.
Carmen Castellar dejó en Venezuela a su hijo de siete años y a su mamá. Su esposo vive en Estados Unidos. Su desespero para volver fue tal que, luego de que cancelaran los vuelos a su país, compró pasaje para irse a Cúcuta e intentar pasar la frontera. El pasaje era el 18, pero al cerrar la frontera terrestre no iba a poder pasar. Se quedó. Perdió ese pasaje.
“Mi mamá me necesita para resolver en mi casa y yo necesito regresar”, dice la también ciudadana colombiana. “A mí Colombia me ha dado la espalda. He hablado con Migración, digo que somos más de 300 venezolanos… y como si nada”. Ella sí puede trabajar a distancia, pero es la que se encarga de todo en su casa en Venezuela. Su mamá no puede manejar. Le preocupa que se acumulen las diligencias o que las provisiones vayan mermando y no pueda hacer nada.
Aunque Conviasa ha organizado vuelos comerciales desde destinos que no son propios de la aerolínea, en estos casos ninguno ha obtenido respuesta. Tampoco de las autoridades.
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Tomás Guanipa, embajador designado en Colombia por el presidente encargado Juan Guaidó, logró gestionar el ingreso de varios venezolanos que se habían quedado varados en El Dorado, aeropuerto que sirve a Bogotá. Con los que siguen en la ciudad, no hay mucho más que puedan hacer aparte de censarlos y mantenerlos informados. Así los días pasan.
#ATENCIÓN || Comunicado oficial de la Embajada de Venezuela en Colombia ante la situación que atraviesan 310 de nuestros connnacionales en Colombia por la decisión del régimen de Nicolás Maduro de suspender unilateralmente el tráfico aéreo entre Venezuela este país hermano. pic.twitter.com/aYhCR88keE
— Embajada de Venezuela en Colombia (@EmbajadaVE_Col) March 27, 2020
También hay parejas en esta difícil situación. Alicia Campos y su esposo están varados; bajo el cuidado de la abuela, de 76 años, quedaron sus hijos de 10 y 18 en Venezuela. Su fuente de ingresos, un negocio familiar en su país de origen, está cerrado. Ella, abogada, logra hacer algo de trabajo a distancia, pero es insuficiente. Están viviendo en Valledupar, a 12 horas de Bogotá, con su sobrino. Para ellos, que fueron a tramitar su visa, es la opción que representa menos gastos.
Entre estos 310 venezolanos hay gente que se quedó varada mientras estaba en tránsito. Ángel Malliotakis viajaba desde España con su mamá, hipertensa, y aunque intentó volver a tiempo para llegar a Venezuela, no lo logró.
Arribó a Bogotá el 14 de marzo y, como la suspensión entraba en vigor el 16, compró pasajes para el 15. Cuando llegó al aeropuerto no lo dejaron volar, porque le dijeron que el Instituto Nacional De Aeronáutica Civil (INAC) había adelantado la medida.
Mantenerse en Bogotá es un gasto inesperado que le cuesta mucho mantener. Pero es lo emocional lo que más le afecta; su hijo de dos años le dice “que está bravo”, no entiende porqué papá no vuelve a casa.
También le pasó a Laura Vásquez, que viajaba desde Estados Unidos. Su vuelo original era Miami – Santo Domingo – Caracas, pero los primeros vuelos que Maduro canceló fueron los provenientes de República Dominicana y Panamá. Compró Miami – Panamá – Medellín, para intentar luego cruzar la frontera.
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Primero, tuvo que pasar la noche en el aeropuerto panameño. Después de varias gestiones, logró llegar a suelo colombiano. Cuenta que en Panamá habló con la representante del gobierno de Juan Guaidó, quien le explicó que hay poca voluntad política del gobierno venezolano para ayudar a los venezolanos varados.
Agregó que las soluciones son difíciles y deben ser por cuenta de los ciudadanos. “Ahora me encuentro varada, con movilidad nula, exigiendo mi derecho de poder regresar a mi casa con mis hijos de ocho y diez años y hacer mi cuarentena allá”, dice Laura.
En la búsqueda de soluciones, se han ayudado entre sí los afectados. García explica que el grupo de WhatsApp, originalmente creado para organizar el regreso, se dan contención emocional. También, quienes están más holgados económicamente, se han unido para hacer mercados para ayudar a los que están en situación más vulnerable.