Venezuela es una cola. Una larga hilera de personas que madrugan para hacer compras básicas, aunque un palo de agua les dé los buenos días. Una queja en cascada por la escasez, el alto costo de la vida, el agua y la luz que se van y vienen, el temor a un atraco o, peor aún, a un asesinato. Es también un saco de resignación: “Si este Gobierno nos puso a hacer colas, pues ¿qué más nos queda?”, se preguntaba una señora en Barinas, mientras esperaba su turno para poder comprar detergente. El país es también una réplica del discurso oficial: “Esto es una guerra económica. Que estemos así es culpa de los Estados Unidos”, decía otro señor en una fila en San Cristóbal, allá donde en febrero de 2014 iniciaron las protestas antigubernamentales que se extendieron por varios estados y se mantuvieron durante meses.
Todo esto es posible decirlo, con información de primera mano, gracias a un viaje de nueve días emprendido por Efecto Cocuyo para documentar la crisis, en principio, en siete estados del país: cinco ciudades y seis pueblos. Al rodar 1.373,6 kilómetros con #LaRutaDeLaEscasez hablamos con gente de Carabobo, Yaracuy, Cojedes, Portuguesa, Barinas, Mérida y Táchira, en ese orden. Tratamos de indagar sobre sus rutinas, modos de vivir y los problemas más puntuales de cada uno. “¿Y en Caracas cómo está la cosa?”, “¿también hay colas en la capital?”, preguntaron muchísimas veces.
En Valencia, Puerto Cabello, Nirgua, Miranda, Tinaquillo, San Carlos, Guanare, Mérida, Ejido, San Cristóbal, San Antonio del Táchira, Sabaneta y Barinas sufren cortes de luz de hasta seis horas. Un taxista de esta última ciudad, donde las colas son más largas que en el resto de las 11 localidades incluidas en este primer recorrido, aseguraba con serenidad que, al menos, tres veces a la semana varios sectores se quedan sin electricidad y que al menos en el sector donde él vive, en Ciudad Tabacare, tienen agua solo una hora al día: “Pero si este es el pan nuestro de cada día; o sea, no es nada nuevo, ya tenemos más de un año así. ¿Acaso en Caracas no pasa?”, cuestionaba el hombre, mientras conducía su carro, cuyos vidrios estaban rayados con la frase “luto activo”, en memoria de un compañero que fue asesinado para robarle el vehículo.
En Barinas, la tierra del fallecido presidente Hugo Chávez, donde el ganado se pierde en la llanura y donde cualquier vaca puede darle un susto a más de uno, si se atraviesa en plena carretera, la gente también sufre porque las carnicerías no tienen carne. Se quedan impresionados cuando se enteran de que un kilo de punta trasera puede costar hasta Bs 1.600 en Caracas. Y los que tienen amigos ganaderos resuelven los bistecks matando una res en el patio de alguna casa.
La suerte de poder resolver un plato de comida sin que falte la proteína no la tienen todos. En San Cristóbal -donde muchos viajan hasta una hora desde pueblos aledaños como Tucapé y Rubio porque allá, donde viven, la escasez es mucho más fuerte y en la última semana de octubre no pudieron comprar ningún producto básico- la carne está desapareciendo del menú diario. “No, la carne está muy cara. En mi casa ahora resolvemos con una buena sopa de verduras y arroz. Si conseguimos pollo regulado le lanzamos unos muslos, pero sino no. Hay que arroparse hasta donde a uno le llegue la cobija”, contaba una mujer, ama de casa, en una cola en Pdval.
En Santo Domingo, un pueblo pequeño que está a orillas de la carretera trasandina y a 80 km de Mérida, es el único lugar donde sus habitantes arrugan el ceño cuando se les pregunta si han tenido problemas con la luz o el agua, o si tienen que convivir con ese mal llamado inseguridad que azota a la mayoría de los estados de Venezuela. “No, aquí los servicios no fallan y tampoco hay malandros. Lo más cerca es Mérida, allá si hay, le roban los celulares a la gente; pero aquí, no”, aseguró José Gregorio Toro, un productor del campo que quiso regalarle a Efecto Cocuyo un saco de papas -de esas que cosecha en su parcela,- cuando supo que en Caracas el kilo puede costar hasta 300 bolívares.
Rumbo a Mérida, en un autobús, un penetrante olor a detergente delató a una señora mayor, que viajaba con un bolso grande. La pregunta era obligatoria:
-Señora, ¿dónde consiguió detergente?
-¿Perdón?- dijo, como extrañada.
-Es que huele…
-¿Huele mucho?- soltó casi en un murmullo.
-Pues, sí…
-Uy, ‘juemadre. No me vayan a agarrar aquí por bachaquera. Virgencita, protéjame- fue lo último que dijo. Se negó a revelar dónde había adquirido tan codiciado producto.
Porque el bachaqueo todavía existe y quedó demostrado con un paseo a los mercados populares de cada zona visitada, para ver cómo los productos básicos se mimetizan entre las hortalizas.
La persistencia de ese tipo de economía informal, bautizado así por el Gobierno, fue corroborada con algunos testimonios. En Guanare, una mujer dijo que a eso se dedicaba: “Es que la situación me obligó”. En Valencia, otra soltó algo parecido, mientras esperaba su turno para comprar: “Todos los días madrugo para venir aquí. Este es mi trabajo”. En Ejido, en una cola que no tenía nada que ver con productos de primera necesidad, tres mujeres contaron que las pantaletas y los sostenes que comprarían a precios regulados, las revenderían después. En Santo Domingo, productos de higiene como champú, toallas sanitarias y papel higiénico, los compran en bodegas, a precio de bachaquero; es decir, el doble, porque en los abastos del Gobierno jamás los venden, aseguraron los lugareños.
El termómetro de la escasez de medicinas es igual en todos los estados visitados. Un recorrido por farmacias permitió constatar cuáles son los medicamentos que fallan en los inventarios. En total fueron 16 farmacias y en ninguna hubo analgésicos, anticonvulsionantes, antihipertensivos y anticonceptivos, al menos desde el 12 hasta el 20 de octubre, con una sola excepción: en un establecimiento en el centro de Ejido, una de las vendedoras aseguró que, durante la mañana del 17 de octubre, le llegaron dos cajas de Diane 35. Al preguntarle si se formó alguna cola, volvió a explicar: “A ver, no fueron dos cajas así como de cargamento lo que llegó. Fueron dos cajitas, una para un mes, y otra para otro mes. Una señora llegó preguntando como usted y se llevó la sorpresa. Obviamente se las vendimos las dos”.
Con la promesa de acabar con el contrabando de alimentos y combustible y además de poner un alto al bachaqueo, el Gobierno decidió decretar estados de excepción en la frontera con Colombia. “El bachaqueo murió en el Táchira”, aseguró el gobernador José Vielma Mora el pasado 3 de septiembre. Según los testimonios de los tachirenses, eso es falso. Aseguran que las colas en las estaciones de gasolina sí cesaron. Pero las de los supermercados y abastos siguen y son kilométricas, como las del resto del país.