El tema no es nuevo. Desde tiempos inmemoriales en casi todos los países, e inclusive dentro de ellos, se han producido migraciones de personas por diversas razones económicas, familiares, religiosas, políticas, bélicas, aventureras y, entre ellas, el amor.
Por siempre, para una pareja, cualquiera que sea el tipo de relación que tenga: noviazgo, aparejamiento, amigos con derecho, matrimonio, cualquiera que sea, la migración es un reto.
Un cambio de lugar, de cultura, como cualquier otro cambio profundo en la vida de una pareja, ya sea descubrir una infidelidad, una muerte en la familia, la pérdida de trabajo, nacimiento de un hijo o hija, crisis económica, entre otro cambio, implican riesgos: si la pareja tiene sólidos lazos de amor y compromiso, ese incidente puede fortalecerla, si los lazos no son fuertes, ese cambio puede originar el desbarranco.
La migración tiene sus vicisitudes en el amor. Si la ida es simultánea en la pareja, producto de un consenso en cuanto al lugar, el momento y la mayoría de las circunstancias previsibles, las dificultades propias del proceso de adaptación a la nueva vida, son más digeribles y superarlas juntos puede producir más amor.
Si el traslado es en pareja pero sin un acuerdo consensuado sino en función del plan de uno de los dos miembros, donde han podido darse mecanismos de presión y manipulación para convencer al otro, la cosa es más difícil, más peligrosa por los posteriores pases de factura, la desmotivación a resolver juntos los problemas. El culpabilizador: “yo te lo dije”, va en la maleta.
Sea como sea, las vicisitudes del porvenir migratorio es una constante prueba de fuego para el amor y la pasión puede avivarse o apagarse. La cosa no es fácil.
En estos tiempos, como en otros, la generación en edad de noviazgo, los más jóvenes, se enfrentan a un riesgo cuando les atrae una persona: y si me dice que se va?, me enamoro, o no?. Puede ser que lo asuman como un pasatiempo, un “resuelve”, pero aún así, si se enamora, ¿cómo evitar el barranco ante la pronta e inevitable ida?, ¿qué hacer?.
Amor con hambre no dura, dice el dicho, y a la distancia, cuesta, agreguemos Es muy difícil, aunque posible, mantenerlo con montañas o mares que separan a los amantes. Los deseos de compañía siguen ardiendo, allá y aquí. La tentación, la competencia, está a la vuelta de la esquina, en el salón de clases, en sitio de trabajo, al cruzar la calle, en cualquier lugar. Una sorpresa.
De eso saben los migrantes de todos los tiempos y de todos los lugares. Particularmente, la generación de los ahora abuelos o bisabuelos que migraron de Europa hacia América en el siglo pasado y en anteriores también.
Una gran diferencia entre la migración de amantes de siglos pasados y la de ahora era la docilidad femenina que las hacía esperar pacientemente, mientras los hombres muchos cachos les montaban. Ahora, ellas también pueden montarlos, sin rollo o con menos que antes.
Otra gran diferencia entre las migraciones anteriores y esta, es la tecnología: por más distancia entre los amantes, parece que están cerca. Casi al alcance de la mano. En estos tiempos virtuales, el amor puede serlo. Aunque, claro, no es lo mismo que el amor carnal, con olor, con sabor, pero el internet resuelve. En estos tiempos hay muchas formas de resuelve.
Ahora, tanto para las mujeres, heteros y lesbianas, como para los hombres heteros y gays, para les trans , si está solo o sola, las oportunidades de resolver la soledad son muchas y variadas. Y uno, por más fiel que sea o quiera ser, no es de palo. Aunque, haya quienes abracen la castidad no por razones religiosas sino por compromiso amoroso o desgano, si la cosa no es con la persona amada.
Emigrar sin la pareja es un reto para los dos. Por el tiempo transcurrido y lo difícil del reencuentro. Pasados meses o años, puede ser que los sentimientos, las ganas, no sean igual que cuando la despedida. El agua corre.
La migración suele tener sentimientos encontrados: De entusiasmo por lo que viene, lo bueno que hay más allá, el cumplir un deseo, cuando es deseada y de tristeza por lo que dejas, de rabia e impotencia, si es obligada.
Esa desazón que deja la migración puede aumentar si la pareja se queda, aunque -aquí entre nos- algunos y algunas pueden ver ese distanciamiento como un respiro, un descanso, una oportunidad. Uno no sabe.
Pero emigrar dejando al ser amado hace más dura la ida. Al fin y al cabo, por más ganas que uno tenga de irse de un lugar, algo de uno se queda. Emigrar, aunque ofrezca ganancias, implica cierta pérdida y las pérdidas suelen doler. Las amorosas, muchísimo.
Y cuando un amor se va/qué desesperación/cuando un cariño vuela/nada consuela mi corazón…, dice la canción, pero no hay solo que llorar, si se quiere, hay que hacer un esfuerzo emocional, reforzar el compromiso, incentivar el deseo e iniciativas con creatividad para mantener viva la llama amorosa.
Aún cuando el dicho popular dice: amor de lejos, amor de pendejos, todo depende del deseo de los enamorados por continuar siéndolo. Conspiran en contra, el tiempo y las circunstancias pero, si se quiere, se puede.
Les dejo una canción en la voz de la reina del bolero. Disfrútenla, así sea llorando
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