La pandemia del Covid-19 puede tener una explicación científica, especulativa, la que sea. Pero eso no es suficiente para calmarnos. La influencia judeo-cristiana que pesa en la mayoría de nuestras culturas occidentales, exige encontrar culpables y, de ser posible, que paguen por lo hecho. Así actuamos en lo cotidiano y en lo trascendental.
Los primeros acusados
Con respecto a este cataclismo mundial ha habido varios acusados. Los chinos, varias centenas de millones juntos, por ser allí donde se originó la pandemia. El gobierno chino porque, supuestamente, no dijo lo que debía decir a quien debía decir, en el momento que debía decirlo. Algunos dicen que por haber creado el virus.
La Organización Mundial de la Salud por no haber oído, advertido a tiempo y claramente lo que podía pasar. Por no enviar suministros. Por ser agencia de una conspiración transnacional con intereses aún no descubiertos. Cualquier razón sirve para desplazar responsabilidades.
A nivel local, el gobierno —de cualquier país— es el culpable de la tragedia vivida por no haber tomado las previsiones necesarias ante las advertencias (entonces, ¿alguien advirtió?), por no responder eficientemente ante el embate del virus. Por paralizar las economías nacionales. Por dejar infectar a tanta gente, morir a mucha.
Muy pocos gobiernos han salido bien parados por su respuesta a la epidemia. Las oposiciones se regodean, celebrando no gobernar en estos momentos inéditos y dificilísimos. Aprovechan de pasar factura buscando ganancias electorales en río revuelto. Los gobiernos también. Todos tiran para su lado.
Después del desconfinamiento o la cuarentena
El control del virus no ha sido fácil. Ni para las autoridades que han actuado con responsabilidad, menos para las que han sido ligeras en sus respuesta. Es más difícil de lo que se creía. Pareciera que todavía no hay luz al final del túnel epidémico. Apenas, alivio en algunos lados.
Ahora, la responsabilidad es de la gente, de miles de millones de personas en todo el mundo. En lo chiquitico, el deber de parar el virus es mío, tuyo, de nosotros. De quien viene y de quien va. El peligro aumentó. Los gobiernos vigilan, toman medidas, la cosa va y viene. Brotes, rebrotes, aguas calmas, nuevas olas. ¿Nueva calma?
El tiempo pasa; el virus, no
La pandemia del Covid-19 y su consecuencia del confinamiento tiene dinámicas y consecuencias económicas, políticas, sociales y personales que varían en el tiempo y en el espacio. Esas variaciones le dan un perfil propio a la epidemia en cada país e, inclusive, a cada región dentro del país.
Europa y Asia, después de 4 meses de confinamiento estricto han logrado una “nueva normalidad”. La economía se reactiva poco a poco. Igual la vida social. La gente se siente algo tranquila pero el susto no ha pasado. Brotes y rebrotes. Las consecuencias económicas y sociales, ya preocupantes, apenas comienzan a verse.
En América y el Caribe, a 5 meses de cuarentena estricta en muchos países, el número de infectados sigue en ascenso. Los gobiernos son acusados. Ellos buscan a quien acusar. En el juego de acusaciones, los más débiles, siempre, tienen las de perder. Ahora, somos nosotros, los ciudadanos y ciudadanas. Particularmente, quienes no cumplen con las medidas de protección. Piensan que no les pasará. Los escogidos serán otros.
Una situación particular
Los datos de la epidemia de Covid-19 en Venezuela suelen no ser tomados en cuenta por las instituciones, ni las agencias de noticias internacionales. La desconfianza hacia el gobierno nacional, por otras razones, se ha extendido hasta los reportes epidemiológicos. El gobierno paralelo no tiene arte, ni parte. El país no existe en el mapa epidemiológico regional, ni mundial.
Venezuela sufre. No tanto por la cantidad de infectados y muertes a causa del Covid-19 sino por las estrictas medidas de confinamiento y sus consecuencias psicológicas, sociales y económicas en la población. Las autoridades no explican la estrategia de prevención. El esquema 7×7, una semana sí, otra, no; confunde. Aunque se justifique epidemiológicamente, al no explicarlo, confunde. La confusión dispara las sospechas, las dudas.
Venezuela tiene años con un tráfico aéreo limitado. El turismo externo desapareció. Muy pocos vienen por negocios internacionales. Más gente sale del país que la que entra. El virus viaja en avión por todo el mundo. De Venezuela la mayor cantidad de líneas aéreas se fueron hace tiempo. Allí pudiera estar una de las razones del porqué el coronavirus se manifestó relativamente tarde y con pocos casos en ese país.
El dedo acusador
En los reportes diarios sobre la epidemia en Venezuela aparece una categoría sobre el origen del contagio que resulta a antipática por lo que significa: casos importados. ¿Los acusados? Quienes vienen del exterior. Es decir, a quienes llegan a pie. Son venezolanos y venezolanas que, precisamente por la pandemia, regresan a su país con todo el derecho a hacerlo.
El problema es que parte de esos repatriados por su voluntad tienen urgencia de llegar a donde vayan. Toman trochas y caminos verdes para evadir los controles sanitarios. Los trocheros son parte de la llegada del virus a Venezuela pero se ha podido evitar. Y siendo leal a nuestra cultura de la culpabilidad, ¿quién más sabe dónde están esos caminos verdes y no tomó, ni ha tomado las medidas sanitarias necesarias?
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