Quiteria Franco es intolerante a la lactosa y sufre de diabetes tipo dos. No puede comer azúcar, ni grasas, ni bebidas carbonatadas, ni mantequilla, ni leche ni una larga lista de productos. Ahora, aunado a la larga lista de prohibiciones debe enfrentar los altos precios y la escasez. Asegura que se siente “desesperada” por no poder alimentarse.
“Antes al menos medio resolvía, si no había harina compraba yuca, pero de un día para otra la yuca se puso muy cara”. Y es que además, Franco debe hacer malabares con su sueldo de profesora para costear su comida.
Relata que antes hacía cinco comidas al día, las tres principales intercaladas con frutas, pero que ahora hasta las meriendas son un lujo. “Con lo que me compraba antes siete frutas, ahora solo compro una lechosa y un melón”.
Para ella, las consecuencias en su salud ya son evidentes. Dice que se siente muy débil. Incluso planea realizarse un examen de sangre para descartar anemia. “Me duele la cabeza y siento palpitaciones. A mí me da miedo hasta salir a caminar, me preocupa que me vaya a desmayar”
Franco no es la única en esta situación. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE), en el año 2013, 1.220.877 venezolanos ingerían 2 comidas al día.
Alessandra Abate es músico y, desde hace nueve años, ovo lacto vegetariana. Uno de los productos básicos de su alimentación son los huevos, pero desde l reforma de la Ley de Precios Justos que estableció que el cartón debía venderse en Bs 420, no los ha vuelto a conseguir. “Buscar los huevos se ha vuelto mi obsesión”, señala.
Su otra fuente de proteína era la carne de soya, pero cuenta que desde hace unos cuatro meses desapareció por completo del mercado. “La última vez la compré por Mercado Libre y me la enviaron desde Puerto Ayacucho”. Ahora se pregunta, cómo resolverá el próximo mes. “Vivo contando todo lo que me como, hasta las lonjas de jamón y queso que le pongo a la arepa. He disminuido la cantidad de comida para que me rinda más”
Otros alimentos han salido de su dieta por los altos costos. “Comía granos y champiñones casi a diario. El tomate en lata es casi imposible de comprarlo. Antes comía muchos frutos secos, ahora me restrinjo a un puñado de maní.”
También ella ha visto consecuencias inmediatas en su salud. “Cuando hago ejercicio no rindo lo mismo, me mareo muy rápido… como estrictamente lo necesario para sobrevivir.”
Para los médicos el panorama también resulta complicado. “Esto es para sentarse a llorar” dice Mariela Berrisbeitia, médico ocupacional con certificado en medicina de obesidad. Explica que no puede hacer planes y dietas a sus pacientes, puesto que no consiguen lo necesario. “No les puedo decir qué comer, los enseño a comer con lo que consiguen y les afecta menos”.
Aunque señala que los pacientes con alguna patología como diabetes o problemas cardíacos son la cara más visible del problema, “no hay nadie que no se vea afectado por esta situación.”