Ilustración: Shari Avendaño - @shariavendano

La diáspora trastoca el núcleo familiar. Hace siete meses Liz Kerly Vergara, de 32 años de edad, tomó una decisión que nunca imaginó: apartarse temporalmente de sus hijos para salir de Venezuela en búsqueda “de un mejor futuro para todos”. Casos similares han comenzado a resaltar a medida que va en ascenso la emigración de los venezolanos.

Liz Kerly vivía en Barquisimeto, estado Lara, con los dos niños y su mamá de 55 años de edad, y era el sostén económico del grupo. Pero a medida que se agudizó la crisis en el país se sintió “asfixiada”, porque su sueldo no le alcanzaba para cubrir sus necesidades.

“Adelgacé. Me quitaba la comida de la boca para dársela a mis hijos (de 1 y 10 años de edad), porque quedaban con hambre. No aguanté y decidir irme con todo el dolor de mi alma”, relata desde Viña del Mar, en Chile, donde reside desde hace seis meses y trabaja como asistente de cocina en un restaurante.

Antes pasó un mes en Ecuador, pero no fue bueno. “La gente no era amable, conseguir trabajo fue difícil. Tuve que vender ambientadores para carros en un semáforo, llevando sol todo el día, aguantando las babosadas de los hombres”, recuerda. Al emigrar no contaba con el dinero para llevar a los niños, por lo que la abuela se quedó cuidándolos. “Gracias a su apoyo estoy aquí”, expresa.

Las fallas de internet en Venezuela le han dificultado comunicarse a través de videollamadas. Cuando lo logran, su hijo mayor a veces llora. “Se que sufren porque a pesar de lo material que les dé necesitan el calor de madre”, dice Vergara. Su plan es buscarlos en pocos meses. Por ahora les envía dinero semanalmente.

Casos inéditos

La socióloga Carla Serrano, miembro de la Red por los Derechos Humanos de Niños, Niñas y Adolescentes (Rednna), consideró que este escenario es “uno de los últimos recursos que la gente está tomando” para lograr una mejor calidad de vida, en una suerte de “huida”. Estimó que estos casos comenzaron a registrarse hace más de un año y los catalogó como inéditos, en comparación a experiencias similares de países de Centroamérica y Colombia.

La investigadora de la Universidad Católica Andrés Bello indicó que se trata de un proceso complejo y descartó que el Estado este aplicando políticas públicas para contrarrestar este fenómeno y reunificar a estos paisanos con sus hijos. Recordó que, además, la antropología de la familia venezolana enaltece la figura de la madre, así como de las abuelas.

Apoyo psicológico

Tras ser víctima de la delincuencia en varias oportunidades, incluso dentro de su apartamento en el municipio Baruta, estado Miranda, Carla Morales, de 22 años de edad, también se aventuró a emigrar. El mes pasado se fue a Perú con su esposo y dejaron a sus bebés de 1 y 3 años de edad con su suegra.

“Cuando decidí viajar por tierra supe que no me podía traer a mis hijos. La carretera es difícil… peligrosa. Como adultos pasamos hambre, frío, dormimos en el suelo… Si nosotros pasamos ‘roncha’, con niños hubiese sido peor”, cuenta la joven.

Carla aún llora a diario por la separación, pero no se arrepiente. A sus niños los ve a través de la pantalla de su celular cada dos o tres días cuando su abuela, quien la crió, los busca y lleva al parque.  “Ella tiene teléfono inteligente y mi suegra no. Pero a veces no me paran mucho. Mi hijo mayor tiene 3 años, es muy inteligente. A veces siento que me mira mal, como diciendo que por qué lo deje”, dice con la voz quebrada, en una entrevista por WhatsApp.

“No es nada fácil puesto que yo he criado a mis hijos de una manera muy distinta a como mi suegra lo está haciendo ahorita. Pienso que cuando ellos lleguen aquí quizá voy a tener que llevarlos a terapia”, agrega.

“No es lo mismo criar hijos que nietos”

Desde Valencia, estado Carabobo, Yulis Piña, de 58 años de edad, es una de las abuelas que se plantea asumir la responsabilidad de cuidar a sus nietas mientras su hija se establece fuera del país con su esposo. “Una tiene 4 años de edad y la otra está por cumplir 16. Me correspondería cuidarlas por lo menos un año”, dice.

Aunque su hija todavía no viaja, ya realizaron algunas gestiones y le otorgaron un poder notariado a Yulis para que pueda representar legalmente a las niñas en ausencia de sus padres. La abuela admite su preocupación por este nuevo compromiso “porque no es lo mismo criar hijos que nietos, pero no le pude decir que no a mi hija, ella cuenta conmigo”, dice.

Su angustia principal es sobre el cuidado de la adolescente, “por ejemplo, cuando tenga que ir a una fiesta tendré que estar muy pendiente, sus padres me van a pedir cuentas”, confiesa.

Miembros de la Rednna recordaron que la responsabilidad de los progenitores advierten la importancia de que se deje clara la condición jurídica del niño mientras sus padres no estén con ellos.

Ilustración: Shari Avendaño – @ShariAvendano

Periodista egresada de la UCV. Estudiante del posgrado de periodismo de investigación del grupo editorial Perfil y la Universidad del Salvador en Argentina.

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