La anulación del sentido social que marca el ejercicio de la política, lleva a confundir no sólo criterios. También confunde conceptos, prácticas, propuestas y compromisos. Pero más grave, es enmascarar el discurso político con barbaridades, necedades y sandeces. De esa forma, los oficiosos personajes de tan impúdica consideración, o quienes hacen de la política un ruin negocio convirtiéndola en mera patraña, creen haber convencido a todos de su “sapiencia y excelsa condición de gran dirigente político”. Todo eso termina siendo una gran mentira. Y de la más fétida calaña.
Es el problema que padecen tales personajes de marras, cuando viven confundiendo o enredando conceptos con maltrechos supuestos. O peor aún, preceptos regulares con imaginarios de segura mediocridad. Es el problema que afecta a camarillas de gobernantes endiosados al alardear del poder que las circunstancias le brindan. Más, dadas las forzadas responsabilidades de gobiernos que usurpan.
Por eso se arrogan la soberbia suficiente mediante la cual se permiten sobreponer conjeturas de última racha por encima de análisis de fundamentada razón. Por ejemplo, confunden el concepto de democracia ubicándolo en el mismo renglón epistemológico y metodológico de conceptos como cleptocracia, cacocracia, oligocracia, o autocracia. Y con esa confusión, toman decisiones sin medir y mediar consecuencias.
En Venezuela, este problema tiene ofuscado a los cuadros gubernamentales que dan forma al actual régimen político. Sus limitadas capacidades, se ven rebasadas por exigencias conceptuales no llegan a comprender. Menos, a instrumentar. Esto ha coadyuvado a patentizar la crisis política y económica devenida en drama, caos y tormento nacional que padece el país.
Por consiguiente, no es difícil advertir el craso problema que tiene encandilado al régimen opresor. Es así que en sus manos descansan las equivocadas decisiones que deforman el discurrir político nacional. Es, precisamente, el problema del falso triunfalismo de campaña electoral que, como práctica desfigurada del legítimo y necesario ejercicio democrático de la voluntad popular, manifestación fehaciente de lo que engloba la definición de pluralismo político, tiene embotado al partido de gobierno. Y por tanto, a los altos jerarcas en cargos de alto gobierno. O apesadumbrado régimen.
Esta gente de gobierno, nunca ha dejado de pensar que la campaña electoral de 1998, proseguía; que las circunstancias obligaban a trazar toda decisión según la lógica de campaña electoral. Y que debía continuar marcando el funcionamiento del gobierno en toda su extensión. Tanto que el discurso proselitista que en principio signó la cotidianidad, debía enmarcarse por aquellos criterios empleados para enfocar el ritmo de las campañas electorales. Habida cuenta de estar convencidos, que ello determinaría la estabilidad del gobierno en el poder en el tiempo posterior.
Esto puede constatarse, a través del discurso, la narrativa política y cuadros comunicacionales utilizados por todas las instancias gubernamentales. Más aún, de modo permanente. O sea, los códigos considerados por la oferta electoral, eran aducidos como criterios funcionales de gobierno en todo momento, situación o espacio posible. Cualquier acto o decisión asumida por el alto gobierno, ha lucido como vulgar evento de campaña electoral.
Esto, indudablemente, desdice de la condición y capacidad del gobierno para construir y afianzar el Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia que prescribe la propia y de suya Constitución Nacional. O como igual establece el preámbulo de la misma Carta Magna: “(…)refundar la República para establecer una sociedad democrática (…) que consolide (…) la igualdad sin discriminación ni subordinación alguna (…)”
Este problema, quizá no siempre comprendido y analizado del todo, constituye el mayor impedimento que hoy tiene atorado al gobierno central en su propósito (retórico) de escapar de las secuelas de la crisis inducida por efecto del proselitismo desmedido y de siempre emprendido por su maquinaria político-electoral. Sin dejar de lado, la miopía política o testarudez que igualmente coadyuvó a provocar la situación que hoy se ha hecho imposible de ser corregida desde sus mismas fuentes operativas.
Discurso y realidad
Al confundir tiempos, conceptos y prácticas políticas en el fragor de exigentes realidades, el régimen perdió toda oportunidad de adelantar el país de cara a los planteamientos de un desarrollo promisor y acorde con las potencialidades de Venezuela. Algunos culpan a los embates que vivió el país, al término de una década de indeterminaciones, como en efecto se vivió en el ocaso del siglo XX.
Sin embargo, a pesar de tantos momentos vividos, el régimen privilegió el discurso y no se ocupó de construir oportunidades que bien pudieron servir de palanca para impulsar las capacidades nacionales, regionales o locales. Desde entonces, Venezuela quedó a la deriva. O mejor dicho, al libre albedrío de una doctrina perversa que desvirtuó el concepto de democracia.
Y con ello, pautó una gestión pública al influjo de errores instituidos que terminaron permitiendo la abrupta corrupción amparada por la inmoralidad de gobernantes indolentes e indecentes. Todo así, en espacios y tiempos políticos, algunos más borrosos que otros. Pero desde entonces, actuando o pretendiendo actuar bajo definiciones confusas.
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