En medio de la revuelta que vivimos en el país, es notable la dificultad para mantener el criterio e intentar comprender una pizca de lo que viene ocurriendo. Me atreveré a tomar prestado el dicho de Amos Oz, quien falleció el pasado diciembre, “haz la paz y no el amor”, para reflexionar sobre la convulsión en la que nos encontramos inmersos.

El testimonio de Oz, un judío nacido en Israel que dedicó su obra literaria y activismo político a promover el encuentro entre israelitas y palestinos, denunciando los abusos militares de Israel, pero también condenando las incursiones palestinas, es un referente necesario en nuestros días. ¿A quién corresponde construir la paz en estos días? ¿Estaremos confundiendo paz con hermandad, o paz con perdón?

Oz entendía que la paz no podía surgir en lugares donde las condiciones sociales no entraran en el debate. Hoy basta con abrir cualquier red social para toparnos con un sinfín de análisis y predicciones políticas, pareciendo que muy poco de lo discutido obedece a lo vivido en algunos rincones del país como La Vega,  El Valle o en Petare, limitándome a mencionar solo estos lugares. Resonó más un challenge que contactar con los más sufrientes. Sin embargo, cada día surge un nuevo horror que opaca al anterior, nos abocamos a denunciarlo o comentarlo, pero al día siguiente uno nuevo surgirá.

Una de tantos “debates” me atrapó y le dedicaré este breve escrito. No podría ser otro sino el debate “ideológico” que pretendemos (o creemos) estar librando, pues pareciera que es imposible hablar de paz e ideología en una misma conversación. Ya fue enunciado por pensadores prominentes: la lógica de las ideas puede ser una falsa conciencia. Todos hemos quedado sesgados en el debate izquierda-derecha, y hemos omitido algunos de los elementos ideológicos más nocivos (¡también los más comunes!) que yacen en nuestra cultura política. Me atreveré a enumerarlos:

La seguridad es un asunto de uso de la fuerza

¿Cómo omitir, en medio de la coyuntura, que estamos en presencia de un régimen militar que hace uso de discrecional de la violencia, cuya posible alternativa busca el apoyo de la fuerza militar, pero además existe la amenaza de la confrontación e intervención militar? Pareciera que las nuevas páginas de la historia venezolana serán escritas con tinta militar. No podría contabilizar cuántas veces he escuchado “lo que hace falta es quien ponga orden” en los últimos días. Vaya añoranza peligrosa.

Un ejemplo de esta premisa ideológica surge al ver los deshumanizantes operativos policiales militarizados, como la extinta OLP y más recientemente el FAES, que se sustentan en la nociva idea de eliminar (matar) al crimen. En las últimas semanas hemos observado escenarios de muerte en nuestros barrios, pero seguimos omitiendo que las posibilidades de cohesión y tejido social en esos mismos barrios tienen años fracturados, ¿cómo podrían organizarse y denunciar estas personas? Cómo podrían prevenir o resistir? ¿Quién denuncia esto? Sencillamente no pueden, por eso los operativos han ejecutado sus acciones sin restricciones.

El reciente actuar de la PNB es un indicador que demuestra la tradicional relación entre la seguridad y la cultura militarista; tiene un nicho especial en la ideología militar, pues supone que hay un pueblo desprotegido que necesita la custodia a través del uso de las armas. Este es un primer elemento ideológico que necesitamos revisar.

El Estado absoluto

La pugna vacilante entre izquierda-derecha o chavismo-madurismo-oposición que supuestamente vivimos, nos hace obviar desde hace décadas parecieran no existir alternativas políticas. Solo es viable el cambio de “gobierno”, pero el aparato estatal sigue perpetuo e intacto. Existe una imperante timidez política al momento de cuestionar el rentismo, la minería, y la lógica del extractivismo.

Pase lo que pase en el país, uno de los tantos abismos del porvenir es el gran endeudamiento que poseemos. ¿Cómo lo pagaremos? Allí, nos veremos tentados a decir que la solución es “reconstruir” PDVSA (“bajo cualquier otra nomenclatura, lo importante es quitar lo alusivo a la revolución” se dirá).

Creemos que la supuesta espectacularidad de nuestros paisajes nos garantizarán una infinidad de inversiones extrajeras y de presencia de capital, pero: ¿realmente querrá un inversor internacional apostar en un país tan violento y fragmentado? Allí, la idea militar cobrará más fuerza, pues habrá que hacer más seguro el territorio.

Queremos cambiar lo visible, pero lo estructural seguirá yaciendo y nos confortaremos pensado “por algo se tiene que comenzar”. El modelo de Estado parece seguir intacto, lo que ha fallado es su “gestión”, y esa es la bandera de la alternativa: “mejorar la gestión”, pero seguir en el mismo Estado.

La historia empieza ahora

Resulta doloroso ver las muestras de odio desenfrenado entre los bandos. Creer que un cambio de gobierno eliminará la polarización política y social no es más que una treta ideológica. Un viejo amigo me enseño que “el resentimiento es un veneno que te tomas, esperando que el otro se muera”. No sé de dónde sacó ese dicho, y me disculpo por no citarlo.

Soñar con un país sin chavismo es una de las fantasías más lamentables. No reconocer que el chavismo es una realidad histórica que obedece a un proceso tan estructural como nuestra modernidad, es sencillamente una expresión de lo arraigada que está la polarización. Negar el chavismo es dar la espalda a los mismos problemas que invocaron al caudillo. La política venezolana no concibe cómo lidiar con el resentimiento, un reto altamente político.

El sesgo ideológico que nos hace ver una historia tan corta y polarizada, es el mismo sesgo que esquiva la tensión histórica en medio de la cual estamos. La fantasía aquí surge al creer que un nuevo porvenir se comienza a construir a partir de cualquier fecha conmemorativa (4F, 23E, 13A), negando así los procesos necesarios para formular un cambio y coartando la posibilidad de crear un horizonte plural e inclusivo. O la historia es de todas y todos los venezolanos, o sencillamente no será nuestra historia.

Entre la negación y el “negacionismo”

El dramatismo de estas últimas horas hace que el tiempo sea una experiencia distinta. Ahora más que nunca, en medio de la ansiedad extrema, nos agarramos de aquello que más nos sostiene. Creemos en los deadlines más que nunca y cada vez nos colocan otro. Cada deadline es una negación al país, es la expresión de creer genuinamente que nada más importa. ¿Para qué trabajar, estudiar, construir, si el país llega hasta mañana?

Didier Fassin comenta que negar ciertos elementos de realidad es distinto de reaccionar sistemáticamente negando la realidad. Esto último es el “negacionismo”, que opera también como ideología. Es tal cual como aquel que condena al FAES pero sostiene el apoyo a la OLP bajo la idea de que “hay que acabar con los malandros” o “en los barrios está el mal, es necesaria la mano dura, pero esperamos que bajen los cerros para cambiar el gobierno”.

El “negacionismo” presente en las clases políticas sigue imperando, haciéndonos creer que la polarización ya no existe, como cuando se entienden los resultados de la elección de Asamblea Nacional (2015) como un voto unánime de la oposición y no como la expresión de diversos factores políticos en búsqueda de una nueva ruta en el país.

Tiempo que pase agrega sufrimiento

Culminando con la revisión de estos elementos ideológicos, entendemos que, de ahora en adelante, cada día que pase significará mucho más sufrimiento para los más desprotegidos de nuestro país. Estos puntos son trasversales a las posturas políticas del país.

En medio de esto, surgen algunos respiros profundos que demandan cordura, sensatez y sobre todo, política. “La política es el arte de lo posible” reza el credo de los que creen aún en ella. Pero lamentablemente las clases políticas no podrán hacer nada que como pueblo no seamos capaces de ver.

Lamento citar a Oz en este escenario: “haz la paz, no el amor”. Decía que no es necesario amar al adversario, ni construirle un muro para encerrarlo. Es necesario acordar la Paz, negociar, pactar y replantear. Pude y hubiese preferido citar a alguna de las miles de víctimas cuyos testimonios están a punto de caer en el olvido, pero leer a este país ya es muy doloroso.

* * *

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores

Le puede interesar

Durante 2018 miembros de las Faes mataron a 205 personas, según Provea

Profesor de la Universidad Católica Andrés Bello. Miembro de la Red de Activismo e Investigación por la Convivencia REACIN.