Soy de la generación que leyó «Ana Isabel, una niña decente» en la cátedra de Lengua y Literatura, mientras cursé el bachillerato en Caracas. Lo recordaba como una novela ligera, entretenida y llena de figuras literarias que le servía a nuestra profesora, para enseñarnos a identificar metáforas, hipérboles, símiles, onomatopeyas y otras expresiones lingüísticas. En días pasados, a más de 40 años después de haberla leído por primera vez, la recordé conversando con una amiga y pensé en releerla, ahora con ojos feministas.
Mi mamá consiguió en la biblioteca de la casa, la edición de Monte Ávila Editores de 1969, y en un acto de puro amor, me transcribió completos los 16 capítulos para que la pudiera leer, después de haberla buscado sin éxito en formato digital.
Confieso que Ana Isabel me sorprendió de nuevo. Esta vez, desprendiéndome del interés lingüístico, pude entenderla como un manifiesto político de la Venezuela de principios del siglo XX, abordando con enfoque crítico temas de racismo, pobreza, adoctrinamiento religioso, desigualdad de género, dictadura, corrupción, padres ausentes, acoso callejero. Y, sobre todo, me permitió conocer a su autora -a quien no me presentaron en las clases- para entender la personalidad de Ana Isabel, desde la historia y el contexto donde se desarrolló la vida de Antonia Palacios y descubrir además que fue una apasionada feminista de la época.
La autora
Nacida en Caracas en 1904, Antonia fue poeta, novelista y ensayista. Ocupó la secretaría de la Agrupación Cultural Femenina. En 1940 presidió el Primer Congreso Venezolano de Mujeres, donde según la investigadora Magally Huggins, el tema central giró alrededor de las leyes como el Código Civil y otras resoluciones que discriminaban abiertamente a la mujer en relación con los hombres en torno a la lucha por los derechos políticos. Antonia fue una activista convencida de las luchas por los derechos humanos de las mujeres y defendió la causa, no solo en estas asociaciones y eventos, sino también y cómo no, en su obra literaria.
Ana Isabel, una niña decente, primera novela de Antonia con la que obtendría reconocimiento continental, se editó y publicó en Buenos Aires en 1944. La novela trae a la memoria anécdotas de su propia infancia vivida en el centro de Caracas y refleja con la ingenuidad y candor de una niña de 8 años en camino de hacerse adolescente, la lógica humanista que está detrás de las injusticias que le tocó ver en una sociedad tan pacata y conservadora.
Para aprender sobre patriarcado
Creo que esta novela puede ser bien empleada en los estudios de bachillerato, para identificar en ella elementos de cultura que permitan educar en igualdad y sin sesgos e intolerancias, más allá de su valor literario. Sus páginas están llenas de situaciones y reflexiones que hace Ana Isabel, dejando algunos cuestionamientos abiertos como para estimular la discusión en el salón de clases.
A lo largo de la novela surgen episodios cargados de intolerancia, machismo, clasismo, estereotipos y otras distorsiones que estimulaban el control de las niñas y adolescentes de la época, muchos de ellos vigentes aún y que sin duda nos ayudarían a sacarle provecho haciéndolos visibles para pensar en formas alternativas de convivencia.
Frases como “el cuerpo es castigo del alma”, dicha por la tía Clara a Ana Isabel; los “pecados” que comenten las niñas y que son desmontados uno a uno por la protagonista con fina ironía de la autora; los conceptos de “gente decente” vs “gentuza” asociados al color de la piel y el dinero, son entre otros, perlas de sabiduría que nos permiten entender por qué en esa época y todavía hoy vivimos bajo el manto patriarcal de las relaciones de poder.
Agradecidas
Lo más bonito de todo, es que cuando le pregunté a mi mamá, nacida en 1941 en Sarría, cerquita de la Plaza de la Candelaria, patio de juegos de Ana Isabel, qué le había parecido releer el libro, me dijo «¿qué quieres que te diga? es mi propia historia… Transcribir este libro fijándome en cada coma, cada punto, deteniéndome en cada párrafo, me hizo volver a mi infancia…En una Venezuela rural donde todo era pecado, donde se nos regañaba si reíamos mucho: «seguro esta noche lloras» decían. O «la mujer es como un espejo, cualquier suspiro la empaña». Era algo así como tener una espada de Damocles todo el tiempo encima de ti. Y, si, igual que Ana Isabel, también me quedé tras las rejas porque ya era una señorita”
Con Ana Isabel, una niña decente, queda reflejada la psicología y emocionalidad propia de una generación de venezolanas que levantaron este país. A nuestras madres y abuelas -que nos criaron en la modernidad venciendo todos estos tabúes, por encima de las manipulaciones religiosas y los temores que sobre el desarrollo y poder de las mujeres tenían sus antepasados- les debemos mucho. Gracias mami.
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De la misma autora: Feminismo y anticapitalismo