“Crisis alimentaria”, “dieta de supervivencia” o “dietas monótonas”; no importa como lo llamen los expertos, tanto la gente como los especialistas están de acuerdo en una cosa: en las colas, las casas y las escuelas, los venezolanos se alimentan distinto y peor a causa del desabastecimiento. Cada vez hay más mesas con menos platos o raciones al día, porque se come lo que se consiga y alcance; no lo que se desee.
Así le pasa a Esteban Colmenares, recolector de basura y vendedor de objetos de segunda mano. “Yo tengo hijos ¿y qué voy a hacer? Si no consigo harina, compro pan. Y si no consigo pan, como me pasó la última vez que fui al supermercado, compro casabe. Y así“, contó a Efecto Cocuyo desde su puesto de trabajo: un mantel tendido en la avenida Baralt.
Profesiones y personas de otros estratos también pasan por lo mismo que Esteban y se ven obligados a resolver día a día el plato de comida. Al igual que el vendedor, que opta por comprar verduras que llenen más, como el ocumo o el ñame, Emily aprovecha para comprar yuca, por su precio y por lo que rinde. Dedicada a la limpieza, la madre de tres pequeños suele usarla de acompañante en las comidas, sea frita o sancochada.
“Es una lógica que se trate de comprar sustitutivos. Ya no se trata de que no se consiguió tal marca. Es que ya no se consigue ningún producto”, asegura el sociólogo y profesor universitario, Luis Pedro España. De acuerdo con el especialista, los venezolanos han caído en una dieta monótona en la que se come lo que se consigue y hasta que se acabe.
Yelitza Hernández, directora del colegio San Judas Tadeo, en El Valle, Caracas, recuerda que el desayuno de uno de los niños del tercer grado llamó la atención del resto de sus compañeros. “Un niño levantó la mano y preguntó que si era común que se desayunara arroz, en vez de arepa. Resulta que un alumno había llevado un pote con arroz blanco, sin nada, porque no había otra cosa que comer en su casa”, relató Hernández.
Hechos como estos, apuntó España, refuerzan la idea de que el venezolano come únicamente lo que consigue, hasta que las repisas queden vacías de nuevo y se logre adquirir otro producto en el supermercado.
Rosa Perales, enfermera y madre de un niño, también pasa las de Caín para preparar las tres comidas del día. Ya no puede comprar harina de maíz precocida porque trabaja y no puede hacer colas de hasta seis horas. Después de tantas vueltas y ausencias de arepas en el desayuno, decidió hacer su propia masa. “Sale más rápido y más barato“, dijo. “El kilo de maíz cuesta 450 bolívares el kilo y rinde como para tres días. Si lo ligas con avena u otra cosa, lo estiras un poquito más“.
Rosa también prefiere comprar las verduras que más llenan. Más que todo, aseguró, prepara yuca con sardinas por lo “barato”; de las frutas, suele escoger el cambur. A falta de pan, también compra casabe.
De acuerdo con la investigadora de la Fundación Bengoa y del Cendes-UCV, Marianella Herrera, Venezuela está atravesando una crisis alimentaria. Internacionalmente, en la escala, la siguiente fase que sigue es la emergencia alimentaria. En la primera, explicó, no hay alimentos y los anaqueles están vacíos, con graves consecuencias nutricionales a futuro. En la segunda, ya las enfermedades resultantes de la mala alimentación empiezan a aparecer.
“En ambos escenarios, las mujeres embarazadas y los niños son los más vulnerables. Por eso hay que procurar ayudarlos en materia alimentaria para que puedan tener los nutrientes necesarios para el feto y para su desarrollo”, señaló la especialista.
Aunque Venezuela se encuentra en la primera fase, la segunda no está muy lejos de la realidad del país latinoamericano. De acuerdo con Herrera, ya estamos empezando a ver las consecuencias de la mala alimentación. Entre ellas, el bajo número de talla y la obesidad, que en el caso de la población trae consigo lo que se conoce como “hambre oculta“.
“La gente puede estar gorda por el tipo de alimentos que consume, pero detrás puede haber problemas como la anemia“, precisó. Agregó que no se puede afirmar que Venezuela se encuentra en una fase de emergencia alimentaria porque aún no hay cifras oficiales sobre las consecuencias de la mala alimentación de los venezolanos.
La tercera fase, explicó, es la hambruna o catástrofe, la cual ocurre al momento en que comunidades enteras pasan un tiempo prolongado sin ingerir alimentos. Y aunque los venezolanos se adapten a “lo que se consigue”, el hambre es igual. “Yo no veo a este pueblo calándose las colas en ningún lado. No es que está conforme, es racional“, agregó España, “lo que se está viviendo no es algo que se asuma con resiliencia, sino con arrechera“.
Foto: elsoldeoriente.com.ve