En medio de tanta información, el riesgo a desorientarse no siempre depende de quien se interesa en tener algún conocimiento en torno al asunto de interés. Se trata de de una situación delicada. No sólo por el peligro que implica cautivar la atención de personas carentes de la formación, sino también por el caos que se puede generar si además, la información transcrita no es cierta. O peor aún, si encubre alguna intención capaz de deformar la realidad en cuestión. O que de otra forma, termina promoviendo la otra cara del mismo problema. Y que es: la desinformación.
Es inminente detenerse acá para examinar lo que se halla debajo de cualquier controvertida noticia dudosa o escandalosa. Y eso es posible, si y sólo sí se cuenta con el conocimiento necesario o suficiente para salir del atolladero. Casi siempre erigido adrede. Es precisamente el riesgo que se corre, una vez que dicha información ha seducido al lector con el “amarillismo” o “sensacionalismo” que le confiere el manejo conspirativo de realidades desdibujadas con predeterminación. Ello, con el concurso de una alevosa inventiva que modifica noticias robadas o plagiadas para causar impacto.
La dinámica social, política y económica que moviliza al mundo, contiene elementos capaces de desfigurar o regenerar realidades. Sin embargo, esa intención no es fortuita. Es manipulada por intereses y necesidades que inducen en el ser humano razones necesarias para situarlo donde mejor convenga respecto de circunstancias oscurecidas a instancia de operadores malintencionados. O a condiciones que el fanatismo o incultura del mismo lector, puede ayudar a crear bajo el efecto de convicciones subjetivas. Y que terminan siendo causal del sometimiento que padece a consecuencia del bombardeo de cifras, noticias, declaraciones e incesantes desmentidos aprehendidos voluntaria o involuntariamente. Pero que quedan pululando en la subconsciencia hasta que se hacen conscientes. Y en adelante, motivan decisiones que pueden atentar contra libertades y derechos. Incluso, disposiciones capaces de transgredir emociones, sentimientos y hasta la salud.
Es lo que resulta al desatender el peligro que encubre cuando la persona se ve atrapada entre los siniestros hilos de información retorcida. Quizás, por el manejo perverso de la noticia. O para atraer seguidores (ilusos) que puedan servir de “objetivo” de propósitos malsanos. Y la manera de sortear la trampa que refiere tan urdidos propósitos, es esforzándose en traducir lo que dicen los datos. Entender con la mejor exactitud, lo que hay tras la información que llega a manos del lector. Pues desde el otro lado del problema, ello habrá de convertirse en “desinformación calculada”.
El problema en su fondo más oscuro
En medio de lo que envuelve cualquier crisis, particularmente de la magnitud de la que por ahora sacude al mundo, no hay otra forma más expedita para evitar ser enganchado a lo que de ello tiende a especularse, que descifrar a detalle la información en cuestión. Así, será posible evadirla o verse constreñido por el desconocimiento. Pero esta vez, actuando de portador conspirativo en el terreno de la curiosidad avivada por el lector.
Aunque no es tan sencillo como parece. Más, si dicho problema se revisa de cara a la crisis provocada por la pandemia del SARS Co-2, o COVID-19. Una primera lectura, concluye que es un asunto de grueso análisis. Es ahí cuando, quien no está advertido del peligro que implica leer información aventurera, cae entonces prisionero de la misma. Se atraganta con la información enviada de cuanto entorno existe. Tanto que ni siquiera vomitándola, puede atenuar tan pesado estado de males.
A pesar de la presencia de organizaciones que buscan enfrentar el desafío que compromete la desinformación que con base en la exagerada información que cursa por las redes sociales, las mentiras o fake news causan serios problemas. Problemas que afectan procesos de educación dirigidos a concienciar las implicaciones del coronado virus.
Las pérfidas mentiras que copan las rutas de la información digital superan cantidades nada modestas. La falsedad en complicidad con la exageración, cunde los canales informativos lo cual pareciera un objetivo radiado con total animadversión. O en línea con cualquier idea que apueste a desbalancear al mundo en aras de un subdesarrollo propio del más horrendo y diabólico inframundo.
Sin obviar los efectos que la crisis sanitaria y médica están causando en la economía global. O porque incide crudamente en la política. O porque arrecia dificultades al momento de confinar o distanciar familias, con la excusa de una “cuarentena”, que en el fondo se convirtió en un disimulado mecanismo de opresión actuando de “control social”, es indiscutible calificar a nivel de desastre (en color rojo, según la escala de catástrofes físicas) la aludida crisis.
Todo esto ha obligado a que el mundo se volque en la búsqueda de un equilibrio. De una medida que establezca una realidad cónsona con el resguardo fehaciente de la salud, de los derechos fundamentales, los derechos individuales y de garantías que permitan vivir al amparo de las anuencias de realidades en el contexto de las tecnologías de la información y de la comunicación. Del disfrute de servicios públicos que favorezcan derechos humanos. Del estimulo de profundos valores morales. Es lo que se persigue y que califica con la denominación de “nueva normalidad”. O “nuevas realidades”.
Lo contrario, sin duda, será consecuencia de un colectivo imbuido en un mundo sordo. Aunque sin duda, transitorio. Pero un mundo, cuyos episodios versarán sobre eventos que solamente estarán enfocados a colapsar realidades con el auxilio perverso de información desfigurada. O en contradicción con libertades y derechos que corresponde a tan valiosa materia. O sea que de seguir por esa vía de la mentira informativa, las realidades tenderían a generar estados de hechos caracterizados por individuos atragantados de información.
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